
¿Quién “paga los platos rotos”?
A sabiendas que nadie se hace responsable de nada: concretamente, se infiere que los “platos rotos” son los destrozos ocasionados por los participantes en las “manifestaciones pacíficas”, las que distan mucho de serlo. Con o sin razón, con o sin derecho, con o sin resultados inmediatos, no existe explicación plausible para tanto vandalismo desatado a vista y paciencia de la autoridad desautorizada. ¿Por qué? Nadie tiene una respuesta precisa, exacta y concisa. Todos aducen igualdad, equidad y justicia. Principios todos muy nobles, huelga decirlo. ¿Y dónde queda la igualdad para aquéllos que pierden hasta dos horas para ir a su trabajo y dos para regresar a sus hogares? ¿Y la igualdad? ¿Acaso no somos todos seres humanos que se merecen el respeto de gobernantes y de todos los demás que conforman nuestra sociedad? ¿Hay acaso seres que han nacido para destruir lo que tanto ha costado construir? Se destaca en los medios que los portonazos, alunizajes – o como quiera que se llame al robo impune, asalto o apropiación de lo ajeno en cualquiera de sus modalidades – ha disminuido ostensiblemente en nuestra capital. Y cómo no, estimados coterráneos, si es más lucrativo, en el momento en que vivimos, más rápido y más rentable, saquear, llevándose el botín en vehículos apostados a la entrada de súper mercados, tiendas y pymes. ¿Cómo es posible que no se pueda caminar por el centro de nuestra ciudad, como solíamos hacerlo? A algunos no les gusta el centro penquista y prefieren los malls, porque es inverosímil el aspecto de la ciudad: asaltada, saqueada, destrozada, pintarrajeada por grafiteros, a semejanza de las ciudades en ruinas que solemos ver en antiguos filmes de las Grandes Guerras. Alguien dijo que esto era una guerra, para luego retractarse y tratar de sacar “la castaña con la mano del gato”. Algo bastante delicado, pues el zurrón de la castaña tiene púas que pinchan mucho, igual que las espinas de una bella rosa rosa que se defiende de este modo. Nuestros abuelos decían algo muy sabio: “Hay que tener mucho cuidado para mentir y comer pescado”, no sea cosa que se nos ensarte una espina y no podamos sacarla fácilmente. Este antiguo refrán implica que, aun si algo hermoso o sabroso parece inofensivo, no debe provocarse ni tocarse, ya que sabe y sabrá defenderse. En cuanto al principio de la justicia: nada es justo ni esperado, ni solucionable, mientras las partes involucradas no encuentren salidas airosas y convenientes para satisfacer las peticiones de quienes han iniciado estos movimientos que de “sociales” no tienen absolutamente nada; no hay miramientos para ver a quién se ataca, ni tampoco se considera que siempre, a lo largo de la historia revolucionaria del mundo, los que más indefensos y vulnerables están, son precisamente los menos favorecidos. Es legítimo que se hagan cambios, pero no es propio lo que está aconteciendo: un descalabro caótico en la ciudadanía, en el diario vivir de las personas que deben trabajar en los puntos estratégicos que los delincuentes atacan una y otra vez. O acaso hemos olvidado que sólo somos eso: seres humanos, con todas nuestras falencias, debilidades y fracasos; no obstante, intentamos ser mejores, sin envidiar a aquéllos que tienen algo más, pues se lo han ganado con estudios, trabajo y sacrificios. A nadie le regalan nada sin que se lo merezca. ¿Olvidan que un médico, por ejemplo, debe estudiar una década hasta obtener su especialidad; o un profesional destacado- con estudios de posgrado- igualmente pasa muchos años dedicado a su perfeccionamiento y la retribución monetaria no les llega caída del cielo? Es obvio que las oportunidades que ofrece el país, no son justas para todos; está claro que es necesario subir el estándar de vida en muchos aspectos de nuestra vida en comunidad. Se han logrado beneficios en diversos campos; eso no se puede negar. Hemos visto en nuestras ciudades vecinas más pequeñas que instituciones de salud como el SAR, CESFAM, atenciones rurales programadas, farmacias populares, beneficios de FONASA – los que cada día suman más patologías para sus beneficiarios, como el GES/CAEC -, pero nada es suficiente. No es posible sacar lo que se solicita de la nada; todo debe planificarse y contar con fondos para ponerse en práctica y se supone que a esto están abocadas nuestras autoridades. Recuerden los subsidios habitaciones que se implementaron hace más de tres décadas y son una gran ayuda para obtener una vivienda. ¿Han observado en la periferia urbana cuántas casas y departamentos sociales se han construido últimamente? “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Hay que salir de las cuatro paredes, en las que nos mantenemos para comprobar lo que se ha hecho en estos años porque se nota, aunque nada es suficiente; todo es reclamo y pensamos que hay que ser objetivos: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. ¿A quién vamos a acudir con nuestras demandas en el periodo que nos espera? La realidad: autoridades con manos atadas, menos de lugares de abastecimiento, menos farmacias disponibles, pymes casi quebradas y sin fondos para recuperarse: ¿Qué significa toda esta destrucción? ¡Subirán los precios de los productos, los artículos de primera necesidad, los servicios, en fin, lo que ustedes quieran reconocer como corolario de las demandas “sociales” destructivas! Nos preguntamos una vez más: ¿Quién pagará los platos rotos? Los pagamos todos los imponentes; por cierto, aunque sea en una mínima parte, deberemos financiar la reposición de destrozos ocasionados por turbas desatadas, sin control, irrespetuosos de la ley y el orden, de sus propios valores familiares, si es que los tienen. ¿O es que no tuvieron padres que les enseñaran la diferencia entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, el respeto a los mayores, la honestidad, a guiarse por la verdad, la justicia y la paz? No hay orden sin razón, ni razón sin lógica. Es casi imposible describir nuestras actuales vivencias: pérdidas irrecuperables, moral por los suelos, falta de recato en mostrar una desnudez descarnada de hecho y palabra (cf. las redes sociales y los últimos comunicados viralizados) . ¿A quién se respeta hoy en día? A nadie, ni a los ancianos, ni a los niños, ni a mujeres embarazadas, quienes traerán más chilenito a este Chile lleno de temores, represalias, odios, furias y criminalidad desenfrenada. Seamos más empáticos unos con otros; empecemos por saludar, sonreír, despedirnos, dar las gracias y pedir las cosas por favor. A ninguna persona debería molestarle cambiar de actitud: sin violencia, con una cara más afable, antes que los acontecimientos nos arrebaten la sonrisa para siempre. Practiquemos nosotros mismos las “palabras mágicas” que tanto inculcamos a nuestros niños en el Jardín Infantil y en casa: “gracias” y “por favor”. Sonrían y obtengan una “carita feliz” de premio, como la que los pequeños dibujan en su inocencia pueril y roguemos porque esa inocencia nos lleve a superar diferencias, odiosidades e injusticias. Que así sea.
D E S O L A C I O N
¿Qué es estar desolado? Significa estar solo, desanimado, triste, abatido y sin alicientes. Ante los hechos ocurridos y que siguen ocurriendo en nuestro pobre país, creemos que así sentimos muchos. Sobre todo aquéllos inocentes que se dejan llevar por el “yo colectivo” que es más fuerte, tenaz y persistente que el “yo individual”. El primero no razona, no distingue el bien del mal, el consciente del inconsciente, el poder y el súper poder que les otorga la bandera que veneran, sin pensar en las consecuencias de sus actos. No existe perdón para los que dañan, maltratan, denigran y pisotean el espíritu humano con sus fechorías, crímenes, saqueos y abusos, no importando el pendón ni el motivo que los impulsa. Las consecuencias de este colectivismo es tan dañino y malintencionado que pagan justos por pecadores. Recientemente escuchábamos al alcalde de nuestra ciudad, indignado también por la impotencia de todos para poner fin a los actos de destrucción – casi bélicos – que hemos tenido en las últimas tres semanas, aunque no estemos en guerra con otra nación, sino con nosotros mismos. Es loable que los jóvenes se den cuenta de las carencias y falencias imperantes en nuestra sociedad y que afectan a numerosos compatriotas; sin embargo, no notamos mejoría en sus comportamientos violentos, agresivos y destructivos. No son todos; pero esos “todos” debieran desenmascarar- quitarles la máscara tras la cual se esconden – a esos “pocos” que maltratan, agreden y destruyen la propiedad de todos. Jamás se ha logrado en la historia del mundo construir a través de la destrucción. Se fomentan odios y represalias injustas para la sociedad: así no se alcanza ni la equidad ni la justicia. La reconstrucción de lo destruido será mil veces peor, si se continúa con este estandarte de violencia. No tenemos los medios en regiones – ya lo dijo nuestro alcalde – porque debemos pedirlos en la capital. No hay fondos autónomos para estos casos aquí, sin la intervención ni el beneplácito de allá. ¿Por qué mejor no luchan por la descentralización que tanto desfavorece a las regiones? Es por esta poderosa razón que rogamos a los comprometidos en esta “batalla” sin parangón en la historia de Chile: depongan sus “armas”, cesen de destruir o impidan a quienes lo hacen que sigan haciéndolo. Son siempre los mismos, los que pagan las consecuencias: los más deprivados de nuestra sociedad; los mismos por los que ustedes creen luchar para obtener “justicia social”, sembrando el caos, contribuyendo con él, quizás siguiendo otros modelos de protesta, emulando a otras ideologías foráneas que nunca han prosperado en sus procesos históricos. Están colaborando para incrementar la terrible situación en la que se encuentran la mayoría de los chilenos en estos momentos: lucha por el desplazamiento urbano, el que dura horas para los que deben acercarse a sus lugares de trabajo, al lugar donde estudian – colegios o universidades, academias o institutos, y luego al lugar donde vivan. Ya no tienen tiempo para conversar ni convivir con los suyos por estas horas perdidas. ¿Y cuánto le cuesta al gobierno regional y comunal reemplazar los medios de transporte quemados, o a los autobuseros volver a la normalidad – sin destrozos ni atropellos a sus derechos? Probablemente han olvidado a todos los que queremos nuestra ciudad: sus parques, lugares de esparcimiento – que en la actualidad sólo pierden dinero y no pueden pagar a sus colaboradores por falta de fondos. Su comercio, lugares de abastecimiento de víveres y vestimenta parecen fantasmas dejados atrás por bombardeos. No sigan por este camino. Es una súplica de los que hemos vivido en gobiernos de izquierda, de derecha, de centro, de anarquía como la actual, en la que no se respeta ni a la autoridad ni menos a las personas. Vuelvan a estudiar para poder ayudar al país en su reconstrucción y a los menos favorecidos. Terminemos con este odio visceral que nada positivo acarrea; no compone nada, sino todo lo contrario, descompone todo. Hagamos un esfuerzo por Chile y los chilenos que sufren las consecuencias de actos premeditados y concertados, no cabe duda.
Hola Ana Maria Pandolfi En el mercado libre online 28 piezas de platos cuestan U$60. Si me mandas tu correo te los pago. Lo impagable es la tala de los bosques templados de la era terciario inferior por parte de compañias madereras. Aqui hay una lista de estas: el-directorio.cl/FORESTAL. «Chile no reconoce constitucionalmente los pueblos indigenas» laventanaciudadana.cl/ Es lo que necesitan estos empresarios para pasar la aplanadora y replantar la zona con arboles pino.
Esta misma sociedad fea, desafectiva, destructora y poco amable es la que ha existido siempre.
Que no la hayas visto o conocido puede significar que ves mucha televisión, que no conoces la periferia de las ciudades o nunca has visitado un hospital público.
No te preocupes, tal vez el patrón encuentre la forma de acarrear a las bestias al corral pasado a estiercol, donde según tú, deben estar.
Construcción blanda con judías hervidas.
Un gran preocupación .
¿Quien paga los platos rotos de treinta años de injusticias y de tener enclaustrado a los pobres y los estudiantes viviendo de las deudas y de de una imagen prestada?
Esa es la pregunta Anita.