¿Importa realmente el G-20?
Será la noticia del mes, sin duda.
Por segundo año consecutivo, el presidente de Chile asistirá a la Cumbre G-20. Esta vez, la reunión será en Osaka, Japón, los días 28 y 29 de junio. El Mandatario chileno planteará la preocupación por la guerra comercial entre EEUU y China. Bien sabemos que cuando estos gigantes se resfrían, estornuda el resto de la economía mundial. Son potencias demasiado poderosas para que sus disidencias no repercutan en el resto del planeta.
A su vez, Piñera intentará lograr apoyos en temas claves, en el umbral a los encuentros APEC y COP 25.
Eso es lo que dice la información oficial, aparecida en diarios y revistas. Sin embargo, más allá de eso, ¿qué hay detrás de la Cumbre llamada G-20? ¿De qué nos puede servir?
Partamos por aclarar que el G-20 no es una solución económica ni una forma de gobierno mundial. Su rol cardinal es simplemente existir. Hasta ahí uno podría decir que sería mejor que desapareciera como ente. Pero, no. También todos los seres humanos existen y el G-20 justifica su existencia.
La utilidad del G-20 es que allí se tratan los temas de interés planetario con realismo económico y pragmatismo político. Es decir, la ideologización queda proscrita y cada país narra su experiencia para enfrentar los desafíos.
Dicho de otro modo, se reúnen al margen de ideologías trasnochadas y escleróticas, sin rendir pleitesía a los modelos económicos imperantes. Se procura ser pragmáticos, razón por la que cada país cuenta sus vivencias.
Estas conclusiones no son vinculantes. A nadie se obliga a hacer lo que allí se narra. Por ejemplo, en una reunión pasada, Corea del Sur contó su experiencia.
Los surcoreanos admitieron que alguna vez fueron uno de los pueblos más pobres del mundo, y recordaron al resto la eficacia de un buen sistema de educación masiva y de una vigorosa estrategia capitalista. En Seúl, todo aquel que desee ver con sus propios ojos que es factible avanzar en la ruta del crecimiento económico y modernizarse, y al mismo tiempo permanecer arraigado a una fuerte cultura nacional, no tiene más que escuchar.
Si no se siente interpretado, sólo tendrá que abandonar la sala de conferencias y optar por un camino propio. Nadie está obligado a permanecer de forma obligada en un grupo de países donde las conclusiones son voluntarias.
¿Lo que no me gusta del G-20?
Que se reúnen los países llamados poderosos…elegidos por ellos mismos. Las sugerencias de los poderosos no son obligatorias para nadie, aunque pesan a la hora de tomar decisiones.
¿Lo que me gusta del G-20?
Que contribuye al progreso de la ciencia económica y a los efectos más positivos de la globalización. Más aún, la participación de los llamados “países emergentes” (Chile incluido) les recordará a los países ricos que, con crisis o no, tres o cuatro mil millones de seres humanos languidecen en condiciones de extrema pobreza y por debajo de toda dignidad humana.
Que se reúnan los poderosos para escuchar las experiencias de quienes no lo son, ya me parece interesante.
Y lo otro atrayente, es que se trata de países poderosos que cuentan cómo llegaron a serlo. Es decir, no basta en la vida que los países deben tener buenas ideas, también es preciso conocer los medios o procedimientos para llevarlas a cabo.
Gracias señor Araya.
Es lo bello del periodismo…y del Conocimiento…que es inagotable. Es como el ser humano: un Pozo sin fondo…y la lucha hay que seguirla.
Gracias de corazón
fantástico su columna don Jorge.