«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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La convulsión de los emblemáticos frente al debilitamiento de la Salud Social y la Política Pública Educativa.

Jocelyn Reinoso H.

Prof. de Estado en Historia y Ciencias Sociales, Mg. en Currículum, Asesora en Educación Superior en Universidad de Chile

Llama la atención ver a un directivo de establecimiento educativo emblemático pidiendo ayuda directamente al Ministerio de Educación, y ya no a Carabineros ni al municipio, para que se reestablezca la soberanía de docentes y estudiantes dentro del propio espacio de funcionamiento.

Tras el estallido de vandalismo que se viene manifestando hace semanas en las afueras del INBA, se desata a la vez una verdadera lucha por el dominio de un espacio público altamente relevante y valorado tanto para quienes amedrentan a transeúntes, vehículos y locomoción colectiva, como para quienes han trabajado y estudiado durante años en ese establecimiento. Y es que si bien es cierto que el Internado viene arrastrando una grave crisis de recursos, materiales y humanos, mermados por tantos años de escaso financiamiento, saturación de horas docentes, escasez de herramientas de capacitación, niños y jóvenes afectados por las más diversas situaciones complejas; también es cierto que en el imaginario colectivo el INBA sigue siendo el INBA, lo mismo que el Instituto Nacional, Aplicación o Lastarria, este último en toma por el supuesto reintegro de los estudiantes del caso “La Manada”.  Sabemos lo que fueron y la contribución que hicieron al desarrollo social y político del país, y por ello vemos con desconcierto y cierto asombro el grado de deterioro en todo sentido que han sufrido.

Los emblemáticos, en el último tiempo, se han caracterizado por estar en el frente de las noticias por violencia, acoso, malas prácticas, y otros temas que nos presentan el lado más oscuro, no de la educación pública, sino de la falta de ella.

No deja de ser elocuente que más allá de pedir más seguridad en el entorno y dentro del establecimiento, el Rector del INBA se decida exhortar lineamientos claros, directrices, objetivos significativos que reaviven el propósito y finalidad de la educación pública en nuestro país a las autoridades ministeriales. Y esto no sólo remite al plano de la convivencia, la inclusión, la tolerancia y otros valores importantes para el desarrollo de una sociedad democrática, sino que se extiende a materias curriculares, relativas a contenidos, a orientaciones metodológicas, didácticas y evaluativas, todas las que actualmente carecen de articulación, pertinencia y significatividad tanto para quienes enseñan como para quienes aprenden, incluso para la propia sociedad que claramente está observando y sufriendo las consecuencias de esta falta de conducción con sentido de bien común.

Esto porque el debilitamiento, y más aún, la cooptación de los emblemáticos y de cualquier establecimiento de educación pública por parte de grupos de violencia, ideológicamente orientados o no, no sólo se vuelve un presagio inequívoco de que los malos tiempos están aquí, sino que se convierten a su vez en catalizadores y reproductores de la violencia social, agregando más violencia y miedo al contexto en lugar de aplacarla.

No es posible pensar que una comunidad educativa que se encuentra permanentemente amenazada, amedrentada, violentada, pueda enseñar a los suyos, dentro de ese mismo contexto, algo diferente del miedo, el silencio, la defensa, la desconfianza, la impotencia. No podemos forzar las condiciones hasta tal punto y sostener que sólo hará falta una actitud resiliente para sobreponerse a las condiciones externas. Una posición de ese tipo sólo reafirma el abuso, en lugar de neutralizarlo. O creer que por si solo el resguardo policial y las sanciones ejemplificadoras, lograrán erradicar el problema y automáticamente recuperaremos la armonía interna. Este tipo de fenómenos no es unidimensional. Una comunidad violentada una vez tendrá siempre presente esa realidad y para transformarla hace falta una serie de esfuerzos conjuntos dispuestos a encarar los sentimientos, las sensaciones, las consecuencias de toda índole y las prácticas administrativas y pedagógicas que hayan generado dicha violencia, antes de sanar y proyectar individuos sanos a la sociedad.

Y con esto no quiero decir que sea un tema de salud mental, más bien la problemática de salud mental se presenta como una de las consecuencias de la violencia social. Es un tema de política pública, de salud de nuestro sistema social, económico y gubernamental.

Es por esto tal vez que la toma de estudiantes en el Liceo Lastarria y la interpelación de Gonzalo Saavedra, Rector del INBA, a las autoridades ministeriales de educación adquiere sentido, porque entre todas las medias, una de las primordiales dice relación con el urgente análisis y necesaria reflexión y reformulación de nuestros propósitos educativos, dado que es un hecho que las escuelas y liceos públicos de este país por sí mismos ya no poseen las capacidades ni las fuerzas para resistir por sí solas el embate de una cada vez más extendida escasez de educación y conciencia social, de la administración de corporaciones y municipalidades que no necesariamente saben cómo afrontar este problema. El llamado debe involucrar a las más altas autoridades políticas, a los tomadores de decisiones con el fin de generar los espacios para la reformulación participativa de nuestro ideario educativo, contenidos, organización y funcionamiento, o cabe la posibilidad de que la convulsión social se siga acumulando, manifestándose, acrecentándose y explotando desde las escuelas hasta generar un movimiento difícil de contener y encausar.

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