«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

El problema de la desvergüenza

El Diccionario de la Lengua definió así la palabra “desvergüenza”: “Falta de vergüenza,… descarada ostentación de faltas y vicios,… dicho o hecho impúdico o insolente”. Y el término “impúdico”, como sin pudor, sin recato”.

En nuestro país, que sufre una crisis generalizada, la opinión pública ve con verdadero asombro como su clase política se sigue desenvolviendo  sin el más mínimo respeto a la ciudadanía y a los problemas del Chile real.

En la semana que recién termina hemos visto dos casos dignos de mención.

La diputada del Partido Humanista Pamela Jiles, ensoberbecida por la popularidad que está marcando en las encuestas precisamente por haber promovido el retiro de sucesivos diez por cientos de los fondos previsionales que las personas mantienen en sus cuentas en las AFPs, hizo saber que presentaría un nuevo proyecto – el cuarto – sobre la materia. Bien o mal, ella está en su pleno derecho como parlamentaria a presentar todas las iniciativas que se le vengan a la cabeza. Lo desvergonzado es que el anuncio sea hecho por su jefe de gabinete Pablo Maltés (funcionario administrativo del Congreso, remunerado con fondos fiscales), quien es su pareja sentimental y también candidato a Gobernador por la Región Metropolitana pero que no tiene nada que ver con el proceso legislativo.

La Presidencia, por su lado, transita por una incesante etapa de desgobierno que se prolonga por casi veinte meses. Chile Vamos, la coalición política en que se sustenta el gobierno, sufre estertores que no permiten buenos presagios.

Al concluir la tramitación del proyecto que autorizaba un tercer retiro de fondos previsionales, iniciativa que contó con el apoyo de un significativo número de parlamentarios oficialistas en una situación de “desbande” pocas veces vista, Piñera anunció que recurriría nuevamente al Tribunal Constitucional y decidió presentar a última hora un proyecto alternativo con su patrocinio. Al efecto, dispuso para el domingo 25 de abril una presentación por cadena de radio y televisión. En la ocasión, no solo se acompañó de ministros y presidentes de partidos sino que, con la torpeza del impúber que no mide las consecuencias de sus actos, invitó a todos los precandidatos presidenciales de su sector. Joaquín Lavín, Evelyn Matthei, Sebastián Sichel y Mario Desbordes. Ignacio Briones tuvo la sensatez de excusarse y no fue parte del espectáculo. El problema es que los cuatro asistentes, como todo el mundo lo sabe, forman parte del ramillete de precandidatos a la presidencia de la derecha gobernante y la dama de la lista es además candidata a alcaldesa por la comuna de Providencia. El hecho de utilizar una cadena nacional en un tonto esfuerzo por mostrar unidad política, constituyó a fin de cuentas un inaceptable y poco ético acto de intervención electoral.

Los ciudadanos, que padecen a diario las consecuencias de la pandemia y de la amplia gama de medidas restrictivas que cada jornada impone la autoridad y que se ven afectados no solo en lo personal sino también en lo familiar, en lo laboral, en su salud mental, tienen el legítimo derecho a preguntarse: ¿Es correcto que estos personajes sigan utilizando sin vergüenza recursos públicos para financiar sus aventuras personales o para tratar de justificar sus errores?

La situación es demasiado complicada y dolorosa como para guardar silencio.

Hay quienes quieren hacer creer que los problemas nacionales se resolverán en la próxima elección de convencionales constituyentes o en los comicios presidenciales de fin de año, como por arte de birlibirloque. Nada más alejado de la realidad.

Ya lo hemos planteado en hartas ocasiones. Más allá de quienes sean los responsables, estamos siendo parte de una sociedad gravemente fracturada, y quienes pretendan atizar el fuego recurriendo a populismos oportunistas y trasnochados o quienes pretendan continuar en el poder para seguir haciendo lo mismo, simplemente no están leyendo bien la lección que nos dicta la realidad.

El desafío que tenemos por delante es claro e impostergable. Se trata, por sobre todas las cosas, de tener la capacidad de reconstruir el sentido de comunidad y, por tanto, de entender que nuestro destino personal y familiar está inexorablemente ligado al destino de los demás. Es inconcebible imaginar la subsistencia de una nación en la que los sectores sociales de más altos ingresos se han transformado en castas cuya única rezón de vida es el lucro incesante y en que los sectores más vulnerables sobreviven en medio de la incertidumbre que les significa no saber si en el día de mañana o en la próxima semana tendrán lo básico para comer.

Resulta grotesco recordar que tras la explosión social de octubre de 2019, la propia Primera Dama, bastante asustada por la rebelión de los “alienígenas”, le comentó angustiada a una amiga: “Parece que vamos a tener que renunciar a algunos privilegios”. Es decir, la señora Morel a la fecha temía absolutamente claro que tanto su familia como su círculo social gozaban de “ventajas exclusivas o especiales” que no estaban ni remotamente al alcance del común de los mortales. Y es muy probable que el tema lo haya conversado con su marido.

Cuando hoy se plantea el establecimiento de un impuesto de 2,5% a los “super ricos”, ni el Presidente ni ninguno de los 1.406 privilegiados eventualmente afectos al tributo, han abierto la boca para decir “estoy de acuerdo”. Esa sola frase habría constituido un ejemplo moral. Desgraciadamente, la oportunidad se la llevó el viento.

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