
50 años, como si de un bucle se tratase
Estamos dentro de un bucle sociopolítico, inmersos en una trama sociopolítica que gira sobre su eje y no tiene aviso de quebrarse, y no podemos, por mucho intento puesto en ello, salir de la trampa del rizo. Ya van 50 años y seguimos heredando penas e incluso, en no pocos casos, satisfacción, lo cual, claramente, cabe dentro de un juicio ético negativo. Pero es lo que hay dirá más de alguien o, cínicamente, es lo que nos distingue como especie humana.
A 50 años del Golpe, somos parte de una historia que no mejora en narraciones. Cada nota escrita, cada narración sonora y visual, da cuenta que son los mismos contenidos con muy pocas variaciones –quizá en entonaciones más cercana a la estética se ven más variaciones- que llenan los relatos. Hay algunos con más saña que declaman viejos rostros o nuevos, pero el relato es lo que importa, el sujeto que lo declama si llegase a interesar como lugar de reflexión, interesa en sólo la medida que encarna el relato. Ahí su valor.
¿Por qué un bucle? Porque cada narración lo certifica. De hecho, la lectura que se realiza sobre cada una de las narraciones a favor o en contra (que hay a favor del golpe bastante,es indudable), descubre que el sujeto que lo dice se mueve elaborando muchos ejercicios de auto justificación, las suyas y del colectivo en el cual encuentra asiento. En el caso de las narraciones a favor, varias son simples sofismas altisonantes, hechas para salvar la posición a fin de no reconocer responsabilidad y culpas objetivas. Mas a estas alturas ya mucha agua ha corrido, y tanto responsabilidades directas como indirectas son culpas, todas medibles en sus efectos –están los informes, los recortes de prensa, las sentencias que así lo certifican-. Y por mucho empeño en sostener lo insostenible todo acaba por agotarse. De ahí el esfuerzo de más de alguien por radicalizar discursos para, en la confrontación, volver a recuperar terreno de dominio en el foro público. Es probable en todo ello ver una medida de corte publicitario que enmascara dilemas o simula hechos.
En toda narración de justificación individual como colectiva, la imaginación cumple su rol con el fin de derivar hacia otros derroteros que canalizan errores interpretativos con el propósito consciente de lograr tapar verdades sabidas. La consciencia puesta en ello acaba por cerrar las vías de encuentro, y quien o quienes sostienen como verdad errores, terminan presos de la trama. Instalados, dejados ahí, el pecado del anacronismo termina por sumar en contra. De esta forma, es más complejo tender vías de diálogo al no advertir la serie de concesiones que deberá hacer con el tiempo si desea volver a tener legitimidad racional en la comunidad. Por ahora, los actores del drama, los del ayer y sus herederos de culpas y gracias, siguen explorando miradas al pasado desde referencias que, en la práctica –no en todos los casos, siempre hay excepciones- actúan como juicios de orientación para cualquier interpretación que pretenda ser honesta con la verdad de los hechos.
Salvada la intención de ver en las huellas recurso de la memoria para develar verdades, se da el hecho que, en ocasiones, prevalece la intención de sostenerse en una posición que discute el valor de lo descubierto con el fin de desautorizar narrativas y sujetos de la narrativa. Instalados ahí, inmersos en los circuitos de auto referencia, difícil avanzar por 50 años sin tener resuelto lo que está en la nervatura de la comunidad como son injusticias de larga data, respuestas inconclusas ante preguntas que intentan saber sobre vidas cercanas –son rostros e historias no sólo individuales sino comunitarias que piden ser celebrados en duelo compartido por tantos y tantas que los dejaron de tocar por una fuerza que los distancia-.
Hoy, al menos hoy, no se ve claro el final del túnel de esta historia que nos tiene viviendo la experiencia del ahogo como de un eclipse que ha durado demasiado tiempo. Si, muchas edades, demasiadas generaciones.
En fin, nos movemos con miradas al pasado para buscar ahí más elementos de contenido. Es un ejercicio necesario, pues una comunidad humana vital o que pretende serlo, se gestiona comprensivamente al saber de su pasado en donde se configuran en desarrollo dinámico iras, penas y gracias compartidas. Signo que el tiempo no es fijo y que hay esperanza si hay empeño por depurar las comprensiones nacidas por los afectos que provocan movimientos de identidad desde la ira, los dolores y las gracias. El asunto que sigue ocurriendo que, y en la búsqueda de signos para construir razones, la imaginación cumple su rol no solamente en la elaboración de complejos relatos de olvido, sino también en la arquitectura de discursos para seguir legitimando en su origen atropellos y horrores deshumanizadores.
En el maridaje de narraciones contrapuestas aparece la necesidad de cuidar la memoria, no para reconstruir un pasado a fin de construir permanentemente trincheras, sino para darle una nueva significación que la descubra como posibilidad para lograr liberarse de la trampa de repetir como acto sociopolítico el mismo relato por décadas. Así, si fin es superar el rizo, se entiende que la memoria no es solo recordar a fin de volver a instalar la misma y vieja óptica de análisis y de comportamiento, sino también fuente para buscar huellas de sentido compartido desde la libertad que implica la relectura de causa y efectos; eso sí, sin dejar de tenerlos presente para que efectivamente el nunca más sea realidad y no un simple sueño.
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