«El Antropoceno nos obliga a repensar no solo nuestra tecnología, sino nuestra ética y nuestra política.»

Bruno Latour.

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Editorial: El eclipse de la democracia

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

“La democracia es el mejor de los sistemas malos y el peor de los sistemas buenos”. El irónico juicio de Winston Churchill no hace más que confirmar que toda obra humana está siempre sujeta al riesgo de defectos y errores. Sin embargo, y he aquí lo trascendente, la democracia, por su propia naturaleza es el régimen que mejor puede garantizar los derechos de las personas y cuya dinámica interna hace posible que una comunidad supere sus problemas.

La aventura republicana de Chile desde sus orígenes estuvo sometida a las vicisitudes de una obra en permanente construcción. Si bien logró establecer un Estado en forma con antelación a todas las naciones latinoamericanas, su orden democrático fue claramente restringido. Durante más de un siglo, el Estado nacional reconoció y amparó una estructura oligárquica que sometió mediante la violencia a los pueblos originarios, que excluyó a la mujer y que relegó a una mayoría significativa de la población al rol subalterno de un subproletariado de mera subsistencia alejándolo del acceso a la vivienda, la salud y la educación.

Las “constituciones políticas” están llamadas a definir la manera en que una comunidad se organiza, de qué forma se relacionan los diversos sectores de la sociedad, cómo se evita que determinados poderes o grupos de presión tomen el control de la vida común. En el caso de nuestro país, el rechazo masivo a una carta fundamental impuesta por la dictadura gremialista – militar que reconocía e institucionalizaba el dominio irrestricto de reconocidos grupos de poder, abrió las puertas para un cambio sustancial permitiéndonos avizorar un horizonte diferente.

Esta oportunidad puede ser clave en la definición de nuestro destino como nación. Para ser claros, todo lo que está en juego depende de la madurez con que enfrentemos este proceso.

La pandemia a nivel global está marcando un cambio de época que, más allá del modelo mismo imperante, tiene dos características gruesas: la irrupción acelerada de la sociedad digital y el inminente cambio en la calidad de las relaciones de la sociedad pos industrial, con la naturaleza y el medio ambiente en general. Ellas implican una nueva forma de desarrollo con todas las consecuencias que esto conlleva. Basta mirar las insuficiencias notorias en el acceso a los medios digitales (en Chile, prácticamente el 40% de la población está privada de estas herramientas) y la actitud de poderosos países (EE.UU., Brasil…) y de enormes conglomerados económicos frente al cambio climático y la explotación de recursos naturales, para entender qué terreno estamos pisando. Entre la exclusión y la amenaza caminará de ahora en adelante nuestra existencia.

Al interior de las sociedades nacionales, por su lado, pareciera ser que el   sometimiento por la fuerza de los pueblos nativos con el consiguiente desconocimiento de sus derechos ancestrales, está tocando a su fin. Asimismo, las migraciones han hecho de la diversidad una realidad que no puede detenerse.

En el complejo mundo emergente, resultará imposible tolerar la persistencia del mercado como herramienta que rige la convivencia humana y probablemente se verá el resurgir el papel del Estado como elemento institucional destinado a proveer y distribuir bienes y servicios con criterios de equidad y justicia. El gigantesco crecimiento de la información y la tecnología, que hasta hace pocos años se visualizó como una amenaza a los derechos y libertades de las personas por parte de quienes ejercen la autoridad política, hoy nos muestra el peligro que implica su apropiación por los grandes conglomerados privados.

Las consideraciones precedentes, nos debieran impulsar a la configuración de un nuevo tipo de Estado que internalice la relación entre “gobernantes” y “gobernados” que se ha ido corroyendo paulatinamente en medio de una democracia de papel carente de sustancia.

Se equivocan quienes creen que un nuevo orden puede instaurarse por el camino de la vocinglería y el amedrentamiento. La experiencia histórica nos enseña que el triunfo de la violencia –si lo logra – es efímero y que, si como nación buscamos la edificación de una “casa común”, es indispensable buscar puntos de encuentro.

Estamos viviendo en una sociedad hondamente fracturada en la que yo no somos capaces de reconocer a quien piensa diferente. Como en las casi olvidadas clases de álgebra en que se nos enseñaba que para trabajar con fracciones era necesario buscar un “mínimo común múltiplo”, salir adelante nos exige buscar un mínimo de valores fundamentales en que todos nos reconozcamos y que todos respetemos.   

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1 Comentario en Editorial: El eclipse de la democracia

  1. Muy de acuerdo con lo expresado en esta nota editorial. Veo que ese «mínimo común múltiplo» se encuentra entre todos los ciudadanos independientes de verdad (digo ‘independientes de partidos políticos’, sobre todo de los tradicionales de todo el espectro), que se manifestaron masivamente tras el estallido del 18-O / 2019 y que protagonizaron el 80/20 del plebiscito por una Nueva Constitución ¡con Convención Ciudadana 100% elegida por el pueblo soberano!, que dejó poco menos que paralogizada a izquierdas y derechas. Espero que se pueda lograr la meta, a pesar de todos los obstáculos que intentan poder en el camino los conocidos de siempre.

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