«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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Editorial. La cantinela de los Derechos Humanos.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Es curioso, y no deja de llamar la atención.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948 en la esperanza de que se transformara en un punto de encuentro de todos los pueblos del mundo, sigue hoy, noventa y dos años más tarde, siendo una fuente permanente de conflictos.

Una importante parte de la población mundial vive a la fecha sometida a regímenes autocráticos o claramente totalitarios, bajo los cuales se hace imposible lograr que ese mínimo común de valores pueda ser respetado. Más allá de esa realidad incuestionable, resulta verdaderamente escandaloso el largo proceso cultural que se ha vivido (no olvidemos que una parte esencial de la cultura está definida por la forma en que cada uno de nosotros se relaciona con los demás seres humanos) y que, en vez de reafirmar la vigencia de ciertos principios básicos, se ha esforzado por relativizarlos buscando excusas y pretextos para explicar y justificar los atropellos y violaciones que hacen escarnio de la dignidad de las personas.

Como el planeta es redondo, en este terreno terminan encontrándose y coincidiendo los extremismos de izquierda y de derecha ya que no razonan en base a valores que debieran ser considerados permanentes y universales sino a realidades fácticas que aprecian según sus conveniencias políticas puntuales.

Así, si nos damos el tiempo necesario para revisar el pasado reciente, es posible constatar que los civiles que fueron partícipes de la dictadura militar (a los que el ex presidente Piñera motejó como “cómplices pasivos”) y sus herederos políticos, insisten, salvo minoritarias excepciones, en dar todo tipo de argumentos falaces para justificar los millares de víctimas que dejó el régimen.

Por otra parte, en el otro extremo del puzle, sectores autodefinidos como “de izquierda” y que sufrieron las consecuencias más duras de los abusos y arbitrariedades ya mencionados, ahora persisten en una actitud que a todas luces resulta ilógica e inconsecuente.

En los últimos días, el gobierno del presidente Boric ha recibido el ataque implacable de los más altos líderes de dos de las dictaduras populistas de actualidad en América Latina.

A raíz de su participación en la Asamblea General de la ONU, Diosdado Cabello (el cerebro detrás del trono en Venezuela) ha dicho que al mandatario chileno “le gusta ir por el mundo hablando de derechos humanos… ¡Un inmoral es! Manda a sus carabineros a que atropellen y repriman al pueblo de Chile… Este papel le gusta más Ser un represor. Ridículo y bobo para quedar bien con los gringos… Es un “gafo” (“persona de poca inteligencia que hace o dice torpezas, según el Diccionario”)

Codo a codo, Daniel Ortega, de Nicaragua, ha dicho “Su gobierno quiere recibir aplausos del imperio yanqui y de algunos gobiernos de la Unión Europea… salen allí como perritos falderos… tienen (en Chile) un régimen constitucional, golpista, terrorista”.

Las expresiones referidas por supuesto que no sorprenden. Constituyen la respuesta esperada de quienes son incapaces de argumentar y de reconocer que al día de hoy, teniendo el poder absoluto en sus manos, actúan de la misma forma en que lo hicieron quienes les antecedieron.

Lo que sí sorprende, es la actitud del Partido Comunista. Esta colectividad, que sistemáticamente da a conocer saludos laudatorios para los regímenes de Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, es en este momento parte da una de las coaliciones que sustenta al actual gobierno y, por tanto, tendría la obligación moral y política de responder clara y categóricamente a las imprecaciones de “sus amigos”. Sin embargo, ha optado por el silencio oportunista y, en gran medida, desleal.

El filósofo francés Jacques Maritain escribió en un momento que “la gran tragedia de la democracia es no haber podido realizar la democracia”. Precisamente, de lo que se trata es de salir de una democracia de papel, expresada en la emisión periódica de un voto en una urna, para avanzar hacia una democracia sustantiva en cuya esencia misma está la doctrina y la práctica de los derechos humanos. Si no somos capaces de comprender esto, y de vivirlo en nuestras vidas personales y políticas, estaremos socavando lo esencial de una sociedad más humana.

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