
Editorial: Las redes nos enredan
Las democracias de las Ciudades –Estado griegas (polis) fueron sistemas políticos concebidos para los hombres libres, definición que por principio implicaba la exclusión de mujeres y de esclavos. Sin embargo, ese imitado número de ciudadanos hacía posible la deliberación colectiva de los problemas comunes en plazas y puntos de encuentro.
Las democracias modernas, tanto por las grandes dimensiones de los espacios territoriales como por el elevado número de actores han eliminado las instancias efectivas de participación. Como lo hemos señalado reiteradamente, el sistema, si bien tiende a asegurar las libertades y derechos de las personas, se ha ido transformando paulatinamente en un ritual meramente formal expresado en el depósito periódico de un papel en una urna. Ello ha hecho posible que se constituyan verdaderas castas políticas que se perpetúan en los diversos niveles en que se expresa el poder y que se separan cada vez más del país real.
La irrupción en nuestras vidas personales, en nuestras labores profesionales y académicas, de las tecnologías digitales, ha significado un cambio tan radical que hasta hace unas pocas décadas era inimaginable.
El proceso virtualmente ha hecho desaparecer las distancias de forma tal que logramos el conocimiento de lo que está sucediendo en cualquier lugar del planeta en cualquier lugar del planeta y, asimismo, lo sabemos de inmediato.
Pero, también, ha implicado un cambio inesperado.
La información que han estado recibiendo tradicionalmente los ciudadanos de los diversos países, sea a través de la prensa-papel, sea a través de los canales de televisión, siempre ha estado intermediada por agentes que responden a los intereses de sus propietarios y que se sienten con el derecho de ocultar toda información o mensaje de opinión que no se adecúen a sus comprometidos puntos de vista. Ello ha permitido crear artificialmente climas de opinión que no se ajustan a los juicios y voluntades de las grandes mayorías. Al consolidarse la alternativa de la comunicación digital, esa manipulación histórica es puesta en descubierto ya que toda persona con un simple teléfono celular puede socializar hechos que presencia y también puede develar hechos y antecedentes que se silencian. En los últimos días, por ejemplo, ha sido notorio el ocultamiento de los comentarios de la prensa internacional que no solo han criticado la gestión gubernativa frente a la pandemia sino que unánimemente han puesto en relieve los graves niveles de pobreza, hacinamiento, exclusión y desigualdad de la sociedad chilena.
Ese cerco comunicacional ha sido definitivamente roto por los canales alternativos lo que, de por sí, es una buena señal. En principio, las redes implican preocupación, inquietud, afán de ser actores críticos ante una realidad compleja y desafiante.
Sin embargo, es necesario dejar en claro, de partida, que el universo digital no se corresponde con la realidad. Por razones evidentes, y que es innecesario detallar, estratos tales como el de los adultos mayores, el de los grupos vulnerables y, en particular, el mundo rural, aparecen sub representados en este cuadro lo que deriva en una sobre representación del mundo juvenil y de los grupos de mayores ingresos.
Pero, lo más peligroso se encuentra en la concreción de un debate agresivo, carente de reflexión, solidez y argumentaciones racionales, vía por la cual cada actor busca relacionarse con interlocutores que piensan igual que él y elude y ataca a quienes sostienen una línea diferente. Basta con revisar los espacios de comentarios que aparecen a continuación de cada información para constatar que estos (además de la pésima ortografía, deficiente redacción y cobarde anonimato) constituyen un reservorio que recibe las expresiones de intolerancia, odiosidad, funas al individuo distinto, racismo y nacionalismo ultrista, entre otras actitudes negativas.
Lamentablemente, este extremismo expresivo ha ido siendo tolerado y aceptado de forma creciente y está contribuyendo a crear y sostener una cultura de carácter fascista, de derecha o de izquierda, de izquierda o de derecha.
Si a lo dicho se suma la evidencia de que quienes ejercen cargos de autoridad y de representación, evitan actuar conforme a sus convicciones y cada vez se comportan más según las indicaciones que les señalan las redes, el daño que se le está haciendo al tejido social y a una convivencia democrática madura, puede llegar a ser irreversible.
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