«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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El colapso de la ciencia: por qué necesitamos un nuevo paradigma para el tercer milenio

Ugo Bardi

Desde Florencia, Italia

No estoy diciendo que toda la ciencia sea corrupta, pero si existen imágenes como la de arriba, significa que hay un serio problema de corrupción en la ciencia. Y tenga en cuenta que proviene del «Scientific American» [2], ¡que no es exactamente un tabloide promedio! Bien puede ser que la ciencia siga el camino que siguieron muchos sistemas de creencias históricos: abandonados porque no eran consistentes con las necesidades de su época. Y, como en la antigüedad, el declive de un sistema de creencias comienza con la corrupción de sus principales partidarios, en este caso, los científicos.

Si lee el «Decamerón», escrito por Giovanni Boccaccio en 1370, notará que la difamación de la Iglesia cristiana es un hilo dominante. En ese momento, parece que era un hecho obvio que sacerdotes, monjes, monjas y afines eran personas corruptas que habían abandonado sus ideales para caer en varios pecados: avaricia, glotonería, blasfemia, lujuria carnal, y más.  

El libro de Boccaccio no habría sido posible unos siglos antes, cuando la Iglesia cristiana aún gozaba de un enorme prestigio. Pero algo había cambiado en la sociedad europea que gradualmente estaba volviendo obsoleta a la Iglesia. Era inevitable: las ideas, al igual que los imperios, son cíclicas, crecen, alcanzan su punto máximo y luego declinan. El cristianismo había nacido durante el Imperio Romano tardío, cuando la sociedad europea no tenía ningún uso para los ideales bélicos del paganismo antiguo. El cristianismo tomó el control y creó un sistema de creencias que era compatible con una sociedad sin ambiciones imperiales. Pero, con el declive de la Edad Media, Europa se volvió rica nuevamente y la Iglesia comenzó a ser vista como un obstáculo para la expansión económica y militar. Boccaccio era la voz de una nueva clase mercantil que veía el dinero como un instrumento de crecimiento y que no pasaría más de un siglo después de Boccaccio antes de que las cosas llegaran a un punto crítico cuando Martín Lutero clavó sus Noventa y Cinco Tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, en 1517. Después de Lutero, llegó otro punto de inflexión unos 30 años después con la denominada «Controversia de Valladolid», debate que tuvo lugar en 1550 y 1551 en la ciudad de Valladolid, España. Se trataba del estado de los nativos americanos. Para la mayoría de nosotros, lo que recordamos de esta historia es una narrativa grotescamente deformada de solemnes inquisidores españoles que debaten sobre si los nativos americanos tenían alma o no y que la conclusión fue que no la tenían. Eso dio vía libre a los conquistadores para matar y esclavizar a los nativos a su antojo. 

La realidad fue muy diferente. En la Parte II de este artículo, podrá leer un ‘post’ muy interesante de Paul Jorion [3] que cuenta la historia real: el resultado del debate de Valladolid fue una victoria para los derechos de los nativos. Pero, como era de esperar, la voz de la Iglesia fue mayoritariamente ignorada mientras el debate se convertía en propaganda anti-española por parte de aquellos que en realidad estaban exterminando a los nativos americanos: los colonos británicos y del norte de Europa. La Iglesia Católica recibió tal golpe en esta campaña que nunca se recuperó por completo de ella.                            

Un resultado inesperado del Debate de Valladolid fue el regreso del paganismo en el arte. (Cuento esta historia en mi blog, «Quimeras» [4]). Durante el debate, uno de los comentaristas, Juan Ginés de Sepúlveda, trató de justificar la esclavitud de los nativos americanos argumentando que la sociedad pagana de la época clásica no era inferior a la moderna. Y que, dado que en aquellos tiempos la esclavitud se practicaba comúnmente, también la podían practicar los buenos cristianos. 

El punto de Sepúlveda no fue aceptado en Valladolid, pero pareció resonar con las opiniones europeas de la época. El paganismo solía considerarse la esencia misma del mal durante la Edad Media, pero se puso de moda. Se ve eso especialmente durante el siglo XIX, cuando una persona europea culta no podía evitar tener en su biblioteca al menos un «breviario de la mitología» que enumeraba y describía antiguas deidades paganas. La «Mitología» de Thomas Bullfinch (publicada por primera vez en 1855) fue especialmente popular en el mundo de habla inglesa. 

El paganismo de Bullfinch fue principalmente un juego para intelectuales y nunca llegó a la gente común en forma de culto organizado. Pero el sistema de creencias europeo evolucionó hasta convertirse en algo que no tenía reglas que impidieran la explotación despiadada de los recursos naturales, ya sean minerales, criaturas vivientes o personas que podrían ser tachadas de «salvajes». Se suponía que este nuevo sistema evitaría una repetición de la polémica de Valladolid. Se llamó «ciencia». 

La transición tomó algún tiempo y todavía está en parte en curso, pero la ciencia claramente ganó la batalla, relegando al cristianismo a un conjunto de supersticiones que solo son válidas para las ancianas y los campesinos. En cambio, la ciencia era el sistema de creencias adecuado para la Europa imperial de los siglos XIX y XX. Hizo hincapié en la competencia, la supervivencia de los más aptos, el crecimiento económico y la riqueza para quienes pudieran aprovechar las oportunidades adecuadas. Esta actitud probablemente alcanzó su punto máximo a mediados del siglo XX con los sueños sobre la «conquista del espacio» humana para reiniciar la saga de la conquista del Nuevo Mundo. 

Por desgracia, no todos los sueños se pueden convertir en realidad. En la segunda mitad del siglo XX, quedó claro que la expansión económica estaba destruyendo los mismos recursos que la hicieron posible. Al mismo tiempo, la contaminación en forma de cambio climático estaba provocando el colapso de todo el ecosistema planetario. Una vez más, la humanidad se enfrenta a la necesidad de un cambio de paradigma y, como es habitual, no todos están de acuerdo en lo que se debe hacer. 

Un equivalente moderno de las 95 Tesis de Lutero fue el informe titulado «Los Límites del Crecimiento», publicado en 1972. El informe señaló el agotamiento de los recursos naturales y el efecto de la contaminación; dos factores que, junto con el aumento de la población humana, estaban llevando a la humanidad a un gran colapso durante algún momento a mediados del siglo XXI. El informe argumentó firmemente a favor de detener el crecimiento económico y estabilizar la población humana antes de que fuera demasiado tarde. 

El resultado fue un debate en algunos aspectos similar al de Valladolid, en el siglo XVI. La ‘memesfera’ humana se dividió en dos facciones: una que quería mantener la expansión en marcha y la otra que decía que era hora de detenerse. 

La evolución del debate ha visto la ampliación de la división entre las dos facciones. Los partidarios de la ciencia tildan a sus oponentes de «catastrofistas» y argumentan que todos los problemas creados por la ciencia podrían resolverse con más ciencia. La idea es que necesitamos ciencia para desarrollar nuevas fuentes de energía y sustituir los recursos naturales menguantes por otros nuevos, más abundantes (en un momento de peculiar arrogancia, esta idea se denominó «el principio de sustituibilidad infinita » [5]). El otro bando comenzó a usar el término «cientificismo» para enfatizar el carácter ideológico que estaba tomando la ciencia. Los catastrofistas siguen pidiendo una retirada controlada de la sobreexplotación de los recursos naturales.

Hasta ahora, el cientificismo ha mantenido la delantera en el debate, pero el agravamiento de la situación mundial ha llevado a sus partidarios a adoptar una posición rígida que recuerda a la inquisición de la Iglesia católica. Es el «Tecno-populismo» [6], una alianza impía de científicos y políticos. Parecen operar sobre la suposición de que lo que dice la ciencia no se puede discutir porque es ciencia, y que la ciencia es lo que ellos decidan que es. Los debates ya no están permitidos, los oponentes son tildados de «negadores» (o ‘negacionistas’), mientras que las dudas se consideran herejías. Afortunadamente, los tecno-populistas no tienen el poder de quemar a sus oponentes en la hoguera (todavía no, al menos).

Pero los tiempos están cambiando rápidamente. Mucho más rápido de lo que cambiaban en el momento de la polémica del Valladolid. Entonces, los tecno-populistas están esparciendo la semilla de su propia destrucción. Forzada a una camisa de fuerza ideológica, la ciencia está sufriendo mucho: los científicos son seres humanos y no son invulnerables a la corrupción. Y la corrupción se está extendiendo rápidamente, especialmente en aquellas áreas donde la ciencia está en estricto contacto con mercados rentables: medicamentos, químicos, cosméticos, alimentos, energía y otros. Además, la ciencia sufre de amiguismo, elitismo, incapacidad para innovar, falta de estándares, auto-referencia y más.

Es posible que en un futuro próximo la ciencia pase por una campaña de difamación similar a la que convirtió la fe católica en un cúmulo de supersticiones. Probablemente se acusará a la ciencia de haber sido la principal fuerza involucrada en la destrucción del ecosistema de la Tierra y se acusará a los científicos de haber operado exactamente con ese propósito. Algunos de ellos realmente lo hicieron, pero los muchos que intentaron oponerse a la destrucción serán olvidados o su trabajo malinterpretado. Sus intentos de reparar la situación serán utilizados como un acto de acusación contra la ciencia, así como el maltrato a los nativos americanos por parte de los colonos españoles fue utilizado como acusación contra la religión cristiana.

Entonces, ¿qué reemplazará a la ciencia? Por el momento, el cristianismo ha sido completamente ‘sacado del agua bendita’ por la ofensiva tecno-populista. La mayoría de los cristianos todavía se preguntan qué los golpeó. No han reconocido cómo están siendo empujados a la irrelevancia al no reaccionar contra las creencias que el cientificismo les está imponiendo. Pero, en un futuro no lejano, podríamos ver una evolución paralela al cambio que ocurrió durante el siglo XVI. En ese momento, el paganismo resurgió como una alternativa al cristianismo. Ahora, el cristianismo puede resurgir como una alternativa a la ciencia. Alexander Dugin es un buen ejemplo de este regreso a visiones más antiguas. 

Pero las cosas siempre cambian y nunca vuelven a ser iguales. El cristianismo absorbió y reelaboró ​​muchas creencias paganas, al igual que la ciencia absorbió muchas formas cristianas de hacer las cosas, con, por ejemplo, las universidades actuando de manera muy parecida a los monasterios cristianos. Entonces, cualquier cosa que reemplace a la ciencia, mantendrá gran parte de la ciencia de antaño, excepto que se reformulará en formas más adecuadas para las nuevas visiones del mundo. Y algunas secciones de la ciencia, quizás la mayor parte, serán tachadas rotundamente de «malvadas», al igual que los dioses antiguos fueron rebautizados como demonios y monstruos. 

Entonces, el gran ciclo se reiniciará y veremos a dónde nos lleva. Tal vez sea una nueva forma de Cristianismo, tal vez una nueva forma de Paganismo, un culto ‘Gaiano’ de algún tipo. La belleza del futuro es que nadie puede obligarlo a ser lo que quiere.

[1] https://thesenecaeffect.blogspot.com/

[2] https://blogs.scientificamerican.com/food-matters/science-for-sale-big-food-s-influence-on-top-nutrition-research-org/

[3]     https://www.pauljorion.com/blog/2021/06/23/la-querelle-ou-controverse-de-valladolid-1550-1551/

[4]     https://chimeramyth.blogspot.com/2021/07/the-roots-of-great-european-shift-from.html

[5]     https://www.jstor.org/stable/1741484

[6]     https://www.spiked-online.com/2021/07/16/how-technopopulism-took-over/

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