
CAMINEMOS JUNTOS POR LA MISMA SENDA
En estas fechas, todos nos ponemos sensibles al análisis de nuestro año recién pasado. Como que es un balance obligado y plagado de buena fe y de esperanza. Sin embargo, llego a pensar que muchos creen que somos buenos y que nuestros errores han sido provocados por otros. Es decir, la culpa no fue nuestra. Eso resulta una autocrítica subjetiva e interesada, como para quedar bien con uno mismo…y continuar como si tal.
En la hora del balance vital, es necesario que seamos honestos con nosotros mismos. Analizar en profundidad todo lo bueno y lo malo que nos ha pasado, sus causas y nuestra propia responsabilidad. Los errores cometidos, los fallos, las acciones mal encaminadas, en fin, se trata de buscar dónde estuvo lo malo para corregirlo y saber pedir perdón a quién resulte perjudicado. Es una tarea necesaria si queremos darle valor a la autocrítica personal. En definitiva, debemos ser humildes y honestos con nosotros mismos.
Obviamente que también hay que valorar lo positivo, perseverar en lo que hemos hecho bien y cómo lo hemos hecho. Esa es una forma de valorarse a sí mismo y darse cuenta de que podemos avanzar en la mejor forma posible, dando ejemplo a quienes nos suceden. Por supuesto que vale la pena agradecer los elogios, valorarlos en su justa medida, porque eso significa que comprendes que te valoran desde fuera de tu entorno y que reconocen tus esfuerzos, desvelos y talentos. Ese es un estímulo significativo para continuar en la línea del bien común.
Es importante, en consecuencia, reconocer también lo bueno en otros, saber apreciar lo que otros hacen bien. Ser lo suficientemente decididos y honestos como para estimularles por sus buenas acciones, sus aciertos, su forma de actuar.
En la hora presente, resulta útil ponerse frente a un espejo y mirarse externa e internamente. Darse cuenta que las sienes se platean porque la edad no perdona, el tiempo no deja de correr. Ver las arrugas que aparecen en nuestro rostro como verdaderas medallas que la vida nos otorga. Son canales de experiencia, son huellas de una sonrisa.
Y si uno puede verse internamente, podrá darse cuenta de que la vista se nos hace cada vez más aguda para valorar a las personas, para aportar amistad, para entregar consejos. Somos capaces de pensar más tiempo, meditar y comparar. Meditar, para poder configurar una respuesta adecuada a cada situación. Comparar, para acercar similitudes a actos superiores y expresiones mayores de otros y que nos gustan.
Estamos en los momentos en que se va un año y comienza uno nuevo, por lo cual también deseamos proyectarnos con nuevos bríos hacia un mañana mejor. Pero debemos hacerlo recogiendo lo mejor que nos ha pasado, para replicarlo, y también para corregir lo malo que nos hizo sufrir o que nos causó algún daño. Y debemos proyectarnos hacia el futuro anhelado con el realismo que nos obliga la practicidad, buscar lo posible y no soñar con lo imposible. Lo posible nos permitirá alcanzar la felicidad que nos merecemos. Lo imposible nos trasladará a la tristeza de la frustración. Para avanzar en lo posible, debemos ser generosos, amplios y transversales. Saber ceder en el momento oportuno y evitar el quiebre por la intransigencia. Lo posible es tender la mano y estrecharla con sinceridad. Es hablar claro y expresar ideas concretas, sin segundas intenciones. Lo posible es respetarnos mutuamente, dialogar permanentemente y evitar las confrontaciones que no conducen más que al daño y a la destrucción de ambas partes.
En fin, creo que los seres humanos tenemos muchas cualidades basadas en la inteligencia, que nos llevarán a la victoria de la felicidad. Por lo tanto, podemos ser mejores si nos lo proponemos con sinceridad. No actuar con premeditación y si actuar con las buenas intenciones, con la verdad a flor de labios y firmeza en la acción.
Creo que tenemos derecho a ser felices. Pero, también, tenemos la obligación de serlo. Entonces, propongámonos de verdad a caminar juntos por esa senda.
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