«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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El Camino de la Belleza

En mi caminata de ayer, última del año que ya se fue, pasé al lado de lo que se ve en la foto, y como seguramente «todo el mundo», en principio no pensé gran cosa, salvo que se veía bonito. Después, no es que haya pensado gran cosa tampoco, pero me trajo a la memoria algo que cita Maynard Salomon en su biografía de Beethoven y que, si llegan hasta el final, conocerán.

Por lo pronto me volví a observar y tomar la foto, sin haber decidido entonces nada más que observar un poco, pero hoy me pareció que era algo que podía escribir, y aquí estamos.

El asunto es que alguien hizo ese sencillo arreglo, esa acomodación de piedras que -al menos las blancas- no están disponibles ahí, de modo que ese alguien las consiguió, las trajo, y se dio el trabajo de acomodarlas en ese círculo tan protector como las espinas de la rosa del «Principito», pero que como ellas, aportan lo suyo. También el asunto es que ese trabajo lo hizo alguien en un parque público, destinado a gente que no conoce, y que tal vez ni siquiera repare en ello, pero lo hizo. Desconozco si fue obra de quienes prestan el servicio de mantención de los parques, pero me parece que no, ya que el ornamento sólo lo vi en dos círculos contiguos, rodeando sendos brotes de nuevas plantas enfrentándose a nuestro clima, nuestra indiferencia, y no pocas veces, nuestra maldad.

Me gusta pensar que fue obra de alguno de los vecinos del sector, de esos mismos que cortan envases plásticos para dejar agua para aves y perros que no son suyos, me gusta porque significa que hay alguien que aún quiere hacer gratis algo por los demás, e incluso permanecer anónimo, lo que es mejor todavía. Y si fuera un trabajador asalariado el de la obra, también tiene el mérito infrecuente de querer hacer las cosas bien, para beneficio de los demás. O sea, como se mire, para mí es pura ganancia para el prójimo, porque hay ahí, en esa selección de las piedrecitas blancas que lucen armónicas, un gesto deliberado, y en la colocación de cada una, veo al realizador decidiendo el mejor ángulo, la distancia justa, la aspiración por la geometría perfecta, y en todo ello, un acto de amor por las flores más sencillas, las que crecen inadvertidas y no son veneradas por nadie, y también esas otras flores sencillas que en estos tiempos aún eligen caminar los parques y respirar el aire sin acondicionador de nuestro espacio infinito.

Tal vez otros no vean nada de lo que yo veo ahí, está bien: así son las cosas y cada uno elige –si es que puede– en qué poner su atención y su vida, pero en realidad lo primero que pensé cuando decidí darme vuelta a observar y tomar la foto, fue la ilusoria idea de que aún hay esperanza, de que aún alguien –pagado o no– hizo algo por los demás, y lo hizo no sólo bien, si no que aportando su idea de belleza.

Y es que ahí está la cosa, en las palabras de Maynard Salomon refiriéndose a la Novena Sinfonía de Beethoven (que es mi rito de Nochevieja – Año Nuevo):

«…si perdemos nuestra conciencia de los dominios trascendentes del juego, la belleza y la fraternidad que se expresan en las grandes obras afirmativas de nuestra cultura, si perdemos el sueño de la Novena Sinfonía, no nos queda ningún punto de apoyo contra los terrores absorbentes de la civilización, nada que oponer a Auschwitz y Vietnam como paradigma de las posibilidades de la humanidad. Las obras maestras del arte poseen un excedente de energía constantemente renovable –una energía que aporta una fuerza motivadora a los cambios en las relaciones entre los seres humanos– porque contienen proyecciones de las metas y los deseos humanos que aún no se realizaron (y que incluso pueden ser irrealizables). De acuerdo con la formulación de Max Raphael: «La obra de arte mantiene el poder creador del hombre en una suspensión cristalina a partir de la cual de nuevo puede transformarse en energía viva»; Beethoven no desconocía tales ideas, pues escribió: «Sólo el arte y la ciencia nos ofrecen los atisbos y las esperanzas de una vida superior». Para los partidarios de Kant, Schiller y Goethe, la misión del arte era sin duda conducir a la humanidad a una armonía interior y a un orden social que permitiera el desarrollo sin ataduras de lo universalmente humano, «la realización de las posibilidades bellas» (Goethe). El descubrimiento de la naturaleza anticipatoria y trascendente del arte fue la obra de la estética clásica alemana. En la Crítica del Juicio, Kant sostuvo que el hombre es «el único ser en la tierra que posee… la capacidad de proponerse fines que él mismo elige». Así, Schiller propuso que el artista «multiplique… los símbolos de perfección hasta que la apariencia triunfe sobre la realidad, y el arte sobre la naturaleza». Los símbolos de perfección –lo que Schiller denominó «las efigies del ideal» — la Novena Sinfonía y los últimos cuartetos, el llamado de la trompeta de Fidelio, el Heiliger Dankgesang, el Paraíso Festivo de la Séptima Sinfonía, la Resurrección de Baco en la Heroica, todos estos pasajes mantienen viva la esperanza de la humanidad y alientan la fe en las posibilidades de renovación humana. Hegel escribió que «los defectos de la realidad inmediata son el factor que nos impulsa hacia adelante, inevitablemente, hacia la idea de la belleza del arte»; quizá sea así, pero Schiller expresó su propia opinión y la de Beethoven cuando percibió el desenvolvimiento del proceso contrario: «Para llegar a una solución incluso del problema político, es necesario recorrer el camino de la estética, porque precisamente a través de la belleza llegamos a la libertad.»

AMCC

Punta Arenas, 01 de enero de 2025

[*] N. del E.:

«Heiliger Dankgesang» es una frase alemana que se traduce como «Canción de acción de gracias a la Deidad, de un convaleciente en modo lidio». Es el título del tercer movimiento del Cuarteto de cuerda Nº 15 de Ludwig van Beethoven, Op. 132, también conocido como el cuarteto Heiliger Dankgesang.

El movimiento es una oración personal de agradecimiento que Beethoven compuso después de recuperarse de una enfermedad que amenazaba su vida. Se considera el centro emocional de la pieza y, a menudo, se lo considera uno de las piezas más destacados de toda la música.

El movimiento tiene una duración de 20 minutos y se caracteriza por un tempo “molto adagio”. Se compone de una serie de movimientos humorísticos más cortos a cada lado y un movimiento más largo, rápido y serio en cada extremo.

Grabación del Heiliger Dankgesang: https://youtu.be/c_kdyOD7p4M

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