El mundo es muy complejo, míster Trump.
Esteban Lobos, analista económico.
En comentarios anteriores, hemos tratado de explicar de la forma más simple posible cómo funciona la economía procurando así que las personas tomen razonada conciencia de lo que sucede a su alrededor y no se dejen engañar por cantos de sirena que sólo les muestran una cara de la medalla. Así como en la vida doméstica el nivel de gasto, el nivel de ahorro, la inversión en bienes de consumo o de producción constituyen opciones que legítimamente se pueden tomar, no es posible olvidar que toda decisión tiene consecuencias.
Hace algunas décadas, era frecuente, tanto en Chile como en muchas naciones, que las funciones políticas fuesen confiadas preferentemente a los abogados o personajes de profesiones afines. Hoy es difícil concebir un Gobierno y un Poder Legislativo en que haya una ausencia de economistas. Precisamente cuando tales casos se dan, los “ministros de hacienda” se transforman en los zares del poder y terminan siendo quienes adoptan, por sí y ante sí, las decisiones más relevantes. Ello conlleva dos problemas: uno, que a estos caballeros nadie los eligió y, por lo tanto, no tienen una responsabilidad directa que asumir frente a la ciudadanía sino únicamente frente a quién lo designó; el otro, que existe en ellos la creencia de que la economía es una ciencia exacta con fórmulas y respuestas únicas, olvidando que cada medida es una alternativa posible entre varias, por supuesto con resultados políticos y sociales.
Donald Trump es aparentemente un empresario exitoso. A su respecto podría decirse “por sus millones lo conoceréis” o, desde el punto de vista de sus adversarios, recordarse la clásica afirmación de que “detrás de toda gran fortuna hay un crimen”. El presidente del país más poderoso del planeta está lejos de ser reconocido como un hábil economista y más bien es visto como un emprendedor audaz, bastante inescrupuloso y que, lamentablemente, se ve obligado a cargar sobre sus espaldas con una sarta de sucesivas bancarrotas medio artificiales y con una no clara conducta tributaria.
No cabe duda alguna que Trump es hábil. Enfrentado a Hillary Clinton en una dura contienda electoral, no se enredó como ella en explicar los matices y las complejidades de la sociedad contemporánea sino que entregó a los electores estadounidenses una visión maniquea del mundo, simplificada al máximo para tocar su corazón y su bolsillo. Perdió – ¡ qué duda cabe! – pero logró ganar en los estados que le interesaban y que le dieron los votos electorales suficientes como para hacerse del poder.
En el campo económico, sus afirmaciones fueron categóricas. El país que más abogó en la historia por la liberalización y la globalización, ahora aparece como el líder del proteccionismo. Obligaremos a las empresas estadounidenses a radicarse dentro del país, pondremos fuertes impuestos a los productos extranjeros para proteger nuestras fuentes de trabajo, fueron algunas de sus afirmaciones. Los trabajadores de un decadente Chicago, obnubilados por la promesa de que su ciudad volvería a ser la capital mundial de la industria automotriz, le siguieron encantados como los roedores del cuento tras la música de la flauta de Hamelin.
Un documentado reportaje de la Deutsche Welle, hace algunos días entregó cifras con las que la realidad golpea a la demagogia. Un 6,3 % de la producción de automóviles de la Unión Europea se comercializa en los EE.UU., en tanto que un 13,6% de la producción estadounidense se comercializa en Europa. Los automóviles estadounidenses no son de fabricación estadounidense sino que sobre un 40% de sus componentes provienen de diversas naciones: India, México, Corea, China, etc. Si a las empresas se les obligara, como amenaza el inefable Trump, a usar componentes fabricados en los EE.UU. para crear trabajo dentro de los EE.UU., sus costos aumentarían tan significativamente que “el automóvil estadounidense” prácticamente no podría competir fuera de sus fronteras.
Estados Unidos, tal como Alemania y Japón entre otros, es uno de los líderes mundiales en creación de tecnología. Específicamente, California, uno de los opositores más acérrimos del magnate, concentra los equipos multidisciplinarios más creativos del mundo del futuro. Por eso, las empresas radicadas en ese estado han puesto el grito en el cielo ante la eventual prohibición o límites a la inmigración procedente de ciertos países. Precisamente las universidades, institutos y centros de investigación de esta poderosa economía estadual, han sabido reclutar a los mejores cerebros del mundo para sostener y acrecentar la investigación que avizora el mundo del futuro.
La demagogia electoral de Trump ataca y encara los aspectos del problema que se ven a simple vista pero su pueril mirada no alcanza a vislumbrar las aristas complejas de un fenómeno. Su loquera irresponsable, denunciada ya por siquiatras de su país, si no se la contiene, tendrá inimaginables consecuencias a largo plazo. El mundo exterior a los EE.UU. vivirá otra realidad “after Trump”. Ojalá en Chile se trabaje oportunamente para prever los efectos que ello tendrá en nuestra modesta y provinciana existencia.
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