Entre convulsiones y estertores
No podemos distraernos. El planeta gira tan demasiado rápido provocando un desconcierto generalizado que hace recordar el llamado de la simpática Mafalda: “¡Paren el mundo, que me quiero bajar!”.
Jair Bolsonaro, el amigo personal de Jacqueline van Rysselberghe y José Antonio Kast, irrumpió el martes 5 con una frase lapidaria en respuesta a las múltiples demandas de ayudas económicas de una población devastada por los contagios, las muertes y el desempleo: “Brasil está quebrado. Yo no consigo hacer nada. Quería modificar la tabla del impuesto de renta, pero no pude”. La prensa desarrolla “un trabajo incesante de intentar desgastar para sacarnos de aquí y poder atender sus intereses oscuros”. Al siguiente día, Bolsonaro declaraba que había sido mal interpretado. Lo concreto: al 8 de enero, 8.015.920 contagiados y 201.542 muertos, cifras sin precedentes de desempleados y la denuncia de Folha de Sao Paulo de que ya el 40% del humedal de Mato Grosso se ha destruido.
En Chile, los ministros Antonio Walker (Agricultura) y Christian Monckeberg (Segpres) renuncian a sus cargos con la pretensión de ser constituyentes. El Gobierno bate un record: 60 ministros en tres años y solo dos (Larraín y Hutt) pertenecen al equipo original. Irónicamente se comenta que los nuevos secretarios de Estado son los suplentes de los suplentes de los suplentes. En la acera del frente, el diputado del Partido Humanista Florcita Alarcón es acusado de abuso sexual y las redes exhiben fotos escandalosas del parlamentario. Alarcón habría drogado a una mujer para lograr relaciones no consentidas. Renuncia a la presidencia de la Comisión de Cultura, Artes y Comunicaciones de la Cámara de Diputados y la gente, atónita, se pregunta: ¿Con el apoyo de quienes llegó a ese cargo? En materia sanitaria, preocupa la titubeante conducta gubernativa. El cambio constante en la definición de medidas y la aplicación de restricciones en comunas desconociendo la interconexión real que existe entre ellas, genera desconcierto y hastío en la población. Las fiestas ABC1 se multiplican en Las Condes, Zapallar, Cachagua pues sus organizadores y partícipes obviamente no se harán problema alguno para pagar las multas. El jueves 7, mientras se daba a conocer el fallo en el “caso Catrillanca”, y aprovechando que las comunidades mapuche se habían desplazado hasta la sede del Tribunal, 800 funcionarios tanto de la policía civil como uniformada, son desplazados desde todo el país hasta la comuna de Ercilla. El operativo, calificado como “exitoso” por el Ministro del Interior, deja como resultado dos mujeres detenidas.
Más allá de nuestras fronteras, con sorpresa el mundo vio tambalearse a la soberbia democracia estadounidense. Varios centenares de individuos, pertenecientes a grupos radicalizados de supremacistas blancos convocados por medio de las redes sociales con el aliento fervoroso de Donald Trump, y premunidos de banderas, palos y armas, ocupan por la fuerza el Capitolio, lugar en que se realizaría la ceremonia formal que consagraba el triunfo de Joe Biden y la derrota del actual mandatario. Su violencia sobrepasa la protección policial del lugar. ¿Por qué ha sucedido esto? Simplemente porque Trump, un mentiroso maniático, ha logrado convencer a un sector importante de ese país con su afirmación de que le robaron la elección. 62 reclamos suyos en diversos estados, muchos de ellos controlados por el Partido Republicano, han sido sistemáticamente desechados resolviendo que no hay evidencia alguna de fraude. El Washington Post hace pública la llamada mediante la cual el Presidente presiona al Secretario de Estado de Georgia para que encuentre, a como dé lugar, 11.740 votos que le den el triunfo en el Estado, a lo que este se niega. El Martes 5, Georgia elige en segunda vuelta a dos senadores demócratas que reemplazarán a los vigentes republicanos. El miércoles 6, al vicepresidente Mike Pence le correspondía presidir la sesión del Congreso y abrir las comunicaciones oficiales que daban cuenta de los resultados cuya suma acreditaba el triunfo de Biden. Trump le requiere que excluya los Estados que él, desde su mundo paralelo, considera fraudulentos, a lo que Pence se niega.
La turba descontrolada irrumpe y se requiere el auxilio de la Guardia Nacional para restablecer el orden. Esa noche, Biden es proclamado Presidente.
La ultraderecha populista pierde el poder dejando un legado sobrecogedor: 26 millones de adultos carecen de lo indispensable para alimentarse en el país más poderoso del mundo; 22.414.250 contagiados con el Covid 19; una pandemia que ya alcanza a los 377.543 muertos, más que la suma de todas las víctimas fatales que ha sufrido el país del norte en todas las guerras que ha participado a través de su historia (que no son pocas).
¿Caso resuelto?
No.
El mentiroso contumaz deja una nación profundamente convulsionada, con los más altos niveles de desprestigio internacional, con una profunda herida en la moral de sus ciudadanos y con una fractura al parecer irreparable. Restablecer la paz y la convivencia civilizada será una tarea ímproba para el nuevo Gobierno. El problema es que durante décadas se ha alimentado el huevo de la serpiente y el racismo, el supremacismo blanco, el fanatismo ideológico encubierto por capas seudo religiosas, entre otros factores, han destruido el espíritu de comunidad.
¿Servirá esto de lección para otros?
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