«La soberanía popular no se debe transar… Nos llaman a validar la carta hecha por los «poderosos de turno». Ni los partidos ni los parlamentarios con sus expertos y adláteres del sistema Neoliberal, podrán imponernos, una vez más,  una constitución antidemocrática. Digamos NO.»

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El tiempo de la memoria

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

Hay una filosofa española, María Zambrano, quien, en uno de sus textos, específicamente Notas de un método, al plantear el valor de la memoria, afirma que ésta   debe ser entendida como “Nodriza y madre del pensamiento”. Se puede plantear que merece ese calificativo, por la simple razón que es origen de aquel movimiento del pensamiento que busca en las huellas que deja lo vivido, una cierta razón explicativa de lo que somos en la actualidad. Mas para efectivamente lograr tener esa explicación, el ejercicio de la memoria se mueve en un ir y venir por distintas capas no sólo en avance hacia profundidades y superficies (plano de un movimiento del discurrir en vertical), también hacia capas de proximidad y lejanía en una especie de movimiento horizontal, y todo hasta alcanzar la plena libertad del discurrir en la verdad. Vale decir: dar cuenta de lo que en verdad importa para la habilitación de ser humano.

Se trata, entonces, de valorar la memoria como facultad humana, pues tiene la habilidad de operar sobre realidades de diverso cuño, y lo realiza de punta a cabo, para verlo todo y todos en ascenso, descenso y horizontalmente de ida y de vuelta. En este sentido, el ser de la memoria tiene la condicionalidad de la libertad del pensar a fin de hacerse de un camino en ascenso humanizador que, por cierto, tiene efectos visibles que constatamos en aquello que corporalmente nos recuerda un hecho, de uno que produce sensaciones de diverso tipo y tono, desde, por ejemplo, la alegría mesurada hasta la euforia liberada, desde la tristeza tranquila, hasta la furiosa tristeza. Pero, ¿por qué ese modo de ser de la memoria? Simplemente por exigencia del recordar, vale decir, de una mirada retrospectiva para hallar la “verdadera” causa que mueve el acto de recordar para ver el significado de lo que intuimos bajo la bruma de un recuerdo y, con un solo fin consciente: conocer. Así entendida la memoria, observamos que en ese conocer está su causa como su sentido; sentido que está en su origen, su ruta y su fin; fin de sentido liberado desde el hecho de ser la memoria nodriza y madre del pensamiento. Mas, ¿por qué buscar? Para librar la batalla de la memoria recuperativa capaz de superar, entre otros aspectos limitantes del conocer, el temor a asuntos del pasado y así poder lograr acuerdos sin desdeñar lo que causa dolor, sino asumirlos en lo que son: huellas grabadas en la consciencia común social y que se comportan como herencia para todos y todas.

Pero liberada la memoria de su freno, ocurre lo inevitable: los fantasmas afloran y han ellos de ser asumidos en lo que son: barreras que en nada colaboran en la construcción de sentido humano. La ventaja de aceptar la fuerza de los hechos pasados es que se gestiona mejor la gestión del tiempo presente (será el pasado al breve tiempo de ocurrido aquello), con lo cual hacemos lo posible para no repetir la causa de las sombras que oscurecen el tiempo presente.

Mas no es vano el temor a aquella vivencia alojado en el recuerdo. Pero superado aquello, sucede lo inevitable del recorrer de la memoria: al final del camino se termina por descubrir  lo que se pretende dejar para el olvido. De suyo, enfrentada la memoria a su teleología, no queda más que aceptar la imposibilidad que el olvido ocurra, y esto a pesar de los intentos negacionistas presentes en narraciones de frágil consistencia ética. Superada esta tentación, tenemos que al final el proceso seguido por y en la memoria, consiste en seguir avanzando gnoseológicamente para volver diáfano el significado de aquello que la memoria trae al presente desde un fondo que, y en ocasiones -no pocas en número, y hay que verlo así por razón hermenéutica para no caer en generalizaciones que llevan al mal entender hechos y personas –  se resiste a liberar recuerdos; tarea a veces compleja, ya que pide para ser logrado, y por extraño que resuene, primero ser algo hallado. Sin aquello hallado, sin ese recuerdo encontrado en las trampas del olvido y expuesto al conocer, no es posible  realizar el acto de renunciar de cierto modo a la sospecha que un asunto anclado en el tiempo –principalmente referido al tiempo subjetivo en un contexto socio político como un golpe de Estado-, puede provocar  incomodidad existencial; incomodidad visible en la medida que este  temor va asociado al recuerdo de algo alojado en un objeto como el cuerpo que sería el caso de un torturado, o de un cuerpo exiliado. Se quiera o no, esto transforma la percepción del significado del tiempo presente vivido, ya que ocurre que, al ir descubriendo hechos, por la memoria afloran sensaciones de trato incómodo difíciles de aceptar. La paradoja que esta incomodidad viene inscrita en un plan de la conciencia por conocer la verdad de los hechos históricos más allá de intereses socio-políticos particulares. Salvada la incomodidad y el riesgo de ocultar la sensación de peligro que trae consigo la verdad revelada, la memoria deja a exposición pública culpas y responsabilidades personales como colectivas. Al menos, teóricamente. Al menos, en propósito consciente….

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