«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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10 años de aprendizaje

El espíritu e identidad de una ciudad puede descubrirse en la forma de habitar de los mismos habitantes como un hecho cultural social en un territorio determinado.  La forma en que se encuentran y forman comunidad, los actos que celebran o eventos que se conmemoran, las vivencias y problemáticas que comparten, unen o enfrentan, así mismo el espacio que los acoge se convierte en testigo insobornable de su propia historia.

El próximo 27 de Febrero se cumplen 10 años de uno de los terremotos con tsunami más grandes de la historia del mundo, fenómeno natural del cual no solo fuimos testigos sino en muchos casos víctimas de daños materiales recuperables e irrecuperables, el dolor de pérdidas humanas y profundos efectos emocionales sobretodo en personas que incluso debieron abandonar su lugar de origen buscando un aparente estado de seguridad.

Este evento nos planteó tremendos desafíos durante un primer periodo de emergencia, en el cual sobrevivir, habitar lugares seguros y cubrir necesidades básicas nos puso a prueba como sociedad. El miedo y el oportunismo se enfrentó de cara a la ética y empatía; además, se desnudó la precaria y frágil condición de nuestros sistemas de comunicación, la carencia de planes de contingencia por parte de organismos y del propio Estado, negligencia que generó profunda confusión.

Posteriormente y tras retomar una cierta normalidad en el contexto de permanentes réplicas que pasaron a formar parte de la cotidianidad, comenzó un proceso de reconstrucción, que abordó aspectos de recuperación en materia habitacional y urbana, normas de diseño estructural y constructivas, pero también de la recuperación de la confianza, donde la colaboración del sector público, privado, social y académico se convirtió en sí mismo en una forma de reparar en parte la sensación de abandono inicial. Dicho proceso culminó con destacables iniciativas como la recuperación de Dichato y Constitución como parte del Plan de Reconstrucción del Borde Costero; por otra parte, generó obras inconclusas hasta el día de hoy, como el denominado Puente Bicentenario o Chacabuco sobre el Rio Biobío.

El 27F generó urgencias y emergencias, destapó o evidenció una ciudad colapsada y una sociedad en shock, pero también nos planteó oportunidades de repensar sobre que tipo de ciudad y sociedad comenzamos a reconstruir a partir del 27F.  El peligro de convertir obras temporales en permanentes es sin duda una de las problemáticas que debemos erradicar como modus operandi. Regenerar el tejido urbano dañado o deteriorado, potenciar un espacio público resiliente ante fenómenos naturales y antrópicos (terremotos, inundaciones, sequías, incendios, remoción de masa, etc) han sido desafíos mayores pero pendientes, así como también esta pendiente una educación, preparación y rol de la ciudadanía ante el desastre.

En la presente etapa de aprendizaje debemos ser conscientes que habitar nuestras ciudades tiene una identidad ligada a su emplazamiento, territorio y geografía, cuencas hídricas, prontuario sísmico y climático que lo hace único y particular, hemos ido avanzando, pero aún estamos en deuda con nosotros mismos; hoy nos enfrentamos además a un acelerado proceso de cambio climático que nos obliga a aprender con mayor velocidad de las experiencias pasadas, a anticiparnos, o nos condenamos a permanecer en un estado de alerta permanente.

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1 Comentario en 10 años de aprendizaje

  1. Creo que a 10 años del 27/F la reflexión sobre sus impactos y aprendizajes se mantiene abierta, me parece muy acertada la perspectiva de la autora de no creer que mediante obras temporales se despliegan soluciones permanentes.

    Considero que la voluntad de «aprender del desastre» debe ser un eje permanente para la ciudadanía y las autoridades, para evitar precisamente los discursos alarmistas del riesgo y el estado de emergencia permanente. Por otro lado, creo que los habitantes del territorio vamos siendo mas conscientes de nuestras vulnerabilidades, hemos enriquecido también nuestro lenguaje en torno al conocimiento de los «fenómenos naturales», se han acuñado nuevos conceptos (como los que describe la autora) y se han fijando prioridades, de manera que este aprendizaje sea continuo y en coherencia a las necesidades adaptativas al territorio.
    Saludos,

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