
EDITORIAL. Epidemia de Derechos Humanos.
La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, luego de ser una proclama en favor tajante de los derechos de las personas en todo el mundo, y de un período inicial en que su violación avergonzaba a gobernantes de izquierda y de derecha, hoy, paradojalmente se ha transformado en una epidemia que las dictaduras y los gobiernos autoritarios que se encaminan hacia allá, combaten sin titubeos aplicando de inmediato las medidas profilácticas indispensables para detener ideas que se estiman peligrosas.
Por décadas nos acostumbramos a un mapa mundial con áreas opresivas identificables: Unión Soviética, República Popular China, Corea del Norte, Alemania Democrática, Cuba y otras naciones de Äfrica y el mundo Ärabe.
Hoy han irrumpido otras, como Venezuela y Nicaragua, naciones que, amparadas en su génesis como gobiernos democráticos, han caído en una deriva totalitaria que oscurece el horizonte.
En América, la pandemia de los derechos humanos ha infectado claramente a la República de El Salvador, cuyo gobernante Bukele hace ostentación de mantener en su país la cárcel más grande del planeta. Electo y motivado por la frente presencia en el territorio de grandes organizaciones criminales – las “maras” – mantiene hoy a 85.000 personas encarceladas en las peores condiciones, sin cargo formal alguno ni derecho a juicio. De hecho, el régimen no castiga a los terroristas sino que aterroriza a todos los ciudadanos, logrando así “la paz de los cementerios”.
Peor aún, según lo que se puede vislumbrar, es el caso de los Estados Unidos de América. Autoproclamados como los campeones de los derechos humanos y defensor de las libertades civiles, su labor como policía planetaria (salvo que se tratase de “dictaduras amigas”) era teóricamente consecuente. Pero, bajo el inefable Trump todo ha cambiado. Un desquiciado presidente, amparado en la inmunidad que le brinda una mayoría republicana en el Congreso, lleva casi cuatro meses gobernando por medio de “órdenes ejecutivas” como tantos tiranuelos caribeños. Expulsando personas a diestra y siniestra, amenazando a todo ciudadano que ose manifestarse en pro de la causa palestina, cercenando poco a poco la libertad de prensa, por el momento sus afanes se centran en castigar a universidades e instituciones que se nieguen a someterse. Harvard, uno de los planteles más prestigiado académicamente del mundo, ha recibido la orden de adecuar sus programas de estudios erradicando toda idea “liberal – progresista” o crítica a la gestión de Netanyahu en Israel, de deshacerse de sus 7.000 estudiantes extranjeros de inmediato imputándoles “al bulto” la calidad de promotores el terrorismo. Asimismo, la Universidad deberá controlar el curriculum y las ideas y publicaciones del cuerpo académico bajo amenaza de nuevas sanciones.
La asonada neofacista no tiene escrúpulos ni vergüenzas. Mientras Netanyahu prosigue su inmisericorde proceso de limpieza étnica, con miles de muertos inocentes víctimas de la carencia de alimentos y medicinas, asesinando fríamente a diplomáticos y voluntarios de la Cruz Roja, Trump y su cáfila de secuaces se empeñan en la limpieza ideológica como política constante del país de las libertades.
La prensa conservadora en Chile termina siendo la encubridora desvergonzada de estos procedimientos. Los atentados a la libertad de prensa se esconden, o se informan suavemente pero no se condenan, los atropellos a la autonomía académica, igual, los crímenes del ejército israelí se perdonan, las postulaciones presidenciales de extrema derecha se igualan comunicacionalmente con las del liberalismo clásico.
¿Qué podemos hacer entones? ¿Resignarnos, sometiéndonos a lo que suceda, ya que no podemos manejar estas situaciones?
NO. Definitivamente NO.
Tenemos el deber moral ineludible de defender la sacralidad de la causa de los derechos humanos. Decirlo y manifestarlo en todos los frentes.
Nuestros hijos, y todos los que vengan después, nos lo agradecerán.
En caso contrario, nos reprocharán nuestra cobardía y nuestro silencio.







Valiente y certero el editorial de hoy. El ecofascismo advertido por el gallego Carlos Taibo está avanzado a pasos agigantados hacia el Apocalipsis planetario.