
¿Cambio de gabinete o cambio de rumbo?
El viernes 10 de este mes, por fin se produjo el tan anunciado cambio de gabinete. Era evidente que se hacía necesaria una modificación en el cuadro de las secretarías de Estado tanto por razones políticas (equilibrios entre coaliciones y partidos en que se sustenta el mandato del presidente Boric) como por la necesidad imperiosa de lograr mejoras en la gestión sectorial. Algunos errores no forzados de algunos ministros o algunas ministras (o en las subsecretarías) hacían imperioso reacondicionar el tablero con miras a una nueva etapa.
La evaluación política de la situación estaba marcada por tres factores que indudablemente tenían relación con la tarea gubernativa: Dos de estos, eran claramente negativos – la apabullante derrota sufrida en el plebiscito de salida del 4 de septiembre pasado y el rechazo a la “idea de legislar” en materia de reforma tributaria – y uno positivo marcado por la paulatina pero persistente alza de la popularidad del Presidente gracias a su compromiso en terreno en el enfrentamiento de la tragedia de los incendios.
De los cambios resueltos, en Obras Públicas, Deportes, Cultura y Ciencia claramente se trata de una opción por el mejoramiento de la gestión de cada sector ya que en cada caso había déficits que era necesario superar pues es injustificable que tras un año en los cargos respectivos haya habido desconocimiento hasta del nombre del encargado del área respectiva. Los ministros necesitan desplegarse, mostrarse ante la ciudadanía, explicar razonadamente lo que están haciendo o piensan hacer en su cartera para que la opinión pública comprenda el sentido político- social de la tarea asumida.
En Relaciones Exteriores, el cambio de nombre era inminente. La canciller saliente, además de su conflicto (nunca resuelto) con el subsecretario de relaciones económicas internacionales que llevó a la paralización inútil de la ratificación del TPP por largos meses, tuvo una serie de errores que afectaron directamente la imagen del Presidente al no advertírselos y que culminaron con el escándalo de la grabación y difusión de la reunión oficiosa que mostró la liviandad con que se asumían las responsabilidades en una cara esencial de la política del país.
Ya habrá tiempo para enjuiciar reposadamente lo que hay detrás de las sustituciones decididas por el mandatario en las dos líneas más importantes del ejercicio del poder.
Por el momento, queda claro que Boric decidió concretar al detalle la paridad de género y, lo que parece más relevante, dar preeminencia a los independientes (más bien dicho, “no militantes”) en su equipo de trabajo.
El nuevo gabinete, sin embargo, tiene una marca a la cual debe prestarse la mayor atención. Definitivamente, los tiempos de los fundamentalismos identitarios han sido dejados de lado, y se ha optado por una línea de moderación más acorde con la trayectoria, tan criticada por sectores de una de las coaliciones gobernantes, de los mandatos de la Concertación y de la Nueva Mayoría.
El presidente ha bebido una buena dosis del jarabe de la realidad y ha asumido que los cambios son necesarios pero que deben perseguirse (aunque la frase sea molesta) “en la medida de lo posible”.
En el momento presente, no puede prescindirse de un hecho irrefragable: el Gobierno es minoría política y parlamentaria y con ese dato necesita trabajar. En la medida en que muestre eficiencia en su gestión, podrá acrecentar sus niveles de apoyo, sobre todo si lo hace con honestidad y consecuencia.
Los sectores opositores de derecha, arrastrados por el extremismo republicano, han buscado apropiarse de las cifras y porcentajes del plebiscito de septiembre pero su pretensión no se condice con el querer de la gente que demanda mayores niveles de justicia y equidad, elementos clave para sustentar una verdadera democracia social.
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