«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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Editorial. ¡Tratar con cuidado! Contiene democracia frágil.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Tras la estrepitosa caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su disolución como pompas de jabón, el politólogo estadounidense de ascendencia japonesa Yoshiro Francis Fukuyama, creyó que había llegado el momento de poner cerrojo a la larga evolución de las sociedades humanas y proclamó, sin ambages, que habíamos llegado al “fin de la historia”.

Para Fukuyama, una existencia secular, marcada por la constante lucha entre diversas ideologías, había alcanzado su término puesto que, definitivamente, se había impuesto un modelo razonable de organización social sustentado en dos principios rectores fundamentales: el liberalismo democrático, en lo político, y la economía capitalista de libre mercado, en lo económico.

Tres décadas fueron más que suficientes para poner en cuestión la soberbia dogmática de un planteamiento que estaba destinado a estrellarse con la dura y tozuda realidad.

En el plano económico, pudiera aceptarse la afirmación de que el “capitalismo de libre mercado” es el sistema dominante a nivel global, tanto que a las naciones tradicionalmente reconocidas como ejemplos típicos y exitosos al respecto – como EE.UU., Japón, Europa, Corea del Sur – se ha ido sumando paso a paso la inmensa República Popular China con su acelerado crecimiento con su paradigmática experiencia de mixtura entre capitalismo de Estado y capitalismo privado.

Como se ha planteado en innumerables oportunidades, la tradicional economía capitalista ha demostrado ser exitosa en cuanto a la producción de bienes y a la innovación tecnológica, pero ha fracasado en cuanto a su distribución equitativa y, al derivar en una ideología totalizante, el neoliberalismo, que incluye aspectos antropológicos, una filosofía de vida que concibe la sociedad como una suma de individuos egoístas y aislados para los cuales no existe ni la cooperación, ni la solidaridad, ni la responsabilidad hacia los demás, ha generado comunidades crecientemente fracturadas y con problemas estructurales que alimentan la frustración, el enfrentamiento y la violencia.

En ese terreno, cuando la población percibe que sus demandas fundamentales no son satisfechas con la prontitud que se espera, cuando observa que las elites políticas viven enfrascadas en interminables luchas en defensa de sus intereses sectoriales y de sus cuotas de poder, la democracia liberal se vuelve vulnerable pues las personas la inculpan como responsable de una situación generalizada que les es insatisfactoria.

Precisamente ese es el momento histórico propicio para la aparición de liderazgos autoritarios que hacen de la crítica a la democracia representativa el caldo de cultivo para sus ideologismos populistas. Estos líderes “antipartidos”, “antipolítica”, se terminan conectando con los sectores asalariados y con los grupos más vulnerables de mejor forma que los tradicionales movimientos de izquierda o de centro-izquierda ya que ofrecen orden y seguridad pública, erradicación de la corrupción y eficacia en las respuestas que la ciudadanía reclama. Nada de su discurso se condice con la realidad pero, sin embargo, encuentra acogida en una masa ciudadana hastiada de un sistema político que ve como superficial e incompetente.

Las situaciones que se viven en países fronterizos nuestros, son preocupantes. Y su ejemplo puede ser amenazante.

El mismo Fukuyama, al cabo de las tres décadas antes aludidas, ahora confiesa su honda preocupación por el avance que están experimentando a nivel mundial los movimientos de ultra derecha que, con un discurso nacionalista y populista, de soluciones fáciles y de populismo polarizante, va adquiriendo crecientes cuotas de poder.

Como en la vieja fábula de la rana, no estamos tomando oportuna conciencia de la amenaza. La corrosión de la democracia, implica la destrucción de la casa común, del lugar donde podemos convivir en medio de nuestras legítimas diferencias. Es hora de que comprendamos que, pese a todo, la democracia es indispensable tanto para preservar los derechos fundamentales de las personas como para trabajar por alcanzar niveles crecientes de justicia y solidaridad.      

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