«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

Editorial: Las exigencias del Nuevo Año.

2016 ha sido un año cargado de vicisitudes.

Sin que se opte deliberadamente por el pesimismo, la verdad es que la gran mayoría de la ciudadanía consciente y responsable tiene una sensación de amargura y frustración.

Si se quiere echar un rápido vistazo a la realidad, el país ve un Gobierno desorientado y con graves deficiencias en la implementación de sus políticas; un Congreso Nacional que se niega empecinadamente a caminar por la senda de la austeridad  y la responsabilidad, y más preocupado de defender injustificados privilegios que de castigar a los corruptos y de hacer bien su trabajo; un Ministerio Público que muestra poca acuciosidad en su labor generando desaliento en las víctimas; empresarios que,  obnubilados por su afán de alcanzar mayores riquezas, no dudan en coludirse y corromper contando a su favor con la muy feble actitud persecutoria de algunos órganos del Estado, etc. Más aún, los propios movimientos sociales, llamados por su propia naturaleza a expresar demandas y requerimientos urgentes de sus representados, han ido derivando  a actitudes populistas, demagógicas e irresponsables sin que, ni por un instante siquiera, se reflexione sobre el daño que causan a los sectores más vulnerables. La lista podría alargarse indefinidamente extendiéndose a partidos políticos, confesiones religiosas e incluso a las mismas policías.

Aunque indicadores internacionales sitúan a Chile como uno de los países menos corruptos de América Latina, este dato no es suficiente como para provocar satisfacción. Lo que sí es positivo, es el hecho de que los niveles de transparencia hayan ido subiendo paulatinamente y, así, hayan permitido que una sociedad activa se muestre dispuesta a fiscalizar y a denunciar. Una ciudadanía atenta y vigilante puede impedir que la corrupción, la negligencia y la irresponsabilidad, se enseñoreen en la institucionalidad pública y social y salgan indemnes  tras la comisión de hechos condenables.

Evidentemente, es una demostración de majadería pertinaz la insistencia en que la democracia es el sistema político que mejor garantiza y protege los derechos de las personas y que, como se ha dicho, a pesar de sus defectos e  incapacidades, es el único sistema perfectible,  toda vez que en su propia naturaleza lleva la capacidad de revertir y corregir  sus errores. Además, la democracia implica un compromiso de vida, una cultura cívica, una manera de relacionarnos con los demás, de tal  forma que el respeto mutuo y la amistad cívica, constituyan la savia  nutriente de la comunidad.

En una sociedad en que es notorio el predominio de los poderosos, en que la economía, las finanzas, los medios de comunicación  e incluso los partidos y  las entidades religiosas,  son   cooptados sin asco por un grupo de familias privilegiadas, el sufragio universal es el mecanismo instrumental que nos iguala y que hace posible que las grandes mayorías se expresen. Sin embargo, si esas mayorías sociales se dejan manejar por los eslóganes insulsos, por las sonrisas de las figuritas de la tele, por la publicidad aplastante que emerge a la época de los comicios electorales, su poder político y social sin duda que se diluirá.

Además, si se mira la democracia como un rito periódico consistente en el depósito de un papelito en un cajón,  simplemente se está eludiendo la propia y personal responsabilidad en las decisiones de la comunidad en que se vive. Revitalizar la convivencia ciudadana es una tarea ineludible e impostergable si se quiere que las cosas cambien positivamente.

¿Qué tal si nos proponemos estas tareas para el año que ahora comienza?

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