«No tendremos una sociedad si destruimos el medio ambiente.»

Margaret Mead.

 

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ORÍGENES DEL NEOLIBERALISMO (II)

José Víctor Núñez Urrea

Sociólogo Universidad de Lovaina, Bélgica.

EL NEOLIBERALISMO EN ACCIÓN.  [1]

Ningún problema económico tiene una solución puramente económica

John Stuart Mill

(NOTA EDITORIAL: Este trabajo es de autoría del Ingeniero Civil Mecánico de la U. de Concepción y consultor del PNUD, de la OIT y de ILADES, Mario Cerda Allende, y del sociólogo José Núñez Urrea, doctorado en la U. de Lovaina, Bélgica, y en la École Superieure Robert de Sorbon, París. La primera parte se publicó en “La Ventana Ciudadana” el día 15 de marzo [Ver aquí] y el final se publicará el próximo 29 de marzo de 2021)

7.- El Neoliberalismo en el mundo y los “Chicago Boys” en Chile

El modelo neoliberal abarca una corriente política y económica dentro del capitalismo, surgida en la década de los 70’s, que se fue imponiendo en las décadas posteriores en un buen número de los países occidentales y asiáticos, a medida que el sector financiero fue consolidando su hegemonía en los modelos de desarrollo capitalista vigentes. 

Se reconoce que el padre del neoliberalismo fue Friedrich von Hayek, un economista austriaco que abogó por una concepción minimalista del Estado y se interesó por el efecto que ello pudiera tener sobre la dinámica social. Sus ideas fueron difundidas en el libro “Camino de servidumbre”, en el que es posible encontrar buena parte de los pilares ideológicos del neoliberalismoactual  

Como ya hemos comentado, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se instaló en el mundo (excluidos los países  del ámbito socialista) el sistema económico capitalista consignado  en los acuerdos de Breton Woods (1944)[2], uno de los cuales se explica por el endeudamiento europeo derivado del Plan Marshall, estableció que el comercio internacional se llevaría a cabo en moneda dólar americano (US$), pero sometido a la condición de que los Estados Unidos se compromete a no aumentar las emisiones de su moneda, a menos que obtenga un mayor respaldo en oro o en otra divisa.  Al pasar el tiempo, el cumplimiento de esta condición significó un gran incremento de las reservas de oro en Fort Knox, transferido desde Europa y otros países, para cancelar las deudas de la guerra.[3]  

En el año 1947, se reunieron en la ciudad suiza de Mont Pelerin una serie de empresarios e intelectuales, entre los que destacan Friedrich von Hayek, Karl Popper, Ludwig Von Misses, Salvador de Madariaga y Milton Friedman, quienes propusieron un conjunto de ideas que configuraron un modelo de capitalismo financiero, mucho más extremo (que más tarde se conoció como neoliberalismo) en torno del cual se creó una red internacional del empresariado, que se fijó la tarea de materializar esas ideas en sus respectivos campos de acción, red que funciona hasta el día de hoy.

La Universidad de Chicago, bajo la influencia de Milton Friedman, fue una de las que con más fervor adhirió a las conclusiones de la reunión de Mont Pelerin, pero no fue sino hasta los años 70’s, que pudieron aplicar esas ideas, gracias a la crisis económica de la época[4]  y a ciertos cambios en los entornos políticos (en Chile fue el golpe de Estado y la instalación de una dictadura militar).   Desde el ámbito internacional hubo otros factores que ejercieron presión para incorporar cambios en los modelos de desarrollo de los países del tercer mundo. 

Por el lado de estos países, en diferentes instancias y encuentros internacionales, varios de ellos plantearon la necesidad de buscar fórmulas tendientes a reducir la dependencia y los saqueos de las potencias dominantes  y, por el lado del “primer mundo”  la fuerte caída de las ganancias de las grandes transnacionales, las lleva a propiciar la “modernización” de los países emergentes, para que sea más fácil la apertura de nuevos mercados donde colocar sus productos o  adquirir materias primas más baratas. 

Al modelo neoliberal le resultan particularmente intolerables las limitaciones que el Estado o algún consenso nacionalista le puedan poner al mercado, a la reproducción ampliada del capital o a sus mecanismos de distribución de los recursos sociales.   Por eso mismo, defiende con tanta energía cualquier norma que reduzca la participación del Estado en la sociedad y en la economía y le otorgue a la “mano invisible” del mercado, la tarea de regular la asignación de los recursos.  Las orientaciones prácticas esta alternativa fueron un claro favoritismo por los que tenían mejores condiciones para utilizar los mercados y una activa tendencia a privilegiar la privatización de las actividades productivas.  Los resultados sociales no deseados fueron la enorme desigualdad y la excesiva concentración de la riqueza.

Una de las razones de estos resultados tiene que ver con la forma en que evolucionó el mercado, teórica y pragmáticamente.  En las aulas se enseñaba (y todavía se hace) que el mercado es el ámbito social en que se encuentran la oferta del productor con la demanda del consumidor. Tanto la oferta como la demanda son variables (por lo tanto, representables por curvas) cuyos valores dependen de la relación cantidad – precio y tienen propensiones inversas (ante un mayor precio la propensión a ofertar sube y la propensión a consumir disminuye).  El precio de equilibrio es el que corresponde al punto de cruce de las dos curvas. Sin embargo, esta conceptualización teórica del mercado probablemente sólo podría ser atribuible a la realidad en las inexpertas mentes de los juveniles estudiantes de economía.  Hace mucho rato que los mercados están intermediados por la acción de los monopolios que imponen sus reglas a la oferta, que   las colusiones de los concurrentes alteran los precios a su amaño y que la publicidad se dedica a manipular las preferencias del consumo, todo para maximizar las ganancias de los oferentes y asegurar la cobertura prioritaria de las necesidades y gustos de los segmentos de mayor capacidad de consumo.  Todo esto ha convertido al mercado en un difundido mecanismo de segregación social y de deterioro cultural, sin olvidar la corrupción. En el año 1955, cuando la Guerra Fría estaba en pleno apogeo y Estados Unidos preocupado por el avance del comunismo en Latinoamérica, se ideó un programa educativo para diseminar las ideas capitalistas en la región.    Gracias a un convenio firmado entre la Universidad Católica y la Universidad de Chicago, en octubre de 1956, cinco estudiantes chilenos partieron a la Universidad de Chicago para asistir a las clases de los profesores Milton Friedman y Arnold Harberger, con quienes establecieron estrechos vínculos personales y profesionales que perduran hasta hoy.  

Entre estos jóvenes, se encontraban Sergio de Castro, Ernesto Fontaine y Rolf Lüders (Friedman fue su director tesis) y varios otros.  Algunos de estos talentosos estudiantes, una vez de regreso en Chile, elaboraron un programa económico que alguien le puso el nombre de «El ladrillo», y el año 1970 se lo presentaron al candidato presidencial Jorge Alessandri, quien lo rechazó tajantemente calificándolo de excesivamente «radical»

La periodista chilena Carola Fuentes, codirectora del documental «Chicago Boys», explica que, a diferencia de lo que se suele pensar, fueron ellos los que buscaron a Pinochet y no al revés. De Castro reveló, en una entrevista, una conversación entre Roberto Kelly (ex marino y empresario) y el almirante Merino sostenida el año 72 en la que ambos comentaron la necesidad de sacar a Allende del poder y de contar con un plan de recuperación de la economía en el caso de una intervención militar.

Años más tarde, una vez instalada la Junta Militar en el poder, convocó a algunos de los autores del “ladrillo” y les dio carta blanca para implementar sus teorías y propuestas. De Castro y Lüders ocuparon los ministerios de Economía y Hacienda con la misión de convertir a Chile en el país más neoliberal de América Latina

La periodista Fuentes escribió «En el documental descubrimos que, tres años más tarde[5]algunos incentivaron de cierta manera el golpe contra Allende entregándoles a los militares el programa económico que necesitaban para tomar el poder«. Es posible que haya sucedido así, pero entendemos que no eran propósitos políticamente golpistas los que, aparentemente, los motivaron originalmente, sino la ambición de materializar lo concebido en su “ladrillo” neoliberal.  Obviamente cumplir ese anhelo, no era posible en el gobierno de Salvador Allende.  Ahora bien, cómo evolucionaron una vez instalados en el poder, es “harina de otro costal” que está fuera de nuestro marco de análisis.

Al contrario de otros países de la región, como Colombia, Argentina o México donde también llegaron las teorías del libre mercado, en Chile los ex alumnos de la escuela de Chicago, tuvieron libertad absoluta para implementar su modelo, una vez que la dictadura anulara todos los contrapesos políticos y académicos.

Varios profesores de la Universidad de Chicago viajaron a Chile y reclutaron a una camada de jóvenes que se formaron al abrigo de Milton Friedman e hicieron suya la máxima del famoso Nobel de Economía: «el mercado siempre acierta».  Estos se sumaron a los primeros egresados y fueron bautizados como «Chicago Boys».  La influencia de la universidad estadounidense en la Universidad Católica, dio sus frutos al poco tiempo, promoviendo activamente un pensamiento académico que, desplegó una férrea defensa del modelo económico que propiciaban los discípulos de Friedman.

El desempeño de este modelo, en el casi medio siglo que ha operado bajo regímenes de diferente orientación, muestra resultados ambivalentes.  Por un lado, la gestión de la economía posibilitó que Chile llegara a ser el país con el mayor PIB per cápita de la región y se libró una exitosa batalla contra la pobreza (encabezada principalmente por los tres gobiernos de centro izquierda) que en el último año de la dictadura (1990) rozaba el 40% y a fines de 2019 había descendido a un 9%.  Pero, por otro lado, el modelo produjo una enorme desigualdad y un altísimo endeudamiento de la población. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1 % de los más ricos de Chile posee más de una cuarta parte de la riqueza del país y la deuda de los hogares asciende al 75 % de los ingresos familiares.  

«El sistema ha priorizado el crecimiento y la reducción de la pobreza por sobre la distribución de ingresos. La pobreza impide realizarse plenamente. La eliminación de la pobreza es un imperativo moral. La presión por redistribuir, en cambio, se genera por envidia», afirmaba Lüders no hace mucho, aceptando, implícitamente, que la desigualdad es una consecuencia “natural” del modelo (al que él adhiere).   Para muchos expertos, el libre mercado parte de una visión muy simplista de cómo funciona la economía y, por eso, su aplicación en Chile terminó instalando una muy poco dinámica, inestable y abiertamente desigual.

El principio de la subsidiariedad del Estado, es una pieza clave de una política económica basada en los postulados de la Escuela de Chicago, que promueve la implementación de amplios programas privatizadores y una radical reducción del rol del Estado limitando su rol   a ser sólo el garante del orden público, sin posibilidades de intervenir directamente en la economía, la salud, la educación o la vivienda.

El periódico El País de España publicó una pequeña nota en torno a la contingencia del neoliberalismo en el contexto global, titulado Antropología Neoliberal, en la que el autor sostiene que las formas de vida se han vuelto indistinguibles, a pesar de las diferencias ideológicas entre los seres humanos, en una especie de “revolución antropológica”, donde todos se relacionan desde la perspectiva del consumo, que arrasa con las formas de vida populares y produce una homologación cultural sin precedentes. 

8.  Neocapitalismo Occidental versus Capitalismo Asiático

Hay analistas que afirman que las políticas fiscales y monetarias laxas de muchos países incluido Estado Unidos, favorecieron la insaciable capacidad norteamericana de absorción de las vastas reservas de ahorro extranjero, existentes gracias a la rigidez de las políticas económicas de otros importantes países.   La infra valorización de los activos de alto riesgo no sólo fue resultado de una ingeniería financiera muy invasora, sino, sobre todo, de un exceso de liquidez compitiendo por las escasas oportunidades sólidas de inversión rentable. En este marco, el comportamiento temerario de ciertas instituciones financieras, el endeudamiento masivo de algunos países y la actividad prestamista también masiva de otros, al combinarse con ciertas políticas y factores estructurales subyacentes crearon las condiciones necesarias para desatar el desastre económico que sobrevino.

Muchos observadores advirtieron que era cuestión de tiempo para que los desequilibrios macroeconómicos globales le causaran serios problemas al sistema en su conjunto.  En efecto, así pasó, la crisis originada en septiembre 2008 terminó expandiendo a todos los mercados financieros del mundo occidental.  Aunque en los países de América Latina se pretendió afirmar que la crisis financiera no les competía, esta autocomplacencia no duró más allá del año 2014 y sólo produjo un retardo en el proceso de recuperación de la zona.   Los líderes del G20, en su primera cumbre en Washington, el 15 de noviembre de 2008, consensuaron en la existencia de una insuficiente coordinación de las políticas macroeconómicas ante la crisis, lo que fue particularmente grave dado el nivel de interdependencia que habían alcanzado las economías.  Desgraciadamente, esa tardía constatación y un insuficiente compromiso de solucionar el problema hizo que los acuerdos tuvieran una vida efímera, lo que es preocupante considerando que esta “Gran Crisis” no solo provocó caídas significativas de producción durante los años de su fase aguda, también tuvo un impacto negativo permanente en la trayectoria de la producción mundial, lo que explica la persistente desaceleración del crecimiento global actual.

Después de una marcada caída durante la crisis y un breve repunte justo después, el crecimiento del comercio ha sido muy débil comparado con el pasado; de hecho, hasta 2017 estuvo detrás del crecimiento de la producción global.  Estancamiento que parece ser consecuencia de la desglobalización financiera ocurrida en los últimos diez años. en los que los flujos trasfronterizos de capital decrecieron en un 65%. El declive del proceso globalizador junto con las crecientes evidencias de que los países donde se habían impuesto modelos neoliberales, tenían serias dificultades para gestionar sus respectivas economías, hicieron que ya fuesen imparables las dudas sobre la capacidad de este modelo para resolver los problemas que se estaban viviendo. 

“La predicción del fin del capitalismo es un género en sí mismo dentro de las ciencias sociales. Pueden hacerse bibliotecas enteras de obras con argumentos y datos sobre cuándo y por qué el capitalismo desaparecerá. Aunque mis favoritos son los clásicos de la segunda parte del siglo XIX y la primera del XX (en particular, Marx y Schumpeter), es un género lejos de estar muerto. Cada crisis económica revive el interés por este tipo de obras. La crisis del Covid-19 no es la excepción”. (Mejia,2020)[6]  

Hay que decir que el autor de esta cita es escéptico frente a la posibilidad de que el capitalismo esté viviendo una fase terminal y, tal vez por lo mismo, conviene acompañarlo en su reflexión:  Dice, por ejemplo, que el elemento más llamativo del sistema económico moderno es lo monetario (US$) ya que la inmensa mayoría de los intercambios se realizan en esa moneda. Afirma que “los pesimistas sobre el futuro del capitalismo están pensando, más que en el fin de la moneda, en el fin de los mercados, ambos son elementos esenciales de nuestro sistema económico” y a continuación sostiene que “los estándares de vida actuales exigen una cantidad y variedad de bienes que no es posible producir dentro de un hogar, ni las telecomunicaciones, ni la medicina, ni la educación moderna”.

Según él, lo que demostró la crisis, a través del colapso temporal de muchos mercados, “es que toda práctica sustituta a los mercados, como la ayuda entre vecinos o las redes de donaciones, son poco duraderas y no logran escalar mucho más allá de comunidades locales”. Y respecto de la eventual desaparición de la propiedad privada dice: “Nuestro sistema está basado en que las personas pueden poseer y usufructuar cosas individualmente”. Agrega que, en particular, los medios de producción están en las manos de personas individuales o sociedades privadas, de manera que, hoy, la desaparición de la propiedad privada no es factible y   concluye “La crisis actual destruirá muchas cosas, pero el capitalismo no parecer ser una de ellas”

Hay otros autores que piensan diferente:   Según Adam Smith “El individuo sólo intenta su propio beneficio, y está en esto, liderado por una mano invisible para promover un fin que no era parte de su intención” (sería la “mano invisible” que haría la economía más eficiente). Esta afirmación incluye a las organizaciones que, dejadas libremente a las leyes naturales, perseguirían sus propios intereses y crearían una sociedad estable y próspera.  El Estado solo intervendría en tres situaciones:

  • La defensa legítima interna y externa;
  • La creación de leyes que eviten la opresión de unos sobre otros; y 
  • La provisión de bienes públicos que el mercado no abastezca.

Refiriéndose a estas afirmaciones, C. Salas[7]  escribe  “Sus teorías son consideradas como los pilares del capitalismo y, guste o no la palabra “capitalismo”, la economía de libre mercado ha ido paralela al desarrollo económico de los países. Hoy parece que ese capitalismo está en retirada, o por lo menos, discutido dentro de los países capitalistas. Hasta el Foro Económico de Davos   ha querido reflexionar sobre el capitalismo en sus reuniones de empresarios, políticos y gobernantes del mundo. ¿Se puede mejorar? ¿Estamos ante el fin del capitalismo?”

La duda emergió con mucha fuerza a partir de la crisis financiera de 2008, que mostró, por primera vez, que el capitalismo no era capaz de resolver el gran problema de la desigualdad. Más aún, hubo analistas (como Thomas Piketty) que se animaron a demostrar que el capitalismo actual es una verdadera “fábrica permanente de desigualdad. Año tras año, la renta de los más ricos se acentúa mientras la renta media de la población permanece estática o creciendo a un ritmo casi insignificante.  El índice Gini que mide la desigualdad de cada país se está incrementando de forma preocupante.

El poder de las grandes corporaciones no sólo crece, sino que se extiende rápidamente a escala universal gracias a la libertad de mercado.  Su valor en Bolsa[8] casi equivale al PIB de algunas importantes economías y puede hacer subir y bajar las Bolsas, entrando y saliendo de ellas.

Para complicar las cosas, los avances en la digitalización y la inteligencia artificial están modificando a las organizaciones, que ven en estos avances nuevas formas de reducir costos, de ampliar las ventas y, por consiguiente, de aumentar sus ganancias. La contrapartida de este fenómeno es la enorme cantidad de puestos de trabajo que, en muy poco tiempo, dejarán de existir dejando desamparados a numerosos sectores laborales de la sociedad.

Hay otras circunstancias que también dieron motivo de preocupación. Una de ellas es el fracaso reiterativo de los esfuerzos multilaterales. Un ejemplo es lo ocurrido con la Ronda de Doha, hoy completamente disuelta a pesar de los múltiples compromisos del G20 de cumplir sus acuerdos después de la crisis. Otro ejemplo, es el aumento del proteccionismo que se produjo a lo largo de varios años, a pesar de los solemnes compromisos del G20 por terminarlo.

“La elección y las acciones de un gobierno anticuado, nacionalista y populista en Estados Unidos, el país que ha defendido y se ha beneficiado más de la globalización, es el peligro más serio al que se enfrenta la economía mundial, un peligro que los mercados financieros han pasado por alto hasta el otoño de 2018. El futuro de la globalización y del crecimiento global no deberían ser las únicas preocupaciones. Igual de inquietantes, si no más, tienen que ser la adopción de posturas nacionalistas y populistas en detrimento de la diplomacia multilateral a la hora de abordar graves problemas geopolíticos, un enfoque que no es descabellado suponer pueda conducir a situaciones de beligerancia de consecuencias devastadoras para la economía mundial”[9].

Es difícil saber si la administración estadounidense cree de verdad que, tarde o temprano, China y los otros países objeto de su política arancelaria sucumbirán a sus exigencias desmedidas y darán así la «victoria» a los augurios del señor Trump respecto de esta confrontación. Hay analistas que afirman que, de ser ciertas estas suposiciones, la guerra comercial alcanzaría proporciones épicas y tendría daños irreversibles. Peor aún, las autoridades estadounidenses estarían contemplando una situación en la que las partes afectadas presentarían un recurso a la Organización Mundial del Comercio (OMC); y esto se consideraría una excusa para abandonar dicha institución, decisión con la que el saliente presidente Trump ha venido amenazando desde hace un tiempo.

Casi al finalizar la segunda década del siglo XXI, el mundo enfrenta un gran dilema que prácticamente cierra un ciclo en la economía mundial. En efecto, a inicios de los 80`s, Reagan en Estados Unidos y Thatcher en el Reino Unido construían los cimientos de un gran impulso a la desregulación de los mercados, abriendo las economías, atacando frontalmente a los “socialismos reales” y promoviendo el ajuste estructural de los organismos internacionales.

Cuarenta años después, son justamente los Estados Unidos con America First y el Reino Unido con el Brexit, los que nuevamente están intentando frenar las tendencias globalizantes, recurriendo a medidas proteccionistas en el caso norteamericano y a ciertas políticas británicas tendientes a debilitar la influencia de la Unión Europea[10].

No hay dejar de considerar que, en el caso norteamericano, la administración Trump impulsó la salida del Acuerdo de París, la salida del TPP, la renegociación del NAFTA y del KORUS, el boicot de la nominación de árbitros en la OMC o la instauración de restricciones a las importaciones de origen chino.  Por el lado británico, la administración Johnson ha buscado complejizar ad infinitum las negociaciones con el resto de Europa.

Tanto el déficit comercial en bienes de USA como su déficit en cuenta corriente alcanzaron valores riesgosos, siendo este último el indicador más pertinente para medir la relación con el exterior y entre gasto e ingreso del país. Cuando el gasto supera al ingreso, se entiende que la inversión supera al ahorro, es decir, que el ahorro interno no alcanza a financiar la inversión realizada y que la brecha tenderá a ser cerrada acudiendo al ahorro externo, lo cual sólo se explica por su dominación imperialista[11] 

Por lo tanto, para una economía que está creciendo por encima de su potencial, con una tasa de ahorro insuficiente para financiar la inversión y donde, además, se reducen los impuestos y se amplía el gasto público, es perfectamente esperable un aumento del déficit comercial.  En otras palabras, la única opción macroeconómica para reducir el déficit comercial en ese contexto es con una recesión que reduzca bruscamente el gasto en bienes domésticos e importados. La decisión de Trump de perseverar en no hacerlo así por razones políticas, podría indicar ignorancia o irresponsabilidad o una combinación de ambos, aunque su intención haya sido reducir el déficit bilateral con China.  En algún momento, sus asesores expresaron que buscaban un conjunto de objetivos:

  • Reducir el tamaño del déficit comercial con China;
  • Conseguir que China termine con la sobre producción en sectores como aluminio, acero, cementos y vidrios;
  • Proteger el empleo en sectores manufactureros sensibles;
  • Frenar a China en la carrera tecnológica;
  • Abrir el mercado chino a los automóviles y servicios financieros norteamericanos y conseguir que China abra su mercado de compras públicas a las empresas norteamericanas y
  • Presionar para que las autoridades chinas no discriminen en contra de las empresas norteamericanas, a través de regulaciones discriminatorias, es decir, que no hagan lo mismo que estaban haciendo ellos

Estados Unidos logró incorporar parcialmente estos objetivos en los textos del TPP[12], involucrando a las relaciones de comercio, inversión y tecnologías entre Estados Unidos y las economías de Japón, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Singapur, Brunéi, Malasia y Vietnam, Chile, México y Perú.  Sin embargo, Trump excluyó a Estados Unidos de este acuerdo a última hora.

Es por lo menos ingenuo pensar que China pudiera estar dispuesta a adecuarse a estas presiones. Por ende, era muy clara la necesidad de contar con un conjunto de aliados, susceptibles de ser unificados tras esos objetivos y capaces de dividir a los adversarios asiáticos. Pero Trump hace exactamente lo contrario: se sale del TPP; se sale del Acuerdo de París; golpea a la Unión Europea y agrede a México, Canadá y Japón.

Por otra parte, las principales agrupaciones empresariales, muy distantes del estilo visceral de Trump, salieron a cuestionar sus decisiones, reclamando por el incremento de costos como el efecto de las retaliaciones sobre sus exportaciones. El espectro de reclamos fue y es muy variado, desde las pesquerías de Alaska en el norte hasta los productores de soja en Ohio, Indiana, Illinois, los productores de licores destilados en Kentucky y la planta de BMW localizada en Carolina del Sur.  También generó un amplio rechazo la tendencia de la administración Trump a utilizar los temas de “seguridad nacional” para fundamentar decisiones comerciales, por el riesgo que ello entraña para la paz mundial

El auge del Pacífico como nuevo eje de la geopolítica global se venía preparando desde hacía muchos años, desde la nueva división mundial del trabajo instaurada tras la caída de la Unión Soviética y sus estados satélites y con el crecimiento exponencial de la industrialización oriental de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, especialmente en China, Corea del Sur, Japón, Australia o Taiwán.

«La guerra comercial sólo es un factor. Hay una lucha por el poder entre una superpotencia establecida y una aspirante que quiere convertirse en el número uno del planeta. El enfrentamiento es mucho más grave y profundo de lo que muchos piensan.  En otras palabras, hemos entrado en una nueva guerra fría esta vez con China. Veo diferencias en que China está mucho más integrada en la economía mundial que la URSS, aunque también habla de un conflicto ideológico en el que China ha iniciado una ofensiva contra lo que llama democracia occidental«. (Cabestan, 2018) [13]

Aun así, otros analistas, especialmente los estadounidenses, prefieren calificarlo de competición comercial por una hegemonía en el futuro, que se enfocará en la ciencia y la tecnología, la economía, la política y la ideología.   Para Washington, la rivalidad va más allá y alcanza también el plano ideológico, al considerar que Pekín intenta crear un mundo a su imagen y semejanza, regido por valores diferentes a los que priman en Occidente.  Pero conviene no olvidar que buena parte del ascenso meteórico de China en las últimas décadas se debe parcialmente a conductas norteamericanas, inicialmente de reconocimiento y apoyo en la década de los 80’s y en las décadas siguientes de infructuosos esfuerzos por frenar su creciente influencia, que no hicieron sino fortalecerla.  Por ejemplo, en su plan de ciber estrategia de 2018, el Pentágono trató de sembrar la sospecha de que China trataba de erosionar la superioridad militar y económica de Estado Unidos con ciber ataques destinados a robar «información delicada» de sus instituciones públicas y privadas, denuncia que no han logrado probar a los ojos del mundo.

Algunos analistas especulan con la posibilidad de que Estados Unidos imponga un embargo tecnológico y, en su opinión, China lo tendría muy difícil para hacer frente a esa situación a corto plazo debido a que todavía no es tecnológicamente autosuficiente, y señala que todo depende de si es capaz de ganarse la confianza de las economías desarrolladas para seguir apuntalando su crecimiento. Por su lado, Estados Unidos afirma que es el respaldo de Pekín lo que le permite competir de forma desleal subsidiando los precios.

“En China este argumento causa indignación. Académicos como Zhu Feng, de la Universidad de Nankín, lo achacan al ‘prejuicio de Estados Unidos y los países occidentales contra China’, y creen que el boicot a Huawei va contra el libre comercio: No han podido encontrar los agujeros de seguridad. No es más que el tradicional prejuicio ideológico«.[14]

La tecnología es protagonista en el conflicto incluso en lo relativo a materias primas, como las tierras raras, conjunto de elementos imprescindibles para la fabricación de productos tecnológicos, de los que China controla el 80 % de la producción global -pocos países quieren extraerlos por ser muy contaminantes.

Su aplicación en sistemas de defensa es lo que ha levantado suspicacias en Estados Unidos, más aún después de que Xi visitase una planta de procesado de tierras raras este año, algo que algunos analistas vieron como una amenaza velada de limitar el suministro al país norteamericano.

“En lo fundamental, la cultura de internet era casi la perfecta antítesis de la cultura del Partido Comunista: los dirigentes chinos apreciaban sobre todo la solemnidad, el conformismo y el secreto; la red santificaba lo informal; lo novedoso y, más que ninguna otra cosa, revelar todo lo revelable” (Osnos, 2014)[15]

El día 22 de marzo 2018 la administración Trump anunció la imposición de sesenta mil millones de dólares en aranceles a los productos chinos, provocación que China replicó de inmediato y a partir de ese momento quedó declarada una “guerra comercial”  entre los dos países.   Sin embargo, muchos piensan que la pugna entre las dos mayores superpotencias mundiales es mucho más amplia y más profunda: que una simple guerra comercial, se trata de un enfrentamiento por la hegemonía mundial.

En cierto modo, una potencia hegemónica ejerce el papel de “gobierno mundial”, utilizando su preponderancia económica, política, cultural y militar para tener, en las relaciones internacionales, la misma función de un gobierno local. Ese liderazgo se ejerce a través de la compleja estructura internacional de instituciones, normas, acuerdos y, en general, reglas del juego, dentro de las cuales se deben mover los países.

Desde la II Guerra Mundial, EE.UU. ha ejercido el papel hegemónico mundial.   Fue después de esa contienda cuando se fundaron el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y se estableció el dólar como moneda central del sistema monetario internacional. Posteriormente, dicho orden fue reforzado con una compleja red de instituciones multilaterales en distintas áreas, como, por ejemplo, la OTAN o la Organización Mundial del Comercio (OMC), maraña institucional que operó y opera aún bajo los influjos de Estado Unidos.

A partir de la década de los ochenta, el propio proceso de globalización produjo un desplazamiento progresivo de la dinámica económica desde el Occidente hacia la región asiática, lo que dio lugar a la aparición de economías de notable relevancia, con China a la cabeza y cada vez más integradas al orden internacional vigente. 

Muchas de las empresas transnacionales occidentales, deslocalizaron parcial o totalmente su manufacturación llevándola al país asiático y mediante el desarrollo de un complejo sistema de cadenas globales de valor, China se convirtió en la fábrica del mundo y en la nación líder del capitalismo manufacturero, antagónico por definición al capitalismo financiero.   A partir de esta posición, con la llegada al poder de Xi Jinping que le dio a China un rol más activo en las relaciones internacionales, y con su plan Made in China 2025, el país asiático pretende convertirse en la principal potencia tecnológica del mundo.

Las implicaciones de esta disputa son enormes: y no es sólo por el papel más proactivo de China, sino por la potencial creación de nuevas reglas del juego y nuevas instituciones a nivel mundial, en remplazo de las que sirven a los EE. UU y que, ante las presiones asiáticas, ya comenzaron a renunciar a las reglas que ellos mismos promovieron en su momento (por ejemplo, bloquearon políticas de la OMC o se retiraron de la OMS).  Efectivamente, el tinglado levantado por Estados Unidos después de la II Guerra Mundial ya empezó a tambalearse y es evidente que tiene cada vez más dificultades para mantener el orden mundial que propiciaba. 

Entonces, la disputa de fondo es entre el capitalismo financiero – base del neoliberalismo – altamente centralizado en los grandes bancos norteamericanos – y el capitalismo manufacturero concentrado y mejor distribuido en el sudeste asiático, que actúa bajo un claro liderazgo de China.   Evidentemente el mundo está transitando hacia una nueva configuración planetaria que, ya sea que la vean o no, constituirá un contexto muy diferente para la vida y desarrollo de las organizaciones, entre otras razones, porque afectará el siempre difícil equilibrio entre la cultura y la economía. [16]   

9.  Un Mundo Incierto

Vivimos en un mundo que está cambiando muy rápidamente y de una manera tan compleja que es difícil discernir cuales son los cambios más significativos y cuáles tendrán mayor influencia en la sociedad del mañana. Aunque existan evidentemente ciertas coincidencias en los análisis del presente y sobre sus perspectivas para el futuro, hay frente a la importancia de los diferentes factores apreciaciones divergentes. Conviene sin embargo no olvidar, a este respecto, que los caminos de la historia pueden ser muy diversos y casi imposibles de proveer. ¿Quién predecía, por ejemplo, a comienzos de los años 80 el desmoronamiento interno del bloque socialista que se produjo como consecuencia de ese proceso de reestructuración y de reorganización llamado Perestroika que inició Gorbachov en 1985? ¿Y quién podría predecir todas las consecuencias que ello acarreó no sólo para los ex países socialistas sino también para el resto del mundo? (Chonchol, 1988)[17]

A fines de los 90’s se puso de moda hacer pronósticos sobre cuáles serían los temas a los que la humanidad debería prestar atención prontamente respecto de lo que podría ocurrir en el siglo XXI.  Por ejemplo, se señalaba que:

  • Los índices demográficos de los países en vías de desarrollo, ya contienen señales alarmantes de un posible riesgo de que su población no pueda conservar los modos y niveles actuales de consumo por agotamiento de sus recursos naturales;
  • La hegemonía del sector financiero norteamericano – que sustenta la variante neoliberal – en la mundialización del modelo capitalista de desarrollo, entrará en franca colusión con el sector manufacturero liderado por China y otros países del sudeste asiático.
  • El desarrollo exponencial de las comunicaciones, que ya ha provocado una suerte de replicación internacional de modelos económicos y culturales, también ha favorecido el poder e influencia de los grandes conglomerados multinacionales, convirtiéndolos en factores modeladores de los mercados locales y de la desterritorialización de las ganancias 
  • La fuerte reducción de las tierras agrícolas arables como consecuencia de la intensa ocupación de ellas por los proyectos de urbanización, de infraestructura vial o de desarrollos forestales, a los que hay que sumar la erosión otras formas de deterioro de las tierras.
  • Los desequilibrios ecológicos tenderán a constituirse en un serio peligro para la subsistencia de la especie humana a menos que la comunidad internacional logre arribar a un acuerdo efectivo sobre la reversión de los comportamientos causantes de estos desequilibrios.
  • El empleo, que aparece actualmente como la unidad conceptual y pragmática en torno de la cual se caracteriza, categoriza y valora al trabajo humano, sufrirá profundas modificaciones debido a dos fenómenos: Por un lado, la revolución tecnológica (robótica, automatización, telemática, etc.) y, por otro, nuevas concepciones del trabajo y de la organización laboral.
  • Se espera que la evolución social en el siglo XXI tienda a reafirmar a la democracia como modelo dominante del ordenamiento político y con ello se favorezca la prevalencia de los valores que le son propios como la libertad, la justicia social, la dignidad, el pluralismo y el resguardo del interés colectivo.  Además tienda a que su expansión no sea puramente formal y dé paso a una participación mayor de los distintos grupos sociales en la resolución de sus problemas y posibilite la existencia de una sociedad civil más empoderada,
  • El desarrollo de culturas de gestión pública que tiendan a impedir las desigualdades infundadas, las prácticas corruptas, los tráficos de influencias o la aceptación de los productos ilícitos (drogas, armas). 

                                                                                       ( Continuará )


[1] Resumen del Capítulo III del libro “El Sentido de la Gestión Formante” actualmente en revisión editorial, de Mario Cerda Allende & José Víctor Núñez

[2]  Allí se reunieron 730 delegados de 44 países aliados de la Segunda Guerra Mundial, para ayudar en momentos de crisis a países en dificultades. 

[3]  En la década de los 60’s, Charles de Gaulle, presidente de Francia por esos años, intentó revertir esa situación, a favor de su país, acopiando grandes cantidades del mineral dorado, pero la intervención de Inglaterra le impidió cumplir su propósito

[4]   Derivada del aumento de dólares en el mundo, generado por emisiones inorgánicas que rompiendo el acuerdo de Breton Woods, eran destinadas a financiar la guerra de Vietnam y los mayores precios del petróleo;

[5] Contadosdesde la presentación de su plan “ladrillo” al candidato Jorge Alessandri

[6] Javier Mejía Cubillos, ¿Será este el fin del capitalismo? Forbes, 23/06/2020

[7] Carlos Salas, En el corazón del debate clave en Davos: ¿estamos ante el fin del capitalismo?, Noticias, España, 25/01/2020

[8]   La Bolsa de Valores se define formalmente como un espacio donde se venden y compran las acciones de las empresas. Sin embargo, bajo el modelo neoliberal es más que eso, es la entidad encargada de la especulación (traer a valor presente promesas de futuro) del valor accionario

[9] Carlos Salas, op.cit.

[10] Está compuesta por 27 estados europeos y fue establecida por el Tratado de la Unión Europea (TUE) del 01/11/1993

[11] El imperialismo, por tanto, es la doctrina política que defiende la dominación de un pueblo por otro con mayor poder.  Las acciones imperialistas, por tanto, se refieren al conjunto de prácticas que apuntan al control de un Estado por otro con un poder que le permite extender su autoridad sobre los territorios y funcionalidades del dominado.

[12] Recordar que el TPP es un Tratado de Integración Económica Plurilateral de la zona trans Pacífico firmado por Australia, Brunéi Darussalam, Canadá, Chile, Malasia, México, Japón, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, USA y Vietnam

[13] Jean-Pierre Cabestan, profesor de Estudios Internacionales de la Universidad Baptista de Hong Kong., 2018

[14] Informe de FLACSO CHILE

[15]   Evan Osnos, “China: La Edad de la Ambición”, El Hombre del Tr3s, pág. 225.Barcelona, 2014

[16] Gran parte de estas reflexiones que siguen provienen del Informe de FLACSO CHILE sobre   esta disputa.

[17] Jacques Chonchol, Impacto de la globalización en las sociedades latinoamericanas: ¿que hacer frente a ello?, 1988

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