«La concentración de riquezas, el poder del dinero, por sobre todo, el dinero fácil, en su accionar destruye la historia, la educación, cultura , los valores de una sociedad que desee permanecer limpia y sana.»

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“Entre complacencia e incertidumbre: el cambio”

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

Si consideramos lo que va del año, y lo pensamos desde octubre 2019 (en Chile como lugar específico pero que perfectamente puede ser un análogo respecto de la casi totalidad de los países), estos meses significan una eclosión de sentidos producto de dos acontecimientos que tienen la potencia de resignificar lo que entendíamos por realidad, y lo seguirán haciendo ya que no acaban de cuajar como acontecimientos, pues aún están en desarrollo y por ello nos vemos enfrentados a la necesidad de discernir sus aristas.

Estos acontecimientos son: uno, de crisis social-política-económica-cultural y que está en la base de la revuelta de octubre de 2019. El otro, es de salud-pública que, como pandemia, no deja en ningún momento de guardar similares características al movimiento social que se inaugura por un acto de desobediencia civil, visualmente en el acto de evadir el pago del metro, es decir: forma de manifestación frente a una crisis social-política-económica-cultural de la cual muchas y muchos solamente en ese momento la descubren.

Declaramos cierta similitud, en cuanto los efectos del COVID -19 son observables en una realidad humana que se ha convertido en laboratorio útil para medir las prácticas sociales, además se refuerza la discusión crítica de un modelo de desarrollo que, en nuestro caso como país, refleja una perspectiva ideológica neoliberal instalada en enclaves fundamentales. En efecto, en la figura de la pandemia que cautiva toda nuestra atención, todo hecho asociado a aquello, lleva en sí la necesidad de asumirlo como un momento de aprendizaje y reflexión respecto del valor de un modelo de desarrollo en sus distintas expresiones: salud, educación, justicia, economía, etc. En suma: tanto revuelta de octubre como pandemia condicionan la mirada que estamos construyendo de la realidad. Lo cual es complejo, ya que, por la urgencia de los hechos cada mirada a estos se ve permeada por una dinámica veloz que lleva a reflexión la vida humana. Pero esta mirada no puede dejar de considerar que la intención interpretativa tiene el componente del prejuicio si lo que efectivamente se persigue es comprender lo que sucede; al punto que se compromete en la respuesta a quien se interesa por tener cierta inteligencia de la realidad, porque en ello se juega su propio sentido. Este es el valor de la interpretación, es decir: conseguir la fusión comprensiva entre sujeto que mira y objeto o realidad observada.

De este modo no existe, especialmente cuando de la vida se trata, neutralidad intencional, pues los horizontes culturales como verdaderos espacio-temporales son el tránsito por donde ocurre toda interpretación. ¿Su causa? Se advierte que en la pregunta está implícito el valor de aceptar la multicausalidad de las interpretaciones sobre la realidad, por ello una respuesta probable es que la interpretación es deconstructiva y constructiva: desmenuza la realidad y la vuelve a poner en su lugar, pero ya asimilada como propia.

Ambos procesos no son contradictorios, son parte de un mismo fenómeno que concluye en un instante de complacencia como si la realidad se explicase toda ella en ese momento; pero en otras ocasiones lo que prima o prevalece es la incertidumbre como principio de interpretación. Entonces, puestos a observar ambas posibilidades desde la posición temporal que direcciona las lecturas comprensivas a la realidad, se puede avanzar entendiendo que la urgencia de la revuelta de octubre como la pandemia (cualquier pandemia) es lo que hoy reina en la conciencia al momento que aflora la fragilidad comprensiva, por tanto, la incertidumbre que, inevitablemente genera cierta experiencia de vacío existencial acentuado por la porfía de un conjunto de actores políticos que se aferran a una perspectiva de desarrollo que tiene en el eje de su movimiento la extrema libertad circunscrita en todo a lo económico.

Parece recomendable asumir que la incertidumbre es una constante antropológica, luego, ética, y que en ocasiones simplemente aparece como factor explicativo de los actos; incertidumbre que, por cierto, es el argumento dado cuando se carece de otra explicación, incluso la valoramos ocasionalmente como principio de justificación de nuestras acciones. Mas esto tiene su ventaja, es temporal debido que termina en el instante (lento instante, sí) en el cual se vuelve a conquistar un principio de certeza que termina por establecerse como argumento que sostiene la existencia.

La intencionalidad mueve el deseo de tener comprensión plena de los hechos, en particular cuando estos afectan la existencia personal, de ahí que, y como sucede cuando algo mayor se vuelve incomprensible, por tanto, inmanejable, salimos del estado de tranquilidad ingresando de lleno en el territorio de las inquietudes, situación que lleva a repensar el sentido de lo prioritario. Pero en todo este cuadro de una existencia inquieta por la falta de respuestas acordes a los deseos de certeza, somos testigos de la dicotomía vida-economía. Para algunos la dicotomía se resuelve desde lo económico, lo cual no deja de ser una especie de acierto práctico, pues sin fluyo económico los nichos de pobreza aumentan en número y en profundidad, cuestión que, lo sabemos, afecta de manera sustantiva la vida misma, particularmente a los más pobres. El problema es que el dilema vida-economía corre la delgada línea entre lo aceptable y lo inaceptable, entre lo justo y su contrario, entre la excusa y la falta de sensibilidad. Entonces ¿dónde la respuesta? Sostener el equilibrio no es tarea fácil, precisa reflexión sobre los costos plausibles de pagar como sociedad, como personas, y en ello un renunciar explícito a privilegios santificados por marcos de referencias constitucionales. De esto también somos testigos. Son referencias jurídicas y de costumbre que hoy se hace imperativo revisar para una transformación radical de los modos de vida en donde una perspectiva ideológica, como la neoliberal imperante, se sigue comportando de manera profundamente fría, egoísta, hedonista. La ventaja de la revuelta de octubre como del COVID-19, es que ambos acontecimientos desnudan completamente sus errores y su tendencia. La salida de esto curiosamente pasa por valorizar la incertidumbre como vía de lectura, pues ella advierte lo vacuo de un modelo, de un sistema de orden económico-social-político-cultural. Desde la incertidumbre aparece el juicio, y desde el juicio que hoy parece conclusivo el imperativo de cambiar. No hacerlo conduce a agudizar la eclosión social. Por cierto, ésta ruptura, la que sintetiza la revuelta de octubre, no ha terminado. Creer lo contrario es obcecación.

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