«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

La crisis de la ciudad

Carlos Bonifetti Dietert

Ingeniero C. Mecánico UdeC. Ambientalista.
La ciudad está en crisis en muchos países -y también en Chile- por las grandes migraciones campo-ciudad, los cambios de uso del suelo, el sistema político desregulador imperante, el aumento de la población y el mal manejo de los esquemas de movilidad.

En nuestro caso particular como país, de no hacer pronto cambios drásticos de políticas que permitan la participación activa y vinculante de las organizaciones ciudadanas, seguirá en crisis hasta colapsar. 

Nuevamente recurro al libro de Jorge Riechmann ‘El socialismo puede llegar sólo en bicicleta’ para tomar y reproducir el inicio del CAPÍTULO 8: EN LA ESPESURA DE LAS CIUDADES (Notas sobre entornos urbanos, sustentabilidad y ecosocialismo). (Págs. 297 – 303) [1]

La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede divorciarse de la cuestión de qué tipo de personas queremos ser, qué tipo de relaciones sociales buscamos, qué relaciones con la naturaleza mantenemos, qué estilo de vida deseamos o qué valores estéticos tenemos…

David Harvey
Pensé que las ciudades no las construyen las casas, / ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles, / solo las caras que se iluminan como lámparas, / igual que los sopletes de los soldadores que por la noche/ reparan el hierro entre nubes de chispas.

Adam Zagajewsi

DESCONEXIÓN

Uno no puede ser un campesino y permitirse perder la conexión con los recursos naturales y servicios ecosistémicos que sustentan la vida humana. Es imposible. Pero, en cambio, en las ciudades resulta posible que un niño no sepa muy bien qué clase de ser es una oveja, o piense que el agua nace del grifo y la leche del tetrabrick. Como escribió Derrick Jensen, “las ciudades, el rasgo más definitorio de la civilización, siempre se han basado en extraer recursos del territorio circundante. Lo que significa, en primer lugar, que ninguna ciudad fue ni será nunca sostenible en sí misma, y, en segundo lugar, que para su expansión incesante las ciudades deben aumentar sin cesar las áreas que hiperexplotan incesantemente.”

¿Terminaremos de asimilar estas realidades básicas, o nos obstinaremos en seguir cerrando los ojos, plegándonos a las pautas culturales de esa “Era de la Degeneración” que comenzó hacia 1980?

Y en las ciudades aparece un problema psicológico de desconexión: la vida urbana posibilita –y en muchos casos induce a— ignorar los vínculos (objetivos) que unen a los urbanitas con las fuentes de recursos y los ecosistemas de los que depende su modo de vida. A muchos y muchas habitantes de las ciudades les daría igual –ironiza Keith Farnish— si su comida, su ropa, sus materiales de construcción o la energía que usan procediesen de otro planeta: a tal extremo llega esa desconexión.

Este es un problema que se ha ido intensificando desde las primeras ciudades –hace unos cinco mil años— hasta hoy: hacia 1800, apenas el 3% de la población mundial vivía en ciudades. De 1900 a 2000, la población urbana del mundo ha aumentado desde el 15% al 50%, y sigue aumentando.

Otras dinámicas se han superpuesto a la urbanización para exacerbar el problema de la desconexión (sobre un trasfondo antropológico de disociación: somos “animales disociativos”, sostiene la neuro investigadora Kathinga Evers). Reparemos, en segundo lugar, en la expansión del uso del dinero y de la economía mercantil, lo cual, asociado con la Revolución Industrial de los dos últimos siglos, desemboca en un capitalismo que tiende a convertir en mercancía todo, absolutamente todo. El “fetichismo de la mercancía” que Karl Marx diseccionó al comienzo del primer libro del Capital es un segundo y poderosísimo factor de desconexión, además de la urbanización.

Tenemos, en tercer lugar, la complejidad de una división mundial del trabajo que separa la actividad humana de sus consecuencias. “Yo solo estaba haciendo mi trabajo” en la cadena de montaje de automóviles (¡o de bombas de racimo!), al mando de la cosechadora de soja transgénica, o frente a la pantalla de un ordenador donde vendo productos financieros derivados –pero haciendo mi trabajo destruyo el mundo.

Y, en cuarto lugar, hemos de considerar ese “mundo virtual” que es el ciberespacio, donde se nos invita a vivir una Second Life… En efecto, una dinámica cuya importancia resulta imposible exagerar es la escapada virtual que se generaliza en una sociedad donde están cada vez más prendidos de las pantallas de televisores, ordenadores y consolas de videojuego. “La escapada virtual consiste en relacionarse, percibir, preocuparse, sentir emociones y ocuparse más de las pantallas que del territorio, mientras este va siendo progresivamente devastado.”

Nos hallamos ultraconectados en el “tercer entorno” ciberespacial (El concepto es de Javier Echeverría), y ¡cada vez más ciegos y desconectados en el “primer entorno” ecosistémico, que es el más básico e importante de todos!

La cultura dominante –el capitalismo de sobreproducción y sobreconsumo— nos quiere conectados a los puntos de venta de mercancías (¡suponiendo que pertenezcamos a esa fracción de la humanidad catalogada como “demanda solvente”!), y a los canales de comunicación a través de los cuales se nos induce a desear mercancías; y desconectarnos de todo lo demás. Pero si queremos tener alguna opción de sobrevivir –y quizá vivir bien— en el planeta Tierra, necesitamos estar con la red de la vida que nos proporciona sustento; y con los contextos sociales dentro de los cuales podemos llegar a ser humanos…

Somos muy buenos en disociarnos de experiencias desagradables. Somos muy buenos en desconectarnos de los fundamentos de nuestra existencia. Pero si disociar y desconectar se convierten en un hábito, no podemos aspirar a llevar una vida éticamente decente, una vida de la cual no tengamos que avergonzarnos. Y de hecho, en la era de la crisis socioecológica global, si persistimos en disociar y desconectar ni siquiera podemos aspirar a sobrevivir.

¿ÉXODO FUERA DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL –O DE LA CIVILIZACIÓN?

Pero, en el siglo XXI, con más de la mitad de la población mundial viviendo en aglomeraciones urbanas y suburbanas que ya no podemos llamar “ciudades” en el mismo sentido que empleábamos el término hace un siglo –pensemos, por ejemplo, en los veintitantos millones de Ciudad de México–, ¿qué hacemos con semejantes megalópolis, obviamente insostenibles? Keith Farnish, a quien antes citaba, se siente parte de un movimiento anticivilización (y por ello anticiudad). Él y otros activistas del ecologismo radical sugieren que nuestros males comenzaron nada menos que en la Revolución Neolítica… Si hace veinte o treinta años Rudolph Bahro, pensador alemán decisivamente implicado en la crítica de la sociedad industrial y el pseudo socialismo burocrático en los años setenta del siglo XX –y poco después en la fundación de los Verdes alemanes— pedía un éxodo fuera de la sociedad industrial, autores como Farnish sugieren que habría que ir más allá, mucho más allá. “Descargar significa, esencialmente, quitar un peso existente: por ejemplo, eliminar los animales domesticados de los pastos, destruir las ciudades hasta sus cimientos, hacer saltar las presas por los aires y apagar la máquina emisora de gases de efecto invernadero”.

(Incidentalmente: ¿recuerdan ustedes cuál fue la utopía antiurbana más radical y poderosa en el siglo XX? Pues sí: no puede uno pasar por alto las experiencias de la Camboya de Pol Pot y sus jemeres rojos…)

Por mucho que uno simpatice con unos aspectos de la crítica civilizatoria y el mundo moral de gente como Keith Farnish (y yo lo hago: les aseguro que he leído A matter of Scale tres veces ya), permanece en mi opinión una pregunta de fondo. Un mundo que funcionase con recolección, caza y algo de agricultura de subsistencia permitiría alimentar solo a una pequeña fracción de la humanidad actual: 500 millones ya serían demasiados. Pero, como saben ustedes, hoy somos ya más de 7.700 millones, y la población humana llegará a 8.500 o 9.000 millones antes de estabilizarse, esperamos, en algún momento del siglo XXI. Si planteamos en serio un “éxodo fuera de la civilización”, ¿qué hacemos con los muchísimos seres humanos sobrantes? ¿De verdad una conciencia humana decente puede asumir la destrucción de diecinueve vigésimas partes de los seres humanos, en pocos decenios?


Fuente de imágenes:

Superior: https://estepais.com/ambiente/estrategias-ante-la-crisis-urbana/

Inferior: https://www2.ual.es/RedURBS/BlogURBS/crisis-de-la-ciudad-desparramada/

Referencias:

[1] ‘El socialismo puede sólo llegar en bicicleta’ – ENSAYOS ECOSOCIALISTAS,  Jorge Riechmann, Ed. Catarata, 2ª edición revisada y ampliada, 2022, págs. 297 a 303.


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