
ETICA O ESTETICA?
La ética, es una rama de la filosofía que, partiendo de autores clásicos como Sócrates, los sofistas, Platón, Aristóteles y otros, se enfoca en el estudio de los actos que los seres humanos realizan voluntariamente y con libertad absoluta; la ética,delibera acerca de por qué ciertas conductas deben ser consideradas buenas o malas, justas o injustas, correctas o incorrectas. La ética, plantea que la felicidad es el fin último del ser humano, y se consigue a través de un actuar motivado por la perfección. Es a través de ella que podemos guiar nuestros actos, para que nos hagan más felices y virtuosos. Actualmente, tendemos a considerar los conceptos de ética y moral como sinónimos. Sin embargo, mirados a la luz de la filosofía, la ética es principalmente una reflexión teórica sobre los fundamentos o principios en que se inspiran las normas morales concretas, mientras que la moral es el conjunto de normas y valores que, en un momento histórico determinado, una comunidad considera como justos o correctos, es decir como modelos de un comportamiento virtuoso.
La estética, se constituyó como una disciplina autónoma a finales del 1700, bajo la pluma de Baumgarten y Kant, quienes afirmaron que el objeto propio de la estética es la preocupación por lo bello. Para su mejor comprensión es necesario distinguir entre el dominio del obrar o de la conducta, y el dominio del hacer o de la producción. En el primero, el fin es siempre el hombre, su conducta, el uso que hace de su libertad; en el segundo, el énfasis no está en el uso de la libertad sino que en la obra realizada que es estimada en sí misma, mirando no a la perfección del hombre sino que a la perfección y belleza de la obra. Y éste es el campo de la estética.
El dominio de la conducta, es el objeto de la filosofía de la ética; el dominio del hacer, de la obra en sí misma y su belleza, es en parte el objeto de la estética. Mientras la estética se preocupa por la apariencia y la belleza, la ética se preocupa por los fundamentos y principios que inspiran nuestro actuar.
La tensión existente entre política, ética y estética es de larga data. Sin embargo, nuestra sociedad, marcada hoy más que nunca por un individualismo abrumador, la ha transformado en una protagonista a nivel nacional e internacional, que ocupa habitualmente portadas en diarios y noticieros, incesantes posteos en Facebook y un porcentaje importante de los intercambios en la redes sociales.
Mientras las nociones de servicio público y la promoción del bien común como ejes rectores en la política se diluyen, la predominancia de los intereses personales y grupales se hace cada más evidente. Hoy vemos a diario como acciones claramente reñidas con la ética, son defendidas por quienes las han promovido y sus entornos, con el argumento estético de haber cumplido con la ley: es cierto, evadí impuestos, pero lo hice porque la ley me lo permitía; sí, es cierto, privilegié los intereses de mis empresas o de un sector o grupo en particular, pero al hacerlo solo hice uso de ciertos vacíos de la ley, no violé ninguna; sí, lucro descaradamente con la educación, pero lo hago aprovechando las oportunidades que la ley me otorga. Éstas, y cientos de explicaciones similares, son escuchadas y reproducidas a diario, con el descaro de quienes se saben en posiciones de poder y control económico, político y de medios de comunicación social, y con la indolencia de saber que sus acciones rara vez serán castigadas.
Nuestra exigencia para con quienes se aventuran en el quehacer político es simple y compleja a la vez. No solo les pedimos que actúen con apariencia de rectitud, sino que les exigimos, que en su actuar y en el de aquéllos que los rodean, observen los más altos estándares éticos y cumplan cabalmente con rigurosos códigos morales. No se les exige la perfección, pero sí se les reclama que en su actuar tiendan siempre hacia ella. Nada más ni nada menos. Quien no esté dispuesto a actuar de esta forma, debiera abandonar ya el ámbito de la gran política.
Y ¿cuál es nuestro rol frente a estos requerimientos? Nuestro deber ciudadano es el de estar atentos; desarrollar y ejercitar nuestra capacidad de análisis crítico; monitorear el actuar político de nuestros representantes para identificar prontamente y con seriedad aquellas conductas que, escudándose en lo estético, se alejan de nuestras expectativas éticas y morales. Nuestra responsabilidad es la de filtrar el contenido que nos imponen los medios de comunicación, para identificar los falsos escándalos y las burdas justificaciones, concentrándonos en aquellas situaciones que realmente quebrantan la confianza que hemos depositado en quienes nos representan.
Y en el ejercicio de esta función fiscalizadora, debemos actuar no como alguaciles motivados por la frustración y la rabia, sino que como ciudadanos que entendiendo que muchas veces lo perfecto no es necesariamente amigo de lo bueno, exigimos que el actuar político esté gobernado más por la ética y la moral que por la estética. La pérdida de confianza en el sistema, y el hecho de que las instituciones no funcionen o lo hagan a medias o sesgadamente, contribuyen a que la ciudadanía opine desde la frustración e impotencia, y con menor grado de altruismo y responsabilidad. Sin embargo, es nuestro compromiso con la construcción de un Chile mejor, el que debe movernos, sin claudicar en nuestros juicios, a fiscalizar con la serenidad, equilibrio y sabiduría necesarias para no condenar apresuradamente ni sancionar tardíamente.
Exigimos que quienes aspiran a asumir un rol en la vida política de nuestro país, lo hagan conscientes de la tensión existente entre la política, la ética y la estética, y lo hagan comprometidos con la búsqueda del bien común a través del servicio público. Del mismo modo, nos exigimos a nosotros mismos el ejercer nuestro rol ciudadano fiscalizador en forma seria y responsable, con el profundo compromiso de contribuir en la construcción de un Chile más honesto y trasparente, y no solo con el ánimo de criticar con virulencia como mecanismo de ventilar nuestra, a veces justificada, rabia.
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