
Editorial: Parcial, variando a nublado…¿Y después?
El planeta, en general, vive un período de incertidumbre, temor y angustias. Nuestro país no ha podido estar ajeno a esa realidad. La pandemia desatada por el corona-virus cubre prácticamente todo el territorio atacando con mayor fuerza las comunas más densamente pobladas o los lugares en los cuales no se han aplicado las mínimas medidas de protección, aislamiento y seguridad.
Las estadísticas que se van construyendo día a día nos muestran que los sectores más carenciados de la sociedad son los de mayor contagio y victimización ya que más allá de las debilidades generadas por sus condiciones de vida (alimentación, vivienda, salud) se encuentran en la práctica imposibilitados de cumplir las normas e instrucciones dispuestas por la autoridad. La falta de un buen abastecimiento de agua y de servicios de eliminación de excretas, el hacinamiento, la necesidad imperativa de trasladarse en medios de locomoción colectiva carentes de sanitización, entre otros factores, crean para ellos un panorama oscuro e ineludible.
La situación es preocupante. A los problemas sanitarios propios de la pandemia se van sumando día a día muchas consecuencias derivadas, entre las cuales destaca la creciente crisis económica que tiene paralizadas diversas actividades y que ha elevado los niveles de cesantía a rangos inusitados. Todos los “expertos” vaticinan ya, que al cabo de este período (cuya extensión no puede determinarse) sin lugar a dudas seremos un país más pobre.
Por supuesto, y no está de más recordarlo, aunque las cifras sean sideralmente distintas, no es lo mismo que el estrato social calificado como ABC1 pierda el 10% de sus ingresos a que un deterioro porcentualmente similar lo sufran los sectores que estaban percibiendo ingresos de mera subsistencia y que a partir de los tiempos de crisis derechamente caerán a un insondable pozo de pobreza.
Las medidas económicas implementadas por el Gobierno, y que la mayoría opositora del Congreso Nacional ha logrado elevar en algunos puntos, significarán un auxilio importante para parte importante de la población pero, y esto hay que tenerlo claro, esta ayuda es acotada en el tiempo y es casi imposible que la caja fiscal pueda prorrogarla en el largo plazo.
En buenas cuentas, independientemente del juicio crítico que se pueda tener sobre lo que está pasando hoy, llama la atención que desde ningún sector haya una reflexión crítica profunda acerca del Chile de pasado mañana. Tanto la coalición gobernante como lo que irónicamente se ha denominado “las cinco oposiciones”, persisten en permanecer sumidas en un marasmo conducente a ninguna parte.
Los sectores tradicionalmente dominantes de nuestra sociedad cometen un profundo error de juicio y apreciación si piensan que la nueva normalidad o el retorno seguro, derivarán en una situación similar a la que había antes del estallido social de octubre. Las diversas causas que originaron el malestar social que motivó esa explosión, siguen vigentes ya que nadie ha tenido el coraje de abordarlas como corresponde. Muchas de las frases grandilocuentes que anunciaron una nueva actitud, un nuevo trato, un nuevo tipo de relación social, se las llevó el viento pues solo fueron producto del miedo que provocaba un conflicto desbocado e incontrolable. Después que la primera dama confidenciara a una amiga que iba a ser necesario que renunciaran a algunos privilegios, la gente tiene el derecho legítimo a preguntarse: ¿A qué han renunciado quienes controlan el poder económico en el país?
Al frente de un Gobierno que trata de salir del paso a como dé lugar y cuya preocupación primera es el mejoramiento de las notas en las encuestas, el país ve una oposición cuyo único factor común reside en el hecho de estar fuera de La Moneda. Carente de liderazgos morales y políticos, invadida por todos lados por los personalismos y por pequeñas luchas ramplonas por ocupar mínimos espacios en los medos de comunicación social, su oferta a la ciudadanía de un proyecto de sociedad es nula. NI siquiera se vislumbra en este campo que se disgrega cada día más, un esfuerzo por un programa práctico de transición ya que es claro que no se tiene un mínimo de lealtad y de amistad cívica entre los múltiples actores.
El proceso constituyente es indispensable e impostergable pues significa una válvula que en gran medida contribuirá a descomprimir las tensiones acumuladas en el seno de nuestra sociedad. Sin embargo, no constituye en manera alguna una respuesta milagrosa a las demandas que han planteado los diversos grupos sociales. Por ahora, el desafío es elevar el nivel del debate político, aterrizarlo en el enfrentamiento de una docena de temas clave, proponerse una tarea específica para el próximo cuadrienio, comprometer al Chile real tras su prosecución, levantar un liderazgo suprapartidario en el que las grandes mayorías se vean reflejadas. ¿Será posible o solo estamos formulando disquisiciones utópicas?
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