El silencio
El silencio; ese susurro ensordecedor que, por silencioso, a veces a algunos puede resultarle insoportable.
El silencio; ese que nos rodea en las calles, como murmullo indescifrable y lejano.
El silencio; ese que nos acompaña en la quietud de la noche, entre sábanas, crujidos y aparentes quejidos, cuál poesía que nos arrulla.
El silencio; ese que sentados en las rocas frente al mar se nos une en el eterno ir y venir de las olas.
El silencio; ese que caminando en la playa se nos cuela entre los dedos de los pies con el calor de la arena, y nos abraza, en la brisa marina, como el suave y tibio abrazo de una madre.
El silencio; ese que, observando desde la cima de la montaña, nos adormece con el suave silbido del viento.
El silencio; ese que, en la soledad de una fría caminata de invierno, nos atraviesa los huesos y nos recuerda que estamos vivos.
El silencio; ese que en el descanso en la colina nos acaricia con los rayos del sol y el color de las flores.
Compañero siempre presente, pero a la vez tan ausente.
Siempre ahí; sin que muchas veces siquiera lo sepamos. En las buenas y en las malas; para reconfortarnos en momentos de tristeza y realzar aquellos de alegría.
Enfrentados a él, afloran nuestros más íntimos y profundos temores. Entregados a él, florece en nuestro corazón la serenidad y en nuestro rostro la sonrisa.
El silencio; tantas veces incomprendido y evitado. Y otras muchas buscado con el anhelo de un espíritu sediento.
Hay silencios profundos y elocuentes; otros que gritan y duelen; los hay que, como caricias, sanan; y aquellos que contienen e invitan a la reflexión.
¿Qué sería de nosotros sin él? ¿Cuánto dejaríamos de reconocernos, aprender y crecer sin su compañía?
Escribir sobre el silencio es casi como quebrantarlo; sin embargo, no hacerlo es como traicionarlo. Olvidarlo.
El silencio.
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