«La conservación es un estado de armonía entre el hombre y la tierra.»

Aldo Leopold.

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DE DEMOCRACIA Y TRANSPARENCIA

Andrés Cruz Carrasco

Abogado. Doctor en Derecho (Universidad de Salamanca). Magister en Filosofía moral (Universidad de Concepción). Magister en Ciencias Políticas, Seguridad y defensa (ANEPE). Máster en Política Criminal (Universidad de Salamanca).

A la democracia no sólo hay que protegerla de los hipócritas que abusan de ella para obtener un cómodo empleo para ellos, sus familias y clientes.  No sólo de los que nunca han creído en ella, pero cuyas fachadas les sirven para tapar o hacer pasar por legales sus retorcidos negocios, corrompiendo a quien corresponda, alegando después que sus delitos son prácticas por todos aceptadas. A la democracia hay defenderla también respecto de quienes creen que puede solucionarlo todo y de inmediato. Que hacen promesas totalmente desmedidas, generando expectativas que todos saben que son imposibles de cumplir.

En democracia se asume que mientras más transparente sea el debate, se podrán constatar los vicios y errores de quienes en ellos participan, produciéndose la paradoja de que es por esta ausencia de censura que los ciudadanos podemos vigilar a quienes se supone nos representan o detentan diversos cargos públicos, lo que puede ser desilusionante por lo que se constata, pero cuya develación es indispensable. Este control permite el descubrimiento de las inmoralidades y delitos de los funcionarios públicos y de todos lo que se valen de la subversión del aparato estatal para obtener algún espurio provecho. Si ignoráramos lo que todos estos hacen, podríamos asumir como real la fábula de estar viviendo en un contexto de perfección pública. Avalando un simple teatro en la que se representan la honradez y la probidad, desconociendo todo lo que ocurre detrás del escenario.

Tener acceso a la verdad, aunque sea una pequeña fracción de ella, como hasta ahora, tiene sus costos, que es dejar de un lado el desenvolvernos al alero de una plácida ignorancia. Frustrarnos y enojarnos, porque tenemos que hacernos cargo.

Desde el siglo XVIII, con el advenimiento de la ilustración radical, que se ha buscado reemplazar a las oligarquías y autoritarismos de los más diversos espectros, por un gobierno que le reconozca a cada uno el derecho a explorar su camino a la felicidad, sin que nadie venga a imponérselo, en el entendido que formamos parte de una comunidad que para subsistir debe fijar límites a sus miembros, para que los unos no dañen ni se valgan del abuso respecto de los otros para alcanzar sus objetivos. Reconociendo que todos tienen sus derechos y necesidades, sus convicciones, religiones y costumbres, independiente de si son mujeres u hombres, si son negros, amarillos o blancos, de si pertenecen a una u otra etnia, de si forman parte de una u otra nacionalidad. Todos merecen que sus anhelos y esperanzas sean respetados por leyes y gobiernos de cualquier signo y esta lucha nadie dijo que sería fácil.

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