«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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EDITORIAL. Matemáticas y democracia

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

La “democracia” encuentra una paupérrima definición en el diccionario de la Academia Española de la Lengua: “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno // Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”.

Ninguno de los elementos ni formales ni sustantivos del concepto son considerados. Más aún: su sola lectura abre paso a una serie de ambigüedades que no solo no explican sino que complican.

En un intento por aproximarnos a una cierta precisión en la materia, podríamos partir por señalar que la “democracia”, conforme a sus ancestros de la Grecia clásica, implica el gobierno de las mayorías. para cuyo efecto la cultura  helenística reconoció que cada individuo posee una fracción del poder político excluyendo a niños y adolescentes por razones obvias de madurez y responsabilidad, y también a las mujeres y a los esclavos, cuyos derechos no les eran reconocidos. Se trataba, en buenas cuentas, de un sistema político limitado, restringido, pero que llevaba en sí las bases de las democracias modernas al considerar una igualdad teórica de los sujetos, independientemente de su renta o patrimonio o de su nivel cultural.

Lo antes dicho llevaba implícita la idea de que la voluntad ciudadana podía variar conforme al tiempo y las circunstancias, pudiendo las mayorías perder su hegemonía en manos de una minoría en ascenso. El respeto a los derechos de las minorías, el reconocimiento de sus derechos políticos para crecer y desarrollarse, llevan  a la admisión de la consiguiente alternancia en el ejercicio del poder como algo natural.

En ese cuadro, y considerando que el proceso civilizatorio ha avanzado hacia un reconocimiento de los derechos de la persona humana como un valor esencial de vida en comunidad, es lógico deducir que precisamente es el sistema democrático el que mejor (quizás el único)  resguarda el respeto de la dignidad de los seres humanos.

Sin embargo, más allá de los discursos y manifiestos de cada día, es evidente que la democracia como sistema político enfrenta graves problemas que la amenazan. No se trata solo de las dictaduras que abierta o subrepticiamente pisotean las formalidades básicas antes expuestas con las más ramplonas justificaciones, sino de enemigos ocultos que sibilinamente buscan corromper y destruir sus elementos fundamentales.

Una primera cuestión es la relativa a la “eficiencia”. Los grupos dominantes, a través del enorme entramado comunicacional que manejan, buscan (con éxito, hay que reconocerlo)  el desprestigio de toda deliberación democrática para el abordaje de los problemas políticos y sociales, para cuyo efecto cuentan con la colaboración constante de mediocres representantes parlamentarios enfrascados permanentemente en reyertas de menor cuantía. La denuncia de actos de corruptela por supuesto no se condice con el silencio cómplice guardado para encubrir los latrocinios de la dictadura.

Pero hay algo mucho más grave. Los sectores dominantes buscan mantener el control de la situación que les es favorable, mediante la exacerbación de los temores, los miedos, las incertidumbres de las personas, para lo cual les es necesario crear y sostener fetiches, que sean, ante los ojos ciudadanos enemigos idolátricos permanentes a los cuales hay que combatir. La racionalidad es dejada de lado abriendo camino a los sentimientos ciegos de odio o de ira que llevan a la búsqueda de una protección autoritaria y antidemocrática.

La política es vestida, así, como un proceso bélico en que el contradictor, el que piensa distinto, es mostrado lisa y llanamente como un enemigo contra el cual es necesario combatir hasta aniquilarlo.

El largo proceso constitucional, que por la intolerancia y el ideologismo extremo exhibidos en sus dos etapas, enfrenta nuevamente un abismo sin sentido. Curiosamente, los que ayer criticaron y castigaron electoralmente la insensatez de un proyecto identitario y refundacional que no respondía al querer de Chile, hoy proceden de la misma manera. Se olvida que la regla de la mayoría, de la mitad más uno, es útil para definir determinadas situaciones pero que en la vida práctica de las naciones, como dijo alguien muy acertadamente, 51% no significa 100% ni  tampoco 49% significa 0%.

Si no somos capaces de entender cuestiones obvias, estaremos condenados a sobrevivir nadando en las aguas del conflicto permanente, con las consecuencias que de ello derivan para el país entero, pero especialmente para quienes tienen hambre y sed de justicia.

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