
EDITORIAL. Chile en su propia trampa.
Nuestro país se encuentra cazado en su propia trampa. Sin duda que estamos viviendo una verdadera y profunda crisis que va mucho más allá de los problemas y situaciones coyunturales que los puede tener y sufrir cualquier sociedad, sino que alcanza a lo más hondo del alma nacional. En realidad, lo que se encuentra herido es el sentimiento de comunidad, el darse cuenta de que no solo tenemos un pasado común sino que debiéramos entender y asumir que tenemos por delante un futuro común.
Lo antes dicho implica hacerse cargo de ciertos factores condicionantes tales como lograr una institucionalidad básica que nos permita funcionar adecuadamente y sin la cual sería imposible avanzar, más la generación de un clima de respeto mínimo hacia al Estado como intérprete y gestor del bien común, y de respeto y solidaridad hacia los demás, hacia los cohabitantes de nuestro territorio.
Por el momento, hay ciertos datos de la causa que no pueden ser soslayados.
Uno, es que vivimos en una sociedad terriblemente inequitativa en la cual la riqueza está acumulada en manos de una docena de familias que habitan en las mismas comunas, en residencias de miles de millones de pesos, que viven en un mundo paralelo y que se niegan a reconocer el hecho evidente de que hay millones de personas que se mantienen a duras penas con ingresos de mera subsistencia, sin una vivienda mínima, y cuyo frágil mundo se derrumba cuando un imprevisto como la cesantía, una enfermedad catastrófica o un evento natural (terremotos, inundaciones…), arrasan incluso con su precaria realidad.
Otro, es que nuestra existencia se desarrolla, hoy por hoy, en un clima de absoluta inseguridad, en que campean el delito, el narcotráfico, el terrorismo, ambiente preocupante pero que ni es culpa del gobierno actual ni es monocausal como algunos demagógicamente pretenden.
Consignados los elementos precedentes, surge “la pregunta del millón”: ¿Cómo salimos de esto?
Aunque parezca pueril hacerlo presente, lo primero es generar un cambio de actitud en la relación con los adversarios, demostrando no solo con palabras sino con hechos concretos una disposición a alcanzar un entendimiento básico en función del interés de las grandes mayorías. Ello exige generosidad y capacidad de renunciamiento a posiciones dogmáticas e intransigentes, ya que un clima de agresión mutua lo único que logra es exacerbar les diferencias y profundizar las heridas.
El Gobierno de Boric ha dejado de lado las pretéritas conductas habidas en los tiempos en que sus bases de sustentación eran los movimientos estudiantiles, en que todo se veía fácil de lograr a través del discurso inflamado y la multiplicación de los rayados urbanos, configurando una época que puede ser criticada con vehemencia pero que “ya fue”. En el ejercicio del poder, ya sea por voluntad propia u obligado por las circunstancias, ha mostrado flexibilidad y ha comprendido que para lograr avances en el camino de la equidad es necesario abandonar objetivos extremos y sujetarse a los dictados de la realidad.
Por el contrario, la Oposición, que registra entre sus haberes mayorías parlamentarias, control casi absoluto de los medos formales de comunicación social, dominio total del aparato económico y financiero, aparece empeñada en acorralar a los actuales gobernantes persiguiendo día a día su fracaso. Esta forma de comportamiento revela una torpeza inexcusable, una mirada de muy corto alcance, ya que las mayorías políticas actuales bien pueden ser barridas en próximos comicios y la frustración y la ira de los sectores postergados que no ven acogidas sus demandas, pueden incubar potenciales nuevos estallidos sociales.
La figura icónica de los tiempos que estamos viviendo, se encuentra en la iniciativa de la extrema derecha republicana tendiente a suprimir, vía Consejo Constitucional, el impuesto territorial. Además de incurrir en la misma conducta de sus antecesores en cuanto a asumir funciones legislativas impropias de un proceso de esta naturaleza, se desconoce el hecho de que una de cuatro viviendas (el 25%) se encuentran exentas del tributo referido y, es evidente, que se trata de un beneficio destinado a favorecer a las comunas y familias del privilegio, afectando de paso el financiamiento municipal.
Categóricamente, cuando se pierde el sentido de la realidad y se prefiere trabajar para los propios grupos de interés, se están socavando los cimientos de una sociedad democrática. La estabilidad y funcionamiento normal de una comunidad necesitan asentarse sobre ciertos principios elementales sin respeto a los cuales estaremos condenados a vivir permanentemente en la inseguridad y la incertidumbre.
No tomar en cuenta estas consideraciones ahora mismo, puede tener consecuencias graves y quizás irreversibles.
En realidad, felicito al Equipo de La Ventana Ciudadana haber puesto delante de nosotros una realidad chilena muy poco descrita en los medios de comunicación masiva, y a través de la presente editorial, nos demuestra tan ciertamente que Chile está metido en su propia trampa, lo lamentable es que los gobierno chilenos ni le pongan la más mínima atención, pero si se preocupan de sus propios bolsillos.
Con el respeto que los editores de La Ventana Ciudadana se merecen, su seguro servidor ;
Guilmo Barrio Salazar.