«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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La Conflictividad en el Mundo

José Víctor Núñez Urrea

Sociólogo Universidad de Lovaina, Bélgica.

El siglo XX fue el más letal de la historia de la humanidad: más de cien millones de personas perecieron en los conflictos armados en ese período, con dos guerras mundiales que regaron de muerte los cinco continentes (sobre quince millones de muertos en la primera y más de treinta y seis millones en la segunda), seguidos de una “guerra fría” que significó una suerte de traspaso de los conflictos de las grandes potencias hacia los países periféricos como Angola, Mozambique o Afganistán.

Sin contar las dos guerras mundiales, los conflictos más mortíferas del siglo pasado fueron la guerra de Corea (2’9 millones de muertos), el genocidio de Camboya (2 millones), la guerra civil de Nigeria (2 millones), la guerra del Vietnam (2 millones), la guerra civil del Sudán (2 millones), la invasión india a Bangladesh (1,5 millones), la guerra civil de Rusia (1,3 millones), la guerra civil española (1,2 millones), el genocidio armenio (1 millón), las luchas entre musulmanes e hindúes en la India (800.000), el genocidio de Ruanda (600.000), la guerra entre Etiopía y Eritrea (545.000) y la guerra Irán-Iraq (400.000). Otros conflictos provocaron más de 100.000 muertos. Un balance, en suma, catastrófico en cuanto a capacidad de los seres humanos de regular sus disputas a través de medios pacíficos.

La década de los años ochenta fue un período de guerras de baja intensidad, de importante despliegue de guerrillas y una clara predominancia de los factores externos en el desarrollo de los conflictos. La década posterior, la de los noventa, fue en cambio de un “desorden generalizado”, con un afloramiento de los conflictos étnicos, el debilitamiento de los Estados y el predominio de las guerras civiles, habiendo prácticamente desaparecido las guerras entre Estados. (Fisas, 2021)[1]



Comenzando el siglo XXI es apenas lógico formularse la pregunta si será tan letal como el anterior.  Los datos del Programa de Conflictos de la Universidad de Uppsala muestran un pronóstico con menor conflictividad en lo que va del siglo XXI señalando que prácticamente ésta se ha reducido a la mitad en el espacio de sus veinte primeros años, comparándolos con el similar período del siglo anterior, aunque la guerra de Iraq ya acumula más de 100.000 muertos civiles desde su inicio en el año 2003.     Este mismo informe sostiene que no estamos todavía ante la desaparición de las guerras, pero se espera que este fenómeno social sea cada vez menos frecuente y con una mucho menor letalidad.


Según el Programa de Conflictos de la Escola de Cultura de Pau,  existen 30 conflictos armados, entendiendo por tales todo enfrentamiento protagonizado por grupos armados regulares o irregulares que: i) provoquen un mínimo de 100 víctimas mortales en un año o un grave impacto en el territorio, por destrucción de infraestructuras o de la naturaleza y por afectación relevante de la seguridad humana (física, sexual, alimentaria, de salud o de protección social); ii) pretendan lograr objetivos de autodeterminación, de autogobierno, o de aspiraciones identitarias; iii) busquen un recambio del sistema político, económico, social o ideológico de un Estado o de un gobierno. 

Aplicando estos criterios el Programa identifica 26 conflictos vigentes:

  • 1 conflicto en América, en Colombia,
  • 5 conflictos en Europa, 3 en Rusia (Chechenia, Daguestán e Ingushetia), 1 en Turquía y 1 en Ucrania.
  • 10 conflictos en Asia: Afganistán, Filipinas, India, Myanmar, Pakistán, Tailandia, Iraq, Israel, Palestina, Yemen.
  • 10 conflictos en el continente africano: Argelia, Chad, Etiopía, Chad, Nigeria, República Centroafricana, Congo, Somalia, Sudán y Uganda.



Todos los conflictos, a excepción de la disputa entre Israel y Palestina, fueron internos o internos internacionalizados. Uno de los factores vinculados con la internacionalización de conflictos internos es la intervención de terceros países, como, por ejemplo, las intervenciones de los Estados Unidos en Panamá, México, Afganistán, Pakistán, Somalia, Yemen o Filipinas.   

En todos los casos analizados, el Estado fue una de las partes contendientes, aunque en numerosos conflictos se produjeron frecuentes enfrentamientos entre actores armados no estatales y se registraron altos niveles de violencia intercomunitaria.   En cuanto a las causas de los conflictos, se podría decir que la mayoría de ellos están vinculados a demandas de autogobierno y a cuestiones identitarias, especialmente en Asia y Europa. Por otra parte, en muchos casos la incompatibilidad principal se relaciona con la oposición a un determinado Gobierno o al sistema político, económico, social o ideológico de un Estado.

Según el Índice de Derechos Humanos que elabora la Escola de Cultura de Pau, aquellos países que muestran los mayores índices de conflictividad coinciden con los que ocupan los primeros lugares en la violación de los derechos humanos (RD Congo, Sudán, Pakistán, Nigeria, Somalia Sri Lanka, Myanmar, Afganistán Federación de Rusia, Chad, Filipinas e Iraq).    Otro dato significativo es que los conflictos ocurren mayormente en países con renta por habitante baja: 14 de los 22 países con conflicto armado en 2011 tenían una renta por habitante inferior a los 1.500 dólares, a pesar de que, en muchos casos, se trata de países ricos en materias primas (precisamente por ello están en conflicto)


El que hayan desparecido las guerras regulares entre ejércitos provocó también la desaparición de los viejos códigos de conducta en las guerras. En los conflictos contemporáneos no hay apenas normas y todo vale: mutilación de civiles, violaciones masivas de mujeres, ejecución de prisioneros, saqueo de aldeas, utilización de minas antipersonales y, en suma, todo lo que provoque terror en la población civil, que es la principal víctima. Esta deshumanización de los conflictos va acompaña del saqueo de los recursos naturales de regiones ricas en materias primas y minerales estratégicos, que sirven para alimentar la guerra al ser el sustento de los grupos armados y el mecanismo por el cual intercambian riquezas naturales por armas, en un círculo infernal en el que intervienen empresas transnacionales que se benefician del descontrol sobre esas regiones y de la ausencia de un Estado regulador. (Parrmur, 2016)[2]

En el ámbito de la conflictividad global hay que considerar las situaciones de tensión, entendidas como aquellas en las que la persecución de determinados objetivos o la no satisfacción de ciertas demandas propician altos niveles de movilización política, social o militar y/o el uso de la violencia que, aunque no alcance la de un conflicto armado, puede incluir enfrentamientos, atentados y represiones tales que generen condiciones para un golpe de Estado.

Es un hecho constatable que muchos conflictos en los que existen esfuerzos por reducirlos mediante procesos de paz, sufren frecuentes estancamientos en las negociaciones. Pasa el tiempo y los conflictos se mantienen, sin que los mecanismos de diálogo fructifiquen, muchas veces y paradojalmente, a raíz de haber logrado una reducción de los actos violentos o los enfrentamientos significativos, lo que lleva a situaciones de menor actualidad mediática.  En este contexto, las mediaciones no siempre son efectivas, siendo cuestionadas en más de un caso, lo que es motivo de sucesivas crisis en los procesos negociadores. En estos casos, es aconsejable incrementar los encuentros directos y frecuentes entre los dirigentes o colectivos participantes para romper las desconfianzas pre existentes.  Finalmente, el compromiso de no usar la fuerza y de utilizar métodos exclusivamente pacíficos debe constituir una agenda de vital importancia para reducir las tensiones que se producen con cierta frecuencia.


Se trata de asegurar que el siglo XXI sea el siglo en el que se consolide la cultura de la negociación, y donde los procesos de paz están llamados a ser los protagonistas en el mundo de la conflictividad.  Los modelos utilizados para los procesos de paz, normalmente tienen que ver con el tipo de demandas presentadas y con la capacidad de los actores para satisfacerlas y articular adecuadamente las simetrías militares, políticas y sociales, sin descuidar los acompañamientos y facilitaciones, el cansancio de los actores, los apoyos potenciales y otros factores menos racionales.

La etapa central de todo proceso de paz es la negociación, que puede tener una duración muy variable, pero normalmente se realiza por etapas y rondas. Los momentos más frecuentes de crisis en las negociaciones son motivados por divisiones internas en los grupos incumbentes, por desacuerdos sobre el lugar donde celebrar las negociaciones, por el rechazo de la instancia mediadora o del formato mediador, por la parcialidad del mediador, por la inseguridad de los resultados, por los retrasos en la implementación de las tareas y programas, por insuficiencias de autonomía de los negociadores, o por diferencias sobre puntos de la agenda.  


En el prólogo del informe 2010 sobre El Estado del Mundo, publicado por el Worldwatch Institute, el fundador del Grameen Bank, Muhammad Yunus, se refería al paso del consumismo a las culturas de la sostenibilidad, como uno de los cambios culturales más que grandes que se pueda imaginar. Casi cuarenta años después de la publicación de “Los límites del crecimiento”, el influyente informe del Club de Roma, nadie duda ya que es posible y necesario basar las políticas venideras en los principios de la sostenibilidad, dando razón a quienes décadas atrás preconizaban las prácticas de la precaución y del cuidado de medio ambiente como garantía de supervivencia para la especie humana.

Ese cambio de paradigma se ha producido, no obstante, en medio de dinámicas que continúan siendo catastróficas y dañinas. Un mundo en el que miles de millones de personas han de sobrevivir con menos de dos dólares diarios y en donde millones de personas mueren por hambre, mientras el capitalismo salvaje enriquece a especuladores, es un mundo condenado a la conflictividad y al desorden.


Pero otro de los cambios culturales que puede florecer en las décadas venideras puede ser el del fin de los conflictos armados. La guerra, como institución social creada por el ser humano, ha perdido ya cualquier legitimidad como método de resolución de conflictos, y es percibida cada vez más como un instrumento caduco y propio del pasado. Las estadísticas, además, confirman esta afirmación, al señalar que los conflictos armados del presente son muchos menos que los de hace una o dos décadas. Y jamás como en la época actual hemos dispuesto de tanta información preventiva para actuar con las armas de la diplomacia en los momentos de tensión, cuando todavía es posible alterar el curso destructor de una espiral conflictiva.

Recordando las palabras de Yunus, e incluso apelando al pensamiento de Kant, podríamos decir que estamos ante un imperativo categórico, deshacernos de la guerra, para instaurar el reinado del diálogo permanente como método de asegurar la “paz perpetua” de nuestro amigo Kant. Han pasado 215 años desde que el insigne filósofo escribiera tan futurista obra, pero se necesitarán solo unas pocas décadas para que la humanidad articule los mecanismos de gestión y transformación de los conflictos que hagan posible una paz duradera y universal.



Estamos, sin duda, en una época de tránsito hacia ese nuevo mundo. Y un indicador de este tránsito lo constituye el dato de que un 82.5% de los conflictos finalizados en los últimos veinte años lo han sido mediante un acuerdo de paz y un 17.5% con victoria militar, lo que reafirma la vía de la negociación como medio de resolución de los conflictos. Al mismo tiempo que se dan esos datos esperanzadores, hemos de hacer frente a situaciones de extrema violencia y a crisis políticas y humanitarias.


[1] Vicenç Fisas, “El perfil de los conflictos del siglo XXI”, Revista Tiempo Devorado, Universitat Autónoma de Barcelona, 2021

[2] Jules Parrmur,  “Las guerrillas, una historia latinoamericana de conquistas y fracasos”, Revista France 24, Agosto 2016,

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