La loca
Ese era su pecado. Recitar poemas el día entero, estuviera donde estuviera. Cruzaba las calles de su entorno declamando su poesía, cuya dulzura se apoderaba hasta del aire. De allí el mote de loca. Todo el vecindario conocía a Eloísa con ese apodo. La loca del barrio sobrevivió a todas aquellas pullas y burlas que no se atrevieron a doblegar su forma de ser, pues las letras eran su adarga. No se conoció a persona más feliz que ella. Su sonrisa, cálida como un ósculo santo, se dibujada nítida en su fino rostro. Un día muy gris, que anunciaba lluvia, falleció la vecina, esa que la bautizó como loca. Y, según se cuenta, antes de volar al infinito solicitó que Eloísa declamara sus mejores poemas al momento de quedar bajo tierra. Y ella la complació. Esa tarde recitó en el camposanto lo mejor de su registro, cuya garúa se confundió con sus lágrimas que brotaron de lo más profundo de su ser, especialmente cuando entonó el Ave María que remeció su espíritu y el de los asistentes.
(E. Becerra F. 24.12.2021.)
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