«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

LA CEGUERA DE LOS QUE NO QUIEREN VER

Maroto

Desde Canadá.

Más de tres meses han transcurrido desde el inicio del despertar social en Chile; tres meses de un clamor ciudadano que exige cambios a un modelo que por años ha promovido la inequidad; de multitudinarias marchas, cabildos y protestas; de enfrentamientos entre manifestantes y carabineros, con el resultado de 3649 heridos, 31 muertos, y más de 5000 denuncias por violaciones a los derechos humanos; de inacción de un gobierno que no gobierna, y de reacciones tardías de una clase política carente de credibilidad.

Meses intensos, de grandes desafíos y pequeñas pero importantes victorias.

Es en este contexto que nos encontramos aún con un sector de la ciudadanía que cuestiona el origen y la motivación de este despertar social. Un sector de la ciudadanía que insistentemente y sin prueba alguna recurre a las teorías de un complot comunista y la intervención extranjera, a la estrategia del miedo y la amenaza de una supuesta venezuelizacion de nuestro país, a la amenaza de un caos que estaría por llegar, la potencial pérdida de empleos y una eventual crisis económica, y a los “años del terror” que se nos vendrían por delante si continúan estos reclamos por más equidad y justicia social. Un sector de la ciudadanía para los que probablemente nunca es ni será el tiempo adecuado para enfrentar frontalmente un problema que se arrastra por años.

¿Qué justifica que un número no menor de chilenos y chilenas minimice o derechamente niegue la gravedad de la situación que afecta a los sectores históricamente postergados en nuestro país? ¿Como podemos explicar la falta de compromiso real por encontrar una solución a este problema? ¿En quién reside la responsabilidad moral de enfrentar y generar las condiciones necesarias para que se avance efectivamente en una solución al desafío de la pobreza, segregación y marginalidad?

En la búsqueda de una explicación a situaciones de similar naturaleza, el filósofo americano John Rawls recurre a lo que llama las simpatías comunes o la idea de que las personas están naturalmente más dispuestas a involucrarse en temas que afectan a quienes tienen características similares a ellas. Los individuos, de acuerdo a Rawls, tienden a empatizar con intereses o problemas que les son comunes en lugar de aquellos que se encuentran fuera de su círculo conocido de vida, y en consecuencia se preocupan principalmente por aquello que les resulta habitual y familiar.

Una segunda explicación posible para intentar justificar la apatía o desafección respecto de los marginados y la crisis social en Chile puede encontrarse en la inhabilidad de reconocer la existencia de un problema de esta magnitud o en la capacidad de negar un hecho de esta naturaleza. De acuerdo a Arendt, frente a este tipo de situaciones de crisis hay sectores de la población que tienden a volverse insensibles o a perder la capacidad de empatía, optando inconscientemente por hacer como si estas tragedias no estuvieran ocurriendo o no tuvieran la magnitud que realmente tienen. Según esta explicación, las personas que viven confortablemente simplemente no ven o no quieren ver como parte de su responsabilidad moral el contribuir activamente en la solución de los graves problemas que afectan a los más pobres, ya que al hacerlo se verían forzadas a ver alterados sus espacios de tranquilidad y perder parte de su preciada comodidad.

Desde otro punto de vista, Bauman plantea que la moral es incapaz de tender puentes demasiado largos; existiría una conexión entre moral y proximidad geográfica o emocional, de tal modo que la sensibilidad moral tiende a enfocarse en temas que ocurren geográficamente cerca y en el momento presente. Cuando situaciones críticas como las de los marginados y abusados afectan a personas que viven lejos de ellas (en barrios de la periferia), pareciera imposible para ciertos individuos ponerse ellos mismos en la situación de aquellos que las sufren, resultando en una suerte de silencio o ceguera moral. Pogge agrega que las personas que viven en situaciones económicamente acomodadas tienden a aislarse del mundo real, asimilándose cada vez mas a quienes constituyen su entorno habitual, laboral o social; volviéndose indiferentes a problemas que ocurren más allá de su círculo cotidiano y fuera de los límites de su imaginación, perdiendo así la capacidad de empatía y por ende de ver el devastador resultado de su inacción.

La existencia de condiciones mínimas para que un ser humano subsista dignamente y se desarrolle integralmente como persona, es un elemento consustancial a la existencia y el respeto de los derechos humanos.

Triste espectáculo el de estos ciegos que no quieren ver. Consciente o inconscientemente, con su inacción, ignoran el sufrimiento ajeno y colaboran pasivamente en la transgresión de los derechos humanos de los más desprotegidos; y mientras esto ocurre, la frustración de millones de chilenos y chilenas sigue en aumento; el desgano y la desesperanza crecen; la desafectación de aquellos que viven en la marginación se acentúa; y la rabia continúa acumulándose.

Pero, lamentablemente, a estos ciegos por voluntad parece sólo importarles la seguridad de su entorno directo, la mantención de sus niveles de “tranquilidad”, la recuperación de un aparente estado de “normalidad” y la defensa del statu quo.

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