
EDITORIAL. El día después
Las elecciones, aun que el país y las instituciones sigan funcionando, constituyen un alto en el camino que permite que las dirigencias políticas hagan una evaluación no solo de la situación general sino – y esto es lo importante – también de las perspectivas a futuro de los diversos partidos, alianzas, pactos y bloques.
Las elecciones del 26 y 27 de octubre tuvieron un carácter especial, tanto por la obligatoriedad del voto como por ser fundamentalmente de carácter territorial. Al tratarse de comicios centrados en las comunas y en las regiones, los factores locales tienen en general una influencia bastante particular que influyen en la decisión ciudadana.
Como ya es costumbre, en estos casos todos ganan y nadie pierde. Las derrotas habidas se visten como fracasos individuales para que no alteren la visión de conjunto. Sin embargo, hay ciertos datos que surgen claros de los resultados y que deben ser tenidos en cuenta por su incidencia en las determinaciones que adopten las colectividades con miras a las elecciones presidenciales del 2025.
Los sectores de derecha, mirados globalmente, se han consolidado bastante y tienen, por lo tanto, en números, un porvenir bastante auspicioso. Los partidos tradicionales han logrado satisfactorios niveles y su gran debilidad radica hoy en su falta de unidad. Los sectores situados al extremo – socialcristianos y republicanos – han proclamado su voluntad de participar con candidatos propios negándose a aceptar un mejor derecho, según encuestas, de Evelyn Mathei.
Por su lado, el oficialismo, si bien se mantiene dentro de un rango que oscila en torno a un 33%, tiene un amplio espacio para crecer en el mundo de los sectores alternativos vinculados a causas progresistas, animalistas y medioambientalistas. La carencia de liderazgos constituye su talón de Aquiles, factor que compromete su camino hacia la unidad, igual que en el caso anterior.
Ahora bien, si se quiere hilar fino, deben tenerse en cuenta otros antecedentes imprescindibles. El primero de ellos, es considerar que la abstención sigue siendo elevadísima alcanzando a un 15,08% del padrón, cifra que en comicios presidenciales y parlamentarios debiera reducirse. El otro, es que “el partido de los blancos y de los nulos” (electores que concurrieron a votar pero de hecho no manifestaron preferencia alguna) obtuvo números preocupantes: 10,72 para alcaldes; 21,46 para concejales; 25,76 consejeros regionales.
En buenos cuentas, nadie puede responsablemente ni siquiera aproximarse a un pronóstico ajustado.
La democracia chilena pasa por una crisis existencial no solo en el obvio campo político – electoral sino, lo que es en extremo grave, desde el punto de vista cultural, entendido ello como la adhesión a ciertos valores esenciales que cada persona debe necesariamente asumir.
Cuando se dejan de lado actitudes como el respeto mutuo, para abrir camino a la violencia generalizada, estamos demoliendo el corazón del sistema. Al esperar que sea el Estado (gobierno, justicia, policías…) el que asuma la solución de los problemas que vivimos, estamos evadiendo nuestra propia responsabilidad en lo que sucede. Basta observar gran parte de la prensa nacional (papel, digital, tv…) más el mar de las redes sociales, para constatar que existe una verdadera promoción de la agresividad, otorgando espacios preferentes a la difusión exagerada de escándalos, injurias anónimas, etc.
Los precandidatos que desde ya circulan ante la opinión pública, se caracterizan por el uso reiterado de lugares comunes y frases hechas, carentes de contenidos sustantivos, pretendiendo hacer creer a los ciudadanos que todas las cuestiones pendientes, en especial en materia de seguridad y orden público, se solucionarán por arte de magia cuando ellos y sus adláteres lleguen al poder.
Ha llegado la hora de que tomemos las cosas en serio, de que abandonemos los discursos huecos y ramplones y empecemos a construir mayorías amplias y serias con capacidad como para ofrecer al país una propuesta programática viable, presentando una alternativa sobre la cual el Chile real pueda fundadamente pronunciarse.
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