Editorial. Chile, entre el amargor y la esperanza.
Nuestro país transita, qué duda cabe, por momentos extremadamente difíciles. Como si se hubiesen alineado las estrellas, un cúmulo de problemas se ha juntado, lo que hace que la gente transite con rostros amargados y exprese en cada momento solo temores, inseguridades, dudas, incertidumbres, sin que se manifieste siquiera un dejo de esperanza.
Según sea el ligar en que cada uno se sitúa, se responsabiliza al actual gobierno o al gobierno anterior, de todos los males que se están padeciendo, en un afán infantil y simplificador de asignar culpas y evadir responsabilidades.
El problema del día, por supuesto, son los incendios forestales que han ido devastando parte importante del territorio comprendido entre las regiones del Maule y la Araucanía, dejando una estela trágica de pérdida de vidas tanto, de humanas como de animales, de destrucción de modestas viviendas, de plantaciones y sembrados. Si bien las condiciones meteorológicas han contribuido a alentar el fuego, la negligencia humana y la intencionalidad dolosa (demostrada por las coincidentes horas de inicio del fuego en lugares muy distantes) constituyen dramática muestra de formas de comportamiento de una sociedad que, al parecer, ha perdido el rumbo. Si bien la conducta de las grandes empresas forestales, cuya irresponsabilidad no puede ser soslayada, alimenta el malestar y la indignación de mucha gente, es inaceptable que sujetos descerebrados vean en estos atentados la forma de enfrentar tal cuestión.
La inflación, solapadamente, constituye un atentado grave en contra de los presupuestos hogareños que se ven cada día más afectados especialmente en los grupos más vulnerables. En el transcurso de un año, unos veinticinco artículos imprescindibles para la subsistencia de las familias, han experimentado alzas de precios que resultan inexplicables y que fluctúan desde un 18% y hasta el 60% del aceite. Si a ello se suma la sibilina disminución del contenido de los empaques, pareciera claro que no nos encontramos ante un mero problema monetario sino ante una descarada política de abusos.
Por su parte, la delincuencia, el narcotráfico y la inseguridad, continúan siendo preocupación preferente de la población a pesar de las políticas gubernativas y de la intensificación de las acciones policiales. Es evidente que un mayor nivel de persecución genera por un tiempo una reacción de las bandas organizadas al sentirse acosadas por la acción del Estado.
Los tres puntos señalados sustentan un ambiente generalizado de pesimismo, afectando el ánimo de todas las personas que sienten que forman parte de una sociedad abrumada por una variedad de dificultades.
Sin embargo, salir hacia adelante nos exige dejar de lado la amargura reinante, no pocas veces alimentada por una prensa que se solaza del negativismo, y abrir camino a la esperanza. Si como nación nos proponemos romper este cerco que nos aplasta y entender que mediante el esfuerzo de todos y de cada uno es posible avanzar, las cosas serán distintas. Hay países que han enfrentado –y enfrentan, actualmente – guerras desiguales pero que en esas circunstancias han asumido con esfuerzo, sacrificio y heroísmo la tarea del momento.
Chile puede y merece abordar los desafíos que se nos plantean pero ello requiere que dejemos de mirarnos como una cohorte de enemigos y adversarios entendiendo que tenemos un destino común.
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