
Hacia una economía humana [*]
Transcribo este texto por su profundidad conceptual y su absoluta vigencia hoy, después de casi 50 años, en que subsisten exactamente los mismos predicamentos que inspiraron a sus autores y firmantes.
Texto elaborado por Nicholas Georgescu-Roegen – con la participación de Herman E. Daly y Kenneth E. Boulding – firmado por más de doscientos economistas, y presentado en la reunión anual de la American Economics Association el 29 de diciembre de 1973. Publicado en American Economic Review, mayo 1974. LXIV, 2. Pp. 449-450. Formaba parte de un manifiesto más amplio promovido por la asociación DAI DONG con motivo de la Cumbre de Estocolmo de 1972, y a cuya redacción también contribuyó Georgescu-Roegen. Traducción de Óscar Carpintero (N. del E.) |
La evolución de nuestra morada en la Tierra se aproxima a una crisis de cuya resolución puede depender la supervivencia de la humanidad; una crisis cuyas dimensiones se muestran en las actuales tasas de expansión demográfica, el galopante crecimiento industrial y la contaminación ambiental, con su séquito de hambre, guerra y colapso biológico.
Esta evolución, sin embargo, no ha estado determinada únicamente por las inexorables leyes de la naturaleza, sino por la voluntad humana que actúa dentro de esa naturaleza. El ser humano ha configurado su destino a través de una historia de decisiones, de las cuales es responsable, pero puede cambiar el curso de ese destino a través de nuevas decisiones conscientes, de un nuevo impulso de la voluntad. Para empezar es necesaria una nueva visión.
La descripción y el análisis del proceso económico tal y como lo observamos en realidad es algo fundamental para desarrollar nuestra función como economistas. Crecientemente, a lo largo de los últimos doscientos años, los economistas han sido requeridos para analizar, teorizar, describir y medir la esfera económica -y han asumido esa obligación-, pero también lo han sido para aconsejar, planificar, y tomar parte activamente en la dirección de esos asuntos. El poder de los economistas, y con ello su responsabilidad, se han convertido, en efecto, en algo muy relevante.
En el pasado, la producción ha sido contemplada generalmente como un beneficio. Pero la producción también conlleva costes que sólo recientemente se han convertido en algo evidente. Esta producción agota necesariamente nuestro stock finito de materia y energía, a la vez que inunda la capacidad, igualmente finita,de nuestro ecosistema con los residuos generados en los procesos. La medida que utiliza el economista tradicional en relación con la salud y el bienestar social y nacional se ha incrementado. Pero el continuo crecimiento industrial en áreas ya altamente industrializadas es sólo un valor a corto plazo; la producción actual continúa creciendo a expensas de la producción futura, y a expensas también del delicado y eternamente amenazado medio ambiente.
La realidad de que nuestro sistema es finito, y que ningún gasto de energía es gratuito, nos enfrenta con una decisión moral en cada fase del proceso económico: en la planificación, en el desarrollo y en la producción ¿Qué necesitamos hacer? ¿Cuáles son los verdaderos costes de producción a largo plazo, y a quiénes se les reclamará pagarlos? ¿Cuál es verdaderamente el interés del ser humano, no solamente en la actualidad, sino como una especie que sobrevive? Incluso la formulación clara de las distintas elecciones desde la perspectiva del economista nos pone ante una tarea que es ética, no puramente analítica, y por tanto los economistas debemos aceptar esas implicaciones éticas de nuestro trabajo.
Queremos hacer un llamamiento a nuestros compañeros economistas para que acepten su papel en la gestión de nuestra morada terrestre, a que se unan a los verdaderos esfuerzos de otros científicos y planificadores, de otros hombres y mujeres de todas las áreas del conocimiento, y se esfuercen por asegurar la supervivencia de la humanidad. Durante el último siglo, la ciencia económica, al igual que otros campos de investigación que buscan la precisión y la objetividad, ha tendido crecientemente a aislar su dominio del resto de los saberes. Pero el tiempo en que los economistas pudieron trabajar provechosamente de manera aislada ya ha pasado. Es necesaria una nueva economía cuya finalidad sea la administración de los recursos y lograr un control racional sobre el desarrollo y las aplicaciones tecnológicas de modo que sirvan a las necesidades humanas reales, más que a la expansión de los beneficios, la guerra o el prestigio nacional. Es necesaria una economía de la supervivencia, o más aún, de la esperanza -una teoría y una visión de una economía global basada en la justicia, que haga posible la distribución equitativa de la riqueza de la Tierra entre la población, tanto actual como futura-. Está claro que no podemos seguir considerando útil la separación de la economía nacional de sus relaciones con el sistema global más amplio. Pero los economistas pueden hacer algo más que medir y describir las complejas relaciones entre entidades económicas; podemos trabajar activamente por un nuevo orden de prioridades que trascienda los estrechos intereses de la soberanía nacional y que, en vez de a ellos, sirva a los intereses de la comunidad mundial. Debemos reemplazar el ideal del crecimiento, que ha servido como sustitutivo de la distribución equitativa de la riqueza, por una visión más humana en la que la producción y el consumo estén subordinados a las metas de la supervivencia y la justicia.
Actualmente, una minoría de la población de la Tierra disfruta de una exorbitante parte de los recursos y la capacidad industrial. Estas economías industriales, tanto capitalistas como socialistas, deben encontrar caminos para cooperar con los países en desarrollo y corregir ese desequilibrio, sin perseguir una competencia ideológica o imperialista, y sin explotar a la población a la que se pretende ayudar. Para conseguir una distribución equitativa de la riqueza a lo largo del mundo, la población de los países industrializados debe renunciar a lo que ahora parece un derecho ilimitado a consumir cualquier recurso que esté a su disposición, y como economistas debemos jugar un papel en reformar los valores humanos hacia ese fin. Los accidentes de la historia y la geografía no deben servir por más tiempo como argumentos para la injusticia.
La tarea para los economistas es, por tanto, extremadamente novedosa y difícil. Ahora mucha gente mira los datos disponibles -las tendencias en el crecimiento de la población, de la contaminación, del agotamiento de recursos, y de la agitación social- y pierde la esperanza. Dicen tristemente que hemos pasado el punto sin retorno hacia nuestra cita con el desastre: que no se puede hacer nada. Pero esta desesperación es una postura que debemos rechazar. El imperativo moral para nosotros es crear una nueva visión, construir un camino para sobrevivir a través de un territorio adverso donde no existen caminos ya trazados. En el momento actual, el ser humano posee la riqueza y la tecnología no solo para salvarse a sí mismo durante un largo futuro, sino para construir para él mismo, y para todos sus descendientes, un mundo en el que sea posible vivir con dignidad, esperanza y confort; pero debe decidir hacerlo. Realizamos un llamamiento a los economistas a que colaboren diseñando una nueva visión que permita al ser humano utilizar su riqueza para sus propios intereses, aunque se discrepe, tal vez, sobre los detalles del método y la política, pero estando enérgicamente de acuerdo en las metas de la supervivencia y la justicia.
Fuente de figura:
https://www.elnaveghable.cl/noticia/sociedad/la-creacion-humana-de-nuevas-formas-de-vida
[*] Fuente:
Nicholas Georgescu-Roegen. ENSAYOS BIOECONÓMICOS, pp. 45-48.
Edición de Óscar Carpintero. 2ª Edición, 2021
Editorial CATARATA
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