«La injusticia en cualquier parte, es una amenaza a la justicia en todas partes».                                        

Martin Luther King

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Notas sobre igualdad y desigualdad

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

¿Existe efectivamente el imperio del principio de igualdad? La pregunta no peca de exceso, al contrario, es de toda seriedad seguir insistiendo en ella a razón de hechos que afectan la confianza en el valor de la igualdad como criterio de construcción de la ciudadanía; construcción aparejada, por lo tanto, íntimamente relacionada con la idea de derechos ciudadanos.

Uno de los nudos que aún no hemos desatado en el espacio público, pese al tiempo transcurrido como nación independiente (son ya más de 200 años), es la crítica a la permanencia de la desigualdad, contrapuesta a la idea de igual trato ante la ley o, mejor, igual trato respecto al goce de bienes como a penas por romper las normas de sociabilidad que descansan en criterios morales como en juicios provenientes de una reflexión ética, y que se traduce en leyes adecuadas para lograr la armonía en espacios de convivencia comunes. Cierto, damos fe de aquello, por ello confiamos, que la ley es el criterio práctico que permite velar para que aquello se cumpla; en caso contrario, descuidamos el fin mismo de la ley que, naciendo del acuerdo racional y deliberativo, procura ordenar la casa común. Rompiendo de esta forma la idea de ciudadanía y, por tanto, el principio de igualdad.

Como Aranguren, filósofo de la ética, la recoge siguiendo la tradición, la idea de justicia identificable en la práctica de lo justo tiene en su fin la justeza. Así, la práctica de lo justo es una acción que traduce el movimiento de las partes del cuerpo social y cuya razón es que los individuos e instituciones cumplan el deber respecto de la ciudad, entendido que ahí se construyen las condiciones como espacio habitable para que el bienestar sea una realidad. Mas, las noticias no dejan de sorprender al dar cuenta de que es relativamente fácil, para algunos, romper el pacto social ciudadano al ser tratados de manera desigual respecto del común de las gentes.  Y no me refiere a males solamente, sino a beneficios que sigue mostrando la existencia de cierta casta que se considera intocable. Al punto que ésta no reúne en sí la impronta de la santidad; ante este cuadro, ¿por qué sorprenderse si en un acto de desafío más de alguien quiera quemar las naves institucionales? Todo un universo de interrogantes que vuelve visible otra pregunta: ¿Cuánto más se puede castigar el fondo de la paciencia para evitar que las urgencias y demandas no se desborden? La historia siendo un fenómeno avanza. Allí, en su desarrollo como fuente de datos, la historia informa de hechos que muestran que su avance no es lineal, se desarrolla en un movimiento en espiral que da cuenta que los ejes de sentido siguen siendo las mismos pero resignificados por cada generación según sean sus lecturas. Y eso es un dato: hay un quiebre dado subterráneamente que aflora cada cierto tiempo a la superficie según condiciones que lo permiten. Pero con ligereza olvidamos aquello de lo inexorable del avance de la historia, de la suma de conciencia de derechos que, vinculadas en reacción crítica, pueden mover el tablero. Cuando se anticipa el riesgo, en ocasiones damos respuesta clara, en otras, simulamos darla lo cual es un engendro de conflicto que acaba por desnudar nuestra incapacidad o, derechamente, la tozudez para reconocer errores operativos en justicia.

Fuente de figura: https://concepto.de/igualdad-social/

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