«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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Editorial: La frágil democracia

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

En el mundo académico existe una amplia coincidencia acerca de cuáles son los elementos sustanciales que configuran una democracia liberal. Sin embargo, con frecuencia vemos aparecer en diversos rincones del planeta experimentos políticos que abusan del término y que traicionan cínicamente su esencia. Basta ver los numerosos regímenes que, por el solo hecho de apellidar la democracia y hablar de “democracias populares”, de “democracias autoritarias”, de “democracias protegidas”, nos están notificando de sus tendencias personalistas, totalitarias, nacionalistas o populistas, y de su voluntad de imponer un sistema político que, sustentado por supuesto en un partido único transforma las elecciones libres en un proceso de utilería destinado a salvaguardar las apariencias. El autócrata, por definición, no tolera la discrepancia ni la opinión disidente.

Más allá de la institucionalidad y de los procesos habituales, la democracia implica, en lo sustantivo, “un pacto de buena fe” mediante el cual cada ciudadano integrante de una determinada comunidad, acepta expresamente un cierto cuadro básico de normas de convivencia que, muchas veces inconscientemente, se compromete a respetar.

Hemos sido majaderos en insistir en la afirmación de que la democracia se prostituye cuando se la transforma en un ritual meramente formal caracterizado por el periódico depósito de un papelito en una urna y se la priva de todo contenido sustantivo.

El cohecho expresado en la compra de conciencias mediante el dinero o dádivas entregadas abusando de la institucionalidad pública; el financiamiento de la política mediante delictivos aportes de los grandes grupos de poder económico a partidos y parlamentarios; la demagogia expresada en un cúmulo de promesas irresponsables que solo sirven para engañar el elector; el uso del poder para favorecer sin vergüenza a personas y sectores privilegiados; son algunos de los ejemplos que grafican aspectos destacables de la corrupción.

En la medida en que estas acciones cunden y se generalizan, se socavan los cimientos mismos de la convivencia social. De ahí, la imperiosa necesidad de darle a la democracia un contenido sustantivo mediante el incremento de la organización y de la participación de las personas tanto para hacer posible la expresión de sus demandas básicas como para controlar activamente el cumplimiento de  las obligaciones asumidas por sus representantes.

La gran amenaza inmediata que en estos momentos experimentan muchos países, proviene del populismo fundamentalista orgánico o inorgánico, tanto de izquierda como de derecha. Estos grupos, claramente minoritarios, buscan imponer mediante el amedrentamiento y el uso de la violencia física y verbal, puntos de vista que jamás se impondrían mediante el diálogo y la convicción. Operando mediante eslóganes vacíos que solo buscan exacerbar odiosidades, rencores, sectarismos y prejuicios de toda índole, se apoderan de la agencia pública generando temores en la gente común que observa sus avances con impotencia.

Los medios de comunicación social tienen una gran responsabilidad en la evolución de estas situaciones cuando sistemáticamente manipulan las informaciones con el indisimulado propósito de promover actitudes de rechazo y condena que tienden a favorecer por reacción a los sectores más conservadores. En el caso de la gravísima crisis vivida en estos días por los EE.UU. (nación que hasta ahora se ufanaba de ser la democracia liberal más grande la historia) la gran prensa de ese país ha dado un ejemplo de coraje al desenmascarar, sin temores ni medias tintas, con nombres y apellidos, a todos quienes estaban detrás de este conato de autogolpe. No se ha tratado solo de apuntar a un enajenado presidente que miente día a día desvergonzadamente y que trata de crear verdades paralelas sin que le importe el daño tremendo que hace a su país, sino también a una corte de “perritos falderos” (la expresión es del Washington Post) que movidos por sus propias ambiciones políticas aplauden lo que cualquier ciudadano decente condenaría tajantemente sin ambigüedades.

El populismo antidemocrático es como una peste que se expande día a día si no se lo enfrenta en forma decidida. También en nuestro país las estructuras dirigenciales han mostrado creciente debilidades para hacerse cargo de un fenómeno complejo y, por comodidad intelectual o simplemente por miedo, se han ido transformando en presa fácil de las redes sociales creyendo que en ellas se expresa el sentir ciudadano.

El proceso de selección de los convencionales constituyentes significará, a este respecto, la prueba de la blancura. Un honesto enfrentamiento de esta deliberación debe traducirse en hablar con la verdad, haciendo presente sin temores que en el caso no se trata de repartir bienes económicos, sociales, culturales, a diestra y siniestra, sino de elaborar las reglas del juego que eliminen los nudos que sustentan un modelo que la gente rechaza, y que permitan un avance progresivo a una sociedad de real reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas.

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