La Mancha
¡Oh no!
Mi pobre pared tan blanca, recién pintada.
¿Humedad?
Imposible, no pasan caños ni da al exterior, además es bastante alta, ni pensar en problemas con los zócalos.
¡Qué raro!
Había tanto que hacer que se olvidó del tema.
A la mañana siguiente llevó el desayuno al living y volvió a verla.
Parecía más grande, entonces comenzó a tratar de descubrir que forma tenía.
Indefinida.
Otra preocupación, qué hacer con ella.
Esperaría, otras cosas eran más urgentes.
Preparó las carpetas y se marchó a la escuela.
Como al pasar, en la hora del café, ante una pregunta de una compañera de cómo se sentía en esa casa comentó lo de la mancha.
La amiga escuchó atentamente.
Pasaron los días y volvió a preguntar.
Se sorprendió por ese interés.
Entonces detalló qué estaba sucediendo.
Cada día aumentaba un poco su tamaño pero era extraño, estaba tomando forma de pétalos que giraban alrededor de un punto inicial.
Son líneas finas como deliciosamente dibujadas.
No le molestaba verla además quedó en el centro de la pared que estaba despejada.
Cada mañana era más grande el asombro pues esa mancha era agradable, le hacía
compañía.
¡Casi parece una rosa!
Se lo comentó a su compañera.
¿Vives tranquila en tu nueva casa?
¡Claro!
¿Por qué esa pregunta?
Y allí, con naturalidad, le contó que había vivido una joven mujer que amaba las
rosas.
Las que tenía en el jardín se fueron secando sin poder saber la razón.
Cuando vendió antes de marcharse dijo: Si la casa es feliz con la nueva habitante aparecerá una rosa y esa no ha de morir.
Laura sonrió complacida.
No tocaría la mancha que había llegado a la máxima belleza de su forma.
Gladys Semillán Villanueva, 2018.
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