«La verdadera grandeza no es tener poder, sino saber renunciar a él.» Gore Vidal

 

 

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SE FUE TOBBY

Miguel Ángel San Martín

Periodista. Especial para La Ventana Ciudadana, desde Madrid, España.

Debería haber tenido unos diez u once años. Nunca lo supimos con certeza, salvo lo que nos decían los veterinarios. Era obediente, muy calladito  –creo que nunca le escuché ladrar- y aguardaba siempre la llegada de sus amos en un rinconcito de la entrada, como queriéndose hacer invisible.  Sin embargo, cuando mi hijo y su compañera entraban a casa, se ponía firme y nervioso sobre sus cuatro patas, esperando la llamada para acercarse y saltar de alegría. Si no había tal llamada o gesto, se mantenía sobre su colchoncito, tembloroso de alegría, aguardando el gesto que interpretaba como la orden esperada.

          En febrero del 2014, cuando el frío apretaba, mi hijo mayor y su mujer viajaban por la autopista cercana a Ávila. Se detuvieron en una estación de servicio para echarle gasolina al coche, para tomar un café y estirar un poco las piernas. “La pausa” se llamaba el lugar y, de verdad, acertaron con el nombre, porque a esa altura de la carretera, venía de maravilla hacer la pausa cafetera en el invierno español. Cuando salieron a dar un pequeño paseo por el lugar, mirando el paisaje y haciendo movimientos que activaran la circulación de la sangre, repararon en este pequeño y temeroso perrito mezcla de Bretón español y  otro de alzada parecida, que tiritaba en un rincón, mirando con una tristeza infinita porque había sido abandonado por quien sabe quién, en un paraje y circunstancias tan complicadas.

          Mi nuera, Gemma, con la delicadeza que la caracteriza, se estremeció de ternura ante el perrillo de la mirada triste y se agachó para acariciarle. El perrito se quedó quieto, anhelante, deseoso de que se transformara en su dueña. Y el amor surgió en ambos sentidos. Michel, mi hijo, también captó el sentimiento recíproco y lo cogió entre sus brazos, para brindarle un poco de calor y protección. Pensó también en sus hijos que, aunque pequeños, son muy defensores de las mascotas. Seguro que iban a estar encantados de tenerle en la familia. Y no se equivocó.

          Nada más verle, surgió una corriente magnética de afecto que sólo en su partida definitiva, ayer por la tarde, se ha roto dolorosamente. Le pusieron Tobby por nombre y lo transformaron en la mascota ideal. Hacían calendarios para sacarlo a hacer sus necesidades y a pasear y todos le acariciábamos, incluso yo, que siempre tuve un extraño temor a los perros, pero que este pequeño me lo fue quitando poco a poco. Es que Tobby era distinto. Tranquilo, cariñoso, agradecido con quien le pasara la mano por su cabeza y lomo.

          Confieso que siento una tristeza enorme por su partida. Aunque se debió a un fallo multisistémico que le afectó especialmente al corazón, no esperábamos tal desenlace. Muchas veces creemos estar preparados para estas cosas, pero no es así. Una mascota tan querida por mis nietos, por mis hijos, por toda la familia, se transforma en un ser querido más.

Ruego a mis lectores que perdonen que hoy dedique esta columna semanal a algo tan personal, a nuestra mascota. Pero, es que se trata de algo muy grande que golpea nuestros sentimientos. Es que ya se siente su partida. El enorme clamor de su ausencia se hace patente en nuestras casas y en nuestros recuerdos. Y sólo nos queda  abrazarnos a mi nuera, a mis nietos, todos juntos, para recordar a Tobby como lo que fue, un miembro más de esta familia querendona, que sabe derramar lágrimas cuando nos encariñamos de verdad.  

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