«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

Lectura: Un veterano de tres guerras.

¿Qué se está leyendo?

Un veterano de tres guerras.

Efe Pe.

 Este es uno de los libros chilenos más vendido de los últimos dos años. Editado por la Academia de Historia Militar, alcanza ya una docena de ediciones. Su autor formal, el licenciado en comunicaciones Guillermo Parvex. Su autor sustantivo, el abogado penquista José Miguel Varela Valencia que se enroló en el Ejército chileno que tomó parte  en la Guerra del Pacífico,  para posteriormente encontrarse involucrado en las campañas de la Araucanía (“la pacificación de la Araucanía”, la denominaría la “historia oficial”) y en la Revolución del 91 combatiendo por las filas balmacedistas.

Varela nació en Concepción en 1856. Estudió en el Liceo de Hombres y luego en el Curso Fiscal de Leyes del plantel que sería el antecedente histórico de la Universidad de Concepción. Al igual que muchos jóvenes de la época, se enroló voluntariamente motivado por el ejemplo de otros y particularmente por la heroica inmolación de Prat en Iquique.

Varela es un civil con uniforme,  lo que lo lleva a registrar minuciosamente todas las circunstancias que va viviendo. En su relato, sobrio y sencillo, la guerra deja de ser un show  hollywoodense para transformarse en una dura vivencia humana, en la que se sufre, en la que se llora, en la que se ve perecer a compañeros y amigos cuyas osamentas quedarán para siempre abandonadas en tierras extrañas. Varela no se autopresenta como un súper héroe  sino como un espectador sensible al cual las más mínimas expresiones de un afecto que se va construyendo  en el dolor de cada día, le van quedando grabadas para siempre.

En el libro encontramos las guerras “vistas desde adentro”,  en lo que constituye un complemento indispensable para  una adecuada comprensión de lo que somos como nación. Varela suaviza pero no silencia los abusos y debilidades de los mandos, sus egoísmos y desaciertos, obligándonos a reflexionar acerca de cuanta verdad hay en los textos en que estudiamos nuestro pasado común.

De regreso a sus tierras del Sur, es nombrado por el Presidente Balmaceda como jefe de la Comisión Repartidora de Tierras, cargo que procura cumplir con abnegación y equidad aun a riesgo de su vida. Su función la siente como una forma de administrar justicia en el emergente conflicto entre terratenientes, colonos y el pueblo mapuche. Aquí hay más antecedentes para aclarar una historia que, ciento treinta años después, no se termina de escribir.

Un valioso libro para leer y para regalar.

Párrafos escogidos.

“La penúltima semana de julio de 1888 estaba de regreso en Angol, como flamante jefe de la Comisión Repartidora de Tierras. Aquí comenzó para mí una tarea que se prolongó por dos años y medio, en la cual cambió drásticamente mi manera de enfrentar los desafíos que este trabajo me demandaba”

“Comencé un largo estudio destinado  a verificar la situación de la tenencia de la tierra, que era disputada a balazos entre colonos e indígenas. Así me  percaté que existía un sistema de repartición de las tierras en las recientemente creadas provincias de Malleco y Cautín. Partía de la premisa de desconocer la propiedad indígena y de otorgar al Estado la supremacía en cuanto a la comercialización y asignación de los terrenos.

“Se trataba de evitar, a toda costa, que los particulares ya fueran chilenos o extranjeros, adquirieran en forma directa pertenecientes u ocupados por mapuches.

“Prevalecía la política de efectuar periódicos remates, en los cuales el gobierno – o mejor dicho el Estado- se reservaba un tercio de las tierras para poder materializar los planes de colonización, en los que los beneficiados eran en partes iguales familias europeas y chilenos venidos de la zona central.

“Sin embargo, y contradiciendo las políticas aconsejadas por el Presidente Balmaceda, se había favorecido en todo momento a chilenos y extranjeros, desplazando a los mapuches hacia territorios de menor calidad, radicándolos en pequeñas parcelas que no superaban las ocho hectáreas por jefe de familia.

“Pero había un problema aún mayor. En los remates de las tierras las familias más poderosas de la zona se las ingeniaban mañosamente para adquirir a costos ridículos grandes paños, de aproximadamente trescientas hectáreas cada uno, a nombre de familiares directos. De esta forma, había familias como  los Bunster, en los cuales el padre, cada uno de los hijos, los sobrinos, las nueras y otros parientes, remataban tierras aledañas o conlindantes, generando tremendos latifundios, rompiendo de esta manera el espíritu de la repartición equitativa de las tierras.

“Así, al asumir mis funciones me percaté que había en resumen tres grandes asuntos que resolver en la distribución de las tierras. Lo primero, el arrinconamiento de los mapuches a terrenos pequeños y de baja calidad. Segundo, entrega a colonos de tierras de buena calidad pero limitadas a cincuenta y hasta cien hectáreas por familia. Tercero, creación de latifundios generados a partir de los remates de paños de terreno de muy buena calidad, que eran adquiridos por familiares que luego los reunían en uno solo”.

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