EDITORIAL. La cresta de la ola.
La caída del muro de Berlín, y el subsecuente derrumbe de la Unión Soviética, marcaron no solo el término de la utópica aventura de los socialismos reales sino también una nueva configuración del mundo a nivel planetario. Los analistas y expertos vislumbraron la aparición de una nueva realidad, caracterizada por el triunfo del capitalismo en el plano económico y de las democracias liberales en el terreno político, todo ello sometido al poder hegemónico de los Estados Unidos.
Este nuevo mundo unipolar no fue más que una ilusión. La irrupción de la República Popular China copando inesperada y sorpresivamente los mercados de una economía global y el auge y consolidación de los totalitarismos y regímenes autoritarios en potencias como Rusia y la misma China, muy pronto diluyeron lo que no fue más que un sueño de verano. Lo que los eruditos no consideraron en su momento, fue el hecho de que las naciones, al igual que las personas, muchas veces actúan en función de sus ambiciones de poder y de dominación, con motivaciones egoístas que les permitan consolidarse en los planos internos, sin considerar cómo sus acciones afectan a otras comunidades.
Al tiempo que el autócrata Vladimir Putin buscaba apoderarse de parte el territorio de la República de Ucrania y daba inicio a una guerra que ya se prolonga por más de un año, en los Estados Unidos se abría paso el populismo demagógico de Trump bajo el eslogan de “Hagamos a América (EE:UU) grande de nuevo”, lo que implicaba una afirmación nacionalista en contradicción con su política aislacionista destinada a no inmiscuirse en conflictos ajenos.
Todo lo señalado configura un cuadro preocupante.
Los conflictos de Ucrania y de Gaza /Israel han ido adquiriendo niveles crecientes de gravedad, al extremo que nadie hoy descarta la posibilidad del inicio de una tercera guerra mundial. La autorización del Presidente Biden para que Zelensky pueda utilizar cohetes de largo alcance en respuesta a los ataques rusos, ha suscitado la inmediata respuesta de Putin al utilizar su nueva arma hipersónica (proyectil Orershnik) para borrar del mapa ciudades enteras como sucedió ya con la ucraniana Dnipro.
El problema es que la escalada bélica no tiene límites ni estratégicos ni morales. En todo momento aparece la inminencia de un eventual ataque nuclear, hecho que confirman las medidas protectoras de emergencia adoptadas por países aledaños como Finlandia, Suecia y Noruega.
Las víctimas, como siempre, terminan siendo los civiles indefensos, niños mujeres, ancianos, que mueren en escuelas, hospitales y en sus propias viviendas. Las Naciones Unidas carecen de poder efectivo para frenar la irracionalidad descontrolada de quienes se creen líderes mundiales pero que quedarán marcados en las páginas de la historia simplemente como criminales irresponsables.
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