«Aquellos o aquellas que creen que la política se desarrolla través del espectáculo o del escándalo o que la ven como una empresa familiar hereditaria, están traicionando a la ciudadanía que espera de sus líderes capacidad y generosidad para dar solución efectiva sus problemas.»

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Democracias y datos

Roberto Riveros

Académico Advance Comunicación Audiovisual Multimedia UCEN

Para que una democracia funcione necesita de una ciudadanía bien informada. Cuestión que contrasta con la campaña de desinformación respecto del proceso constituyente, calificada como ‘brutal’ por parte de medios internacionales como la BBC.

Tras los resultados del plebiscito de salida y la aplastante victoria del ‘Rechazo’ al proyecto de Nueva Constitución, por una diferencia sorpresiva, surgen varias preguntas. Una medular es ¿cómo ocurrió?

La misma pregunta se hicieron en Estados Unidos tras la victoria de Trump y en Reino Unido tras el Brexit, ambas en el año 2016. Las respuestas que se encontraron en aquel entonces, apuntaron entre otras variables, a una empresa llamada Cambridge Analytica, que ocupó los datos de decenas de millones de usuarios de redes sociales (en este caso entregados por Facebook), para hacer un perfil psicológico detallado y personalizado de los votantes; y luego bombardearlos con información (real o falsa), e influir de manera crítica en su decisión de voto. Una poderosa combinación de lo que formalmente se conoce como Minería de Datos, Perfil Psicográfico y Micro Targeting, puestas al servicio del mejor postor. En este caso, la propaganda política.

Los resultados hablan por sí solos. La herramienta es sumamente efectiva. Varias frases se usaron para poder describir lo que aconteció. Una de ellas fue que se puede hackear la democracia. La gravedad de este asunto llevó a Mark Zuckerberg a declarar frente al Congreso de Estados Unidos. La tecnología usada fue señalada en Reino Unido como un arma de guerra psicológica que había sido apuntada contra los ciudadanos. Sin embargo, nada de esto cambió el curso de la historia. El voto popular ya había sido emitido.

En Chile, previo al plebiscito, el sitio de verificación Fast Check CL, determinó que, de 85 noticias sobre el proceso constituyente viralizadas en redes sociales, solo un 14% era verdadera. El resto era engañosa, imprecisa, añeja o incompleta y el 64% era derechamente falsa.

¿Cuánto influyó esto en el proceso? Aún no lo sabemos y quizás, nunca lo sepamos. La periodista galesa Carole Cadwalladr, quien se volcó a investigar lo que ocurrió con el referéndum del Brexit, advertía en 2019, que uno de los problemas para entender cómo opera la propaganda política en redes sociales, es que no queda rastro de qué contenido se envía a quién. Al perfil de cada uno de nosotros, llega información precisa para generar una respuesta emocional específica. Luego, al renovar el feed, ya no está. Solo los desarrolladores de tecnología lo saben con exactitud.

Urge no solo que las instituciones pertinentes y el mundo político, sancionen las campañas de desinformación, sino que también, de forma transversal, nos sumemos a las voces internacionales que demandan regular el uso de datos personales por parte de las grandes corporaciones desarrolladoras de tecnología, para evitar el hackeo a las democracias.

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