«El Antropoceno nos obliga a repensar no solo nuestra tecnología, sino nuestra ética y nuestra política.»

Bruno Latour.

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El valor de la comunicación en las comunidades educativas

Héctor Cárcamo Vásquez

Referente Académico del Centro de Intervención e Investigación Social de la Escuela de Trabajo Social (CIISETS) Investigador Grupo Familia, Escuela y Sociedad (FESOC) Universidad del Bío-Bío, Sede Chillán

La experiencia pandémica ha dejado al descubierto una serie de problemas de tipo estructural en el contexto chileno, fragilidad en los empleos, hacinamiento, problemas de conectividad, desigualdad educativa, por mencionar solo algunos.  Pero más que detenernos en los problemas ya latamente abordados por diversos medios quisiera centrar la atención en lo que acontece en el campo escolar, la escuela.

A este respecto, variados han sido los temas abordados en tiempos de COVID, que si debe haber promoción automática de los y las estudiantes o no, que si deben imprimirse o no los materiales, que si se debe suspender o no la colegiatura, que si se debe ajustar el currículum o no, pero poco o nada se ha planteado respecto de la configuración de un espacio comunicativo que facilite el encuentro entre los diversos agentes que conforman este campo escolar (directivos, profesorado, estudiantes y sus familias). Precisamente, en el campo escolar este escenario extraordinario de pandemia ha evidenciado una tarea pendiente en la forma de comunicarnos para hacer escuela.

Estudios desarrollados en Chile (Gubbins, Ugarte y Cárcamo, 2020) y España (Garreta y Maciá; 2017) han develado el valor que tiene el desarrollo de acciones comunicativas conscientes e intencionadas por parte de la escuela; ya que la manera de comunicarnos condiciona la forma en que nos relacionamos. En tal sentido, la elaboración de planes de comunicación por parte de los establecimientos educacionales se torna una necesidad.

De acuerdo a Maciá (2018), los planes de comunicación que los establecimientos educacionales elaboren deben atender a seis dimensiones. La primera corresponde a una dimensión de contenido (¿qué se comunica?), la segunda refiere al agente (¿quién comunica?), la tercera alude al espacio (¿dónde se comunica?), la cuarta centra la atención en el formato y el canal (¿cómo se comunica?), la quinta dimensión a la temporalidad (¿cuándo se comunica?) y, por último, la sexta dimensión refiere al sentido y significado (¿por qué se comunica?).

Sin lugar a dudas, la elaboración de un plan de comunicación no puede ser realizada entre cuatro paredes y luego impuesto a una comunidad, más bien requiere ser desarrollado participativamente. Poniendo el acento en el enfoque interaccional-pragmático las comunidades educativas se hacen conscientes de la necesidad de comunicarse adecuadamente (en forma y contenido) proporcionando las bases para transitar hacia una cultura del dialogo o, dicho de otro modo, hacia una racionalidad comunicativa tal como nos lo presentara Habermas (1984).

En consecuencia, la elaboración de planes de comunicación por parte de los establecimientos educacionales redunda en una amplia gama de beneficios, entre los cuales destacan incremento de la participación, mayor implicación de las familias con la escuela y los procesos de escolarización de niños y niñas, fortalecimiento de la gobernanza escolar y la promoción de una cultura ciudadana activa consistente con lo que demanda la Ley 20.911.

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