«Aunque el miedo siempre tendrá más argumentos, tu debes elegir la esperanza»

Séneca

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La venganza de los codos

M. Inés Picazo Verdejo

Académica Administración Pública y Ciencia Política UdeC

¿De qué está hecho un voto? En todo voto hay una mezcla de frustración y de esperanza, de experiencias difíciles, pasadas o cotidianas como de ilusión en un futuro mejor. En grandes coyunturas sociales, el voto suele contener, además, una buena dosis de miedo inculcado, azuzado por fuerzas conservadoras del sistema frente a vientos de cambio.

Este 4 de septiembre la sociedad chilena nos encontraremos en la encrucijada electoral más importante de la democracia: votar por rechazar cambios en las reglas políticas, económicas y sociales actuales o votar por un nuevo contrato social anclado sobre derechos sociales, económicos y culturales y una distribución del poder que considere a las regiones y a la sociedad organizada.

Hay que reconocer que, en el marco de la Constitución actual aprobada en dictadura, en los últimos cuarenta años el Estado chileno ha evolucionado desde un modelo genuinamente neoliberal hacia un estado de medioestar, en el que, a pesar de un mayor gasto público social, los salarios no te alcanzan para llegar a fin de mes, tienes miedo a enfermarte y la jubilación es el primer paso para el pluriempleo. En otras palabras, ni uno ni otro modelo han tenido nunca la intención real de conjurar el principio rector del mercado: la individualización de los destinos de las personas. En todos estos años, la ambición por el crecimiento ha ignorado las profundas desigualdades sociales, económicas y territoriales y se han economizado esfuerzos por construir un país más justo y diverso en el que ni personas ni territorios queden rezagados.

El problema de los voceros del rechazo es que no hablan de un futuro distinto al que hemos vivido estos últimos cuarenta años, no proponen una alternativa que genere esperanza. En términos políticos, esto muestra una incapacidad para llevar a cabo las transformaciones necesarias. Siento miedo cuando escucho a los abogados del rechazo, no solo porque no tienen alternativa a un supuesto futuro catastrófico del país bajo una nueva constitución, sino, sobre todo, porque su postura sea la negación de los dolores de Chile.

Quisiera entender la desconfianza y la racionalidad del bando del rechazo frente a los cambios que trae la nueva constitución, pero las noticias falsas y las máximas descalificadoras que han usado solo me hacen ver la insoportable levedad de algunos seres políticos y el menosprecio que esconden hacia la seriedad con que la ciudadanía chilena está viviendo este proceso histórico.

El futuro de Chile más justo, solidario, inclusivo y participativo comenzó a escribirse con el corazón, la mente y mucha épica en las calles del país en 2006, 2011 y 2019, y después en las urnas en 2020 cuando cerca del 80% de los votantes eligió cambiar la constitución de la dictadura. Fue entonces cuando crecieron expectativas de una diferente normalidad, no por causas como una pandemia, un terremoto devastador o el bombardeo de la democracia, sino gracias a una sociedad chilena organizada, pensante y propositiva Frente a todo esto, la defensa del rechazo prefiere el estancamiento y reducir la historia reciente a una gimnasia ciudadana y social.

La nueva constitución es la de las seguridades a través de la provisión de bienes públicos, las garantías universales de derechos y de un mayor encuadre de la oferta de los privados. En las reglas de juego que contiene, las caras de la ciudadanía priman sobre la de los políticos y las elites, lo social y la naturaleza sobre lo económico y los territorios sobre la capital.

Los voceros del rechazo buscan por cualquier medio que el 4 de septiembre borremos con el codo el sueño que aprobamos hace poco cerca del 80% de los votantes: terminar con la constitución de la dictadura.

Desde el lado del apruebo se lucha contra la dictadura del pasado, que nos sigue atemorizando tanto en el presente que pudiéramos renunciar a trazar nuestro propio futuro, ese que no puede escapar a las incertidumbres naturales de lo que está por venir. Si no dejamos que los codos escriban la historia tal vez no hayamos luchado y soñado en vano.

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