¿Hay otra forma de hacer las cosas?
Esteban Lobos, analista económico.
Habitualmente, los medios de comunicación social entregan cifras e indicadores económicos que, al común de los mortales, muy poco le dicen. En general, salvo el caso del desempleo y la cesantía, los números relativos a las tasas de crecimiento, niveles de inversión, rentabilidad, utilidades de bancos y empresas, constituyen un lenguaje críptico bastante difícil de entender. Pocos analistas entregan una visión de la estructura de la economía nacional, las razones que la justifican, sus beneficios y riesgos. Menos aún se plantean siquiera la posibilidad de una economía alternativa.
La economía chilena, es una economía “abierta”. Probablemente, sea la que mantiene el mayor y más variado número de tratados de libre comercio del mundo. Esto es bueno para los consumidores –que pueden adquirir bienes importados no afectos a impuestos aduaneros – pero no tan bueno para la manufactura nacional que ve llegar artículos provenientes especialmente de países de Oriente, a precios con los cuales le es imposible competir.
La economía chilena sigue siendo una economía primaria, cuyas exportaciones están constituidas por productos que llevan incorporado bajo valor agregado:
Cobre y minerales en general, celulosa y madera, fruta, harina de pescado.
En el plano interno, se experimenta un grave deterioro de la industria elaboradora que ha ido mermando su presencia paulatinamente y que ha cedido su espacio a dos importantes actividades: la financiera y el “retail” como se denomina hoy, con siutiquería, al comercio minorista, ambas muy íntimamente ligadas y con altísimos niveles de rentabilidad que con frecuencia bordean la usura. La construcción es un área que sigue siendo importante, que se ha modernizado tecnológicamente, que da trabajo y que se muestra bastante consolidada.
La mediana y pequeña empresa, pese a que está llamada a innovar tecnológicamente y a generar un gran volumen de empleos de calidad (como sucede, por ejemplo en la zona italiana de Emilia Romagna), se mantiene a un nivel muy cercano a la línea de flotación y su desarrollo está entrabado por sus dificultades para acceder al crédito, por el alto costo que éste tiene, y por los problemas de acceso a los mercados (comercialización).
El “Estado subsidiario” ha limitado su papel a la generación de estructuras burocráticas de asesoría y publicidad, a la simplificación de trámites y a procurar hacer creer que todo trabajador es un empresario innovador en potencia, capaz de una autoproducción ilimitada si se lo propone, como denuncia el filósofo de origen coreano Byung- Chul Han.
La tecnocracia economicista se mueve básicamente en torno a dos extremos:
El neoliberalismo (que en su esencia responde al principio del “catch as catch can”, o sea “agárrate como puedas”) y el estatismo (válido como concepto pero que ha demostrado, en la práctica, peligrosos niveles de politización y de ineficiencia). Uno y otro, por supuesto, han procurado morigerar sus aristas más duras. Su mayor éxito ha estado en convencer a todos de la idea de que no hay otros caminos posibles logrando que hasta la academia universitaria se inhiba de explorar siquiera modelos alternativos.
¿Es posible ir desarrollando una economía más humana, más solidaria, más democrática en el país?
El cooperativismo es, sin duda, un buen punto de partida. Frecuentemente criticado por utópico e ineficiente, sigue subsistiendo en las áreas del ahorro, del consumo y de la producción (Colún). Ahogado financieramente bajo el Gobierno Militar (supresión del Instituto de Financiamiento Cooperativo, IFICOOP), privatizado (UNICOOP /Unimarc), encerrado en una maraña burocrática, tiene notorios problemas para crecer y desarrollarse. Es llamativo constatar que las modificaciones a la Ley de Cooperativas de reciente data, no han merecido hasta ahora ni siquiera mínimas menciones de prensa. Pregunta: Habiendo constancia de que uno de los más graves problemas de las pequeñas y medianas empresas está en su acceso a los mercados ¿No sería posible generar en el país una gran red nacional de comercialización, de buen nivel, levantada mediante este sistema? Su implementación básica implicaría simplemente el desplazamiento de recursos públicos desde las ya mencionadas estructuras burocráticas poco eficaces. Cabe tener presente que el cooperativismo, poco relevante en Chile, representa porcentajes superiores al 20% de la actividad económica en países como Holanda y Alemania.
Otro campo, abandonado también desde la consagración del ideologismo neoliberal, es el de las empresas mutuales. Las Asociaciones de Ahorro y Préstamos, creadas en 1960 (Gobierno de Jorge Alessandri) gracias a los estudios e iniciativas del ingeniero Raúl Sáez, constituyeron un aporte significativo al acceso a la vivienda para los sectores medios. Suprimidas como consecuencia de las presiones de bancos y empresas constructoras que anhelaban copar esta área, demostraron con creces ser una buena suma de esfuerzo personal, ahorro y socialización sin fines de lucro. ¿Una economía solidaria podrá hacerlas renacer? ¿Podrá su modelo ser replicado, con las adaptaciones indispensables, al campo de la salud, liberando al Estado de la sobreexigida demanda en este terreno y a los usuarios de ser víctimas constantes de quienes han tomado la salud de las personas y de las familias como “una industria con fines de lucro?
¡Qué bueno sería que nuestros tecnócratas, investigadores e intelectuales, se detuvieran a reflexionar sobre la posibilidad de una economía diferente, más humana, más solidaria!
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