
TIEMPOS REVUELTOS
Vivimos tiempos revueltos, raros, de mucha tensión y de crispaciones de diverso tipo. Vivimos pataleos de una crisis social y política muy fuerte que tuvimos durante un par de años y que ahora tratamos de superar “con más democracia”, como se dijo en una ocasión. Eso quiere decir que estamos practicando la búsqueda de los acuerdos, de los consensos, para superar las discrepancias. Es decir, el imperio del diálogo, de la razón y de la inteligencia, para solucionar las diferencias que parecían definitivas y que ahondaban la división de nuestro pueblo.
Lo importante ha sido superar la profundidad del quiebre, soterrar lo insalvable y avanzar en los acuerdos mínimos. Porque necesitamos solventar los problemas con razones y disponernos a construir las vías por donde transitemos todos en una dirección de crecimiento y de progreso. Vías marcadas por las ideas que contienen moderación, con el predominio de la paz. Es un claro ejemplo lo ocurrido con los presupuestos destinados a los Derechos Humanos que, desde posiciones retrógradas, absolutistas, se consiguió su retroceso y recuperar la cordura. Un pueblo sin memoria, no tiene democracia.
Somos un pueblo amante de las buenas iniciativas, capaz de diseñar estrategias comunes imaginativas, de crear futuros interesantes y de perfilar paisajes de realidad concreta que abriguen a la gran mayoría ciudadana. Ese talento colectivo será, precisamente, la gran alternativa para superar los problemas que nos aquejan. No son menores y requieren soluciones generosas, fuertes y profundamente convincentes. ¡Somos capaces de encontrarlas!
Cuando hablamos de democracia y le reconocemos su valor indiscutible de convivencia social efectiva, estamos señalando que acatamos las reglas trascendentes del juego político, asumimos el compromiso de respetarnos mutuamente y que podemos exponer los argumentos fundamentales para convencer. Seguro que nuestras propuestas estarán destinadas a mejorar la convivencia y de avanzar hacia una sociedad más equitativa, más justa, más libre. Proposiciones sinceras, claras, y transversales. Que cubran las necesidades de las grandes mayorías.
Es la base de despegue para un pueblo que quiere recuperar su identidad, su prestigio, que busca sin descanso las mejores condiciones de vida, hasta alcanzar el bienestar común y duradero.
Son muchos los que abrazan estas ideas de progreso y de recuperar una democracia fuerte, moderada y en paz. Que cobije a todos y les proteja ante los devenires que suelen producirse en todo avance social. Y que sepa identificar a quienes, inescrupulosamente, se apoyan en la democracia solamente para desvirtuarla, para adaptarla a sus propios intereses mezquinos, que desarrollan la corrupción para cometer las fechorías que nos conducen a la polarización social. Identidad que nos permita derrotar a quienes quieren utilizar los procesos democráticos en su favor particular o de grupos de poder.
La democracia es para todos y su forma de avanzar está en la apertura de las compuertas de la participación general, para detectar necesidades, encontrar soluciones y limar las asperezas que provoca la desigualdad. La democracia es la base para hacer justicia con los más débiles.
Por lo mismo, estamos de acuerdo en señalar que somos capaces de eliminar los tiempos revueltos que vivimos, que podemos delinear las estrategias de futuro que nos lleven a construir una sociedad del bienestar común. Efectivamente, con mayor y mejor democracia podremos alcanzar cotas superiores de felicidad. Y todo ello sin exclusiones, con transversalidad amplia, con tolerancia y respeto consecuente. Debemos estar convencidos de que impera la razón, que aplicamos noblemente el sentido común y que, en consecuencia, ha triunfado la inteligencia.
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