«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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ÉLITE Y NO VIOLENCIA

Por estos días es ya casi un lugar común, el llamar a erradicar la violencia de las protestas sociales en curso, y tal vez esté muy bien, a nadie le va a sonar feo, y mal que mal, casi todos queremos vivir en paz, de modo que -para muchos- con eso está cumplido el rito, ya soy una persona de bien, un amante de la paz.

El problema, desde mi perspectiva, es que esa magnánima actitud suele quedarse en el reclamo por los síntomas, y en ningún análisis conducente, de la enfermedad. Y esa es tal vez una buena analogía: si la medicina se hubiera conformado con detectar los síntomas, y ver como aplacarlos, probablemente la mortandad actual sería como la de la Edad Media; pero no, la ciencia no se conforma con los síntomas, le importan las causas, porque sin entenderlas, no logrará jamás una cura.  El “sana, sana colita de rana”, ha probado ser tan efectivo, como las declaraciones que condenan la violencia.

Pero, vamos viendo: En primer lugar ¿Alguien de verdad cree que sus llamados a dejar la violencia de lado, es escuchado por los tipos que están, por una razón u otra, metidos de lleno en ella? Si eso funcionara, el conflicto palestino, se habría acabado hace rato, por poner sólo un ejemplo. Les tengo malas noticias: los violentistas no vuelven del saqueo o la barricada, a leer nuestras columnas.

En segundo lugar, pero para mí más importante, estos llamados los suele hacer una cierta élite, el grupo social al que yo mismo tal vez pertenezco (en el peldaño de abajo seguramente, pero ahí estoy: no tengo grandes deudas, llego a fin de mes, no me cortan los servicios, llegué a la universidad, leo de corrido, como tres veces al día, mi familia tiene lo necesario, y hasta algunos gustos nos damos), ese grupo es el que precisamente echa de menos el semáforo, le espanta la barricada, y con natural horror, ve que la cosa se puede desbocar a tal punto, que hay que llamar a parar la violencia, y si es necesario, con más violencia, pero de la mía, esa en que a diferencia del que está en la barricada, no requiere que yo me ensucie las manos, pase susto, o me arriesgue a nada. Esa está bien, mal que mal, es MI violencia, y la puedo justificar como un “mal necesario”.

Nuestra élite, esa a que con diversos pergaminos, todos desean pertenecer, y que es una cosa variopinta entre mercaderes exitosos, empresarios con buen ojo para apañarse una empresa privatizada, gentes con apellidos añejados en los lagares de sus viñas, intelectuales con o sin “papers”, columnistas de prosapia, y un guirigay difícil de seguir detallando, esa élite acudió a los mejores colegios, pasó por las universidades “tradicionales” y hasta se dio una vuelta de posgrado en el extranjero y sin embargo no aprendió nada.

¿De qué otra forma explicarse que, habiendo estudiado con grandes profesores, sepan tan poco de las dinámicas sociales, que son tan viejas como el hilo negro? Pareciera que nunca hubiesen oído hablar de la Revolución Francesa, o se la imaginan no mucho más desordenada que el cuadro de Delacroix, tan lindo que vieron en el Louvre, y en que claro, no aparece la cabeza de Luis XVI rodando bajo la guillotina. No, definitivamente la Revolución Rusa tampoco les dice nada, ni tantos otros levantamientos y “matánzicas que tiene la histórica”, como diría la Sra. Violeta de Cereceda, de las cuales ninguna ha sido por exceso de satisfacción de la plebe.

No, definitivamente no aprendieron nada, ni se imaginaron que mientras acumulaban privilegios a punta de martingalas, otros acumulaban desazón, frustración, dolores, y que estos sentimientos no maduran tan bien como los vinos en los lagares familiares, sino que se vuelven agrios, indigestos, y producen hinchazones que dan rabia.

Todos sabíamos desde hace rato, que en Santiago y otras ciudades, hay sectores en que la policía no entra, por temor o por arreglines, que hay guetos en que la pobreza honrada, vive sometida al delincuente y al traficante. Creamos en todos estos años, lo que Marx y Engels definieron como el “lumpenproletariat”, esa sub clase sin conciencia de clase, y dominada por instintos de baja categoría que, en todo estallido social, hace lo que sabe hacer, a la sombra de quienes se alzan legítimamente por sus derechos: aprovechar la circunstancia. Ahora, algunos se asombran, de que eso que criamos con tanta displicencia mientras gozábamos de nuestros privilegios, haga lo suyo; parece que esperaban que, durante el estallido social pacífico y legítimo, se replegaran a ver las protestas por la tele, como hacen tantos de los que llaman a condenar la violencia, porque no tienen motivos para protestar, o les es más cómodo que lo hagan otros, o simple y naturalmente, les gana el miedo. No señores: eso que criamos, nos está pasando la cuenta, como el IVA de las inequidades acumuladas.

Y si alguno cree que estoy validando lo que explico, vuelvo a la analogía médica: cuando el médico le diga que tiene cáncer, y le explique que las células esto, y los linfocitos aquello, no se está solazando con su desgracia, simplemente le está diciendo lo que le ocurre. Yo empecé a hacerlo hace tiempo -como a comienzos de los noventa- porque mi pertenencia subrepticia a la élite, me permitió advertir los primeros síntomas. Obviamente, cuando los hacía notar, según el caso era motejado de diversas maneras, ninguna amable, por cierto. No faltó el que me preguntó “¿Por qué no te vai pa’Cuba?” pero ahora, aquí estamos: tanto se estiró el elástico, que se cortó.

Las viejas sociedades, principalmente las europeas, lo aprendieron también por las malas, pero antes que nosotros, y si en vez de mirar sólo sus bellas ciudades y la arquitectura deslumbrante, nos hubiéramos detenido a pensar en por qué viven como viven, reduciendo las desigualdades a un nivel tolerable, nuestra pretendida élite habría entendido lo elemental de ello: la paz social es un bien precioso, pero caro, hay que pagarlo y se construye entre todos y con todos, con educación, salud, respeto y dignidad, y que una nación que llega a ser Estado, es algo más que un simple mercado, donde juegan las fuerzas darwinianas -que le gustan a una buena parte de nuestra pretendida élite- y que es sobre todo, un ente creado por la necesidad mutua y para el apoyo mutuo.

Así las cosas, mi punto es que no tenemos élite, la tendremos cuando tengamos a quienes oportunamente, cumplan las funciones que el gran historiador Arnold Toynbee señala en una de las obras cumbres de la historiografía moderna, (“A study of History”), y que señala que “el crecimiento exige sucesivas respuestas creativas por parte de personas o comunidades que ofrezcan soluciones a los problemas que surgen, y que ex hypothesi no pueden ser los creadores que han surgido con anterioridad, ya que ellos han creado el estado de cosas que ocasiona el nuevo problema. El grupo o persona que encuentre la solución es una minoría creadora, que emprende un movimiento de retiro y regreso, apartándose del curso normal de la civilización y reencontrándose con la misma, ofreciéndole una respuesta. El resultado constante y repetido de este proceso hace crecer a las civilizaciones cada vez más.” (Cita tomada de Wikipedia, para abreviar).

Si hubiéramos tenido una élite de verdad, esta habría dicho a tiempo: no a la violencia que estamos sembrando, y entonces, habría sido eficaz, y no retórica casi inútil, salvo para quedar bien con los pares, como muestra la porfiada realidad, que lo que necesita para ganar paz, son soluciones de fondo.

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3 Comentarios en ÉLITE Y NO VIOLENCIA

  1. Excelente columna la que nos entregó Arturo M. Castillo, que cobra más contundencia y vigencia hoy, en estos días de pandemia. Coincido con Lorena y con Francisco.

  2. Una buena y objetiva mirada de la realidad, cada día queda mas claro, sus argumentos lo reafirman

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