«La conservación es un estado de armonía entre el hombre y la tierra.»

Aldo Leopold.

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A Dios, Francisco Primero…

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

La muerte del Papa Francisco I no fue sorpresiva. Veinte días de padecimientos condujeron al fin de una existencia tranquila y pausada que sin embargo marcó con sello indeleble los doce años de su pontificado.

Su sorpresiva elección como Sumo Pontífice –pontífice: hacedor de puentes– marcó la ruptura de tradiciones de la Iglesia Católica. Bergoglio, primer Papa latinoamericano, eligió por nombre oficial el de Francisco, santo preclaro definido por su vida de pobreza y su amor ilimitado por la Naturaleza, y actuó en consecuencia.

Su paso por el pontificado buscó volver el mensaje cristiano a sus orígenes, menospreciando la pompa y el boato y acercando la palabra de Cristo a los sectores más abandonados y postergados de la sociedad contemporánea. Los migrantes, con su trágico desplazamiento en frágiles balsas desde África hasta Lampedusa en Italia, motivaron su dramático llamado al mundo desarrollado para que abrieran sus puertas y sus conciencias a seres humanos que solo buscaban alcanzar una vida digna para sus familias y sus hijos. Las personas, y en particular las mujeres, que permanecen en cárceles cumpliendo penas de privación de libertad, fueron destinatarias de un mensaje de esperanza y de visitas sucesivas que renovaron su fe.

En su encíclica “Laudato si” abordó magistralmente los desafíos que plantea el capitalismo contemporáneo al sobreexplotar la naturaleza, amenazando la subsistencia de múltiples especies animales y la existencia misma del género humano.

Los pobres y marginados fueron objeto de su preocupación renovando el compromiso originario de bienaventuranza evangélica y obligando al clero a cambiar su mirada.

Francisco tuvo problemas graves para enfrentar a los sectores más conservadores presentes en el seno mismo de la Iglesia y a los antivalores que caracterizan la cultura y la economía de hoy, pero paulatinamente los enfrentó, cuidando con prudencia imponer sus ideas renovadoras.

Cuando cometió errores como en el caso del obispo de Osorno Juan Barros, no tuvo tapujos para reconocerlos y pedir perdón, promoviendo la renuncia de todo el episcopado chileno y condenando su actuar tolerante ante abusos sexuales y de conciencia cometidos por miembros del clero.

El pontificado de Francisco marcará un hito en la vida de la Iglesia. Sin estridencias, marcó un rumbo necesario, al hacernos comprender que las Bienaventuranzas no constituyen un documento sino un explícito llamado a una forma concreta de vida a los seres humanos de buena voluntad.

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