
EDITORIAL. Habemus Papa… León XIV
El pasado jueves 8 de mayo, el Colegio Cardenalicio eligió al cardenal peruano – estadounidense Robert Francis Prevost Martínez como nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Su designación causó una cierta sorpresa, toda vez que su nombre no figuraba entre los probables según los expertos vaticanistas. Los grandes medios de comunicación, por su parte, insistieron luego en encuadrar a Prevost dentro de las clásicas filiaciones políticas, entre conservadores y progresistas, con superficiales análisis de frases y hechos puntuales que, por supuesto, carecían de fundamentos sólidos.
En el razo grueso hay dos líneas básicas a tener presentes como antecedente: Una, la profunda cercanía de Prevost con el fallecido Francisco I, quien lo tuvo como uno de sus más cercanos colaboradores, lo que permite avizorar una línea consecuente; Otra, la elección de su nombre, que lo entronca con el compromiso de la Iglesia con la cuestión social contemporánea, asumido en 1891 por su antecesor León XIII, al echar las bases de la Doctrina Social de la Iglesia con su histórica encíclica Rerum Novarum.
Un Pontífice es un “hacedor de puentes” y, por lo tanto, es por su naturaleza misma, un líder capaz de transformar la Iglesia llevándola desde su tradición ítalo -romana -europeista, a su carácter y misión universales.
Así, las primeras palabras de León XIV estuvieron plagadas de apelaciones a la paz, lo que obviamente se condice con la realidad actual del planeta, afectada por los graves conflictos bélicos como lo son las guerras entre Rusia y Ucrania e Israel con Palestina y la inminente conflagración entre India y Pakistán. Pero la paz no es solo la ausencia de guerras sino que implica, en todos sus aspectos, una “voluntad de justicia”.
El sueño de la paz universal concebido al crearse la Organización de las Naciones Unidas ha resultado una quimera. Los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, utilizando el derecho de veto expresado por medio el Consejo de Seguridad, han impedido la aplicación de medidas prontas y eficaces tendientes a detener y sancionar conductas de naciones que violaban los principios básicos en que se fundó la entidad.
León XIV tiene ahora la enorme responsabilidad de traducir sus palabras en acciones y enjuiciamientos morales, como lo reclaman no solo los feligreses de la Iglesia sino la conciencia universal. Si la paz solo puede ser construida sobre bases sólidas de justicia, no puede desconocerse entonces la dura realidad de “los pobres de la tierra”, que incluye a migrantes, marginados dentro de sus propios países, grupos discriminados y excluidos permanentemente por diversas razones tales como género, edad u origen racial.
En un mundo plagado de conflictos e inseguridades, la autoridad moral del pontífice católico está llamada a jugar un papel trascendente, apelando a la conciencia ética de los gobernantes y recordando a sus fieles que deben vivir sus vidas con modestia y solidaridad.
Déjanos tu comentario: