«El Antropoceno nos obliga a repensar no solo nuestra tecnología, sino nuestra ética y nuestra política.»

Bruno Latour.

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Mi opción, mi voto: la recuperación de lo extraviado en despliegue dialogado

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

En general, en gran número, quienes optan por rechazar la propuesta de nueva Constitución, han hecho publicidad sobre aspectos temáticos desde el desagrado que les provoca el texto. Independiente de declaraciones en esa línea, persiste la duda si no responde a la imposibilidad que tienen de avanzar en un pacto social cuya base sea la dignidad como criterio de interpretación de lo que se entiende como igualdad sustantiva, vale decir: todas y todos similares en derechos y deberes ante sí mismo y ante los otros y otras. Y, quizá para esconder este aspecto sustantivo de su entramado argumentativo, recurren a la frase “es mala” porque no logra conciliar y unir la propuesta.

Mas la frase lanzada no logra tapar el hecho que no se explica qué entienden por propósito conciliador o por deseo de unidad. Todo es muy oscuro y, al serlo, la posibilidad de la certeza de que cumplan la mínima promesa de creer y querer en una nueva constitución parece lejana de toda racionalidad. Tengo la convicción que  ese modo de proceder responde a lo que Jorge Millas, allá por el año 1978, en plena dictadura, describe en modo de crítica: “Toda ideología tiene el efecto de sacar a las ideas de sus quicios intelectivo-descriptivos y de aislarlas, rompiendo sus enlaces con el sistema general del conocimiento que les da sentido. La idea pierde así su función cognoscitiva y se torna en estimulo afectivo y, lo que es más característico y sorprendente, en encubridora, oscurecedora por rechazar  de realidades. Nacida la idea para mostrar y hacer ver las cosas, una vez ideologizada […] hace todo lo contrario: esconde y enmascara … Muchas ideas que sobre la violencia propone la Filosofía, parecen destinadas no a comprenderla, sino a promover, y ello, enmascarándola”.

Lo cito, pues el texto recoge formas interpretativas aplicable a quienes hoy  actúan  como los más ácidos opositores al texto. Así resulta pertinente preguntar si el cúmulo de juicios cuyo sostén son falacias, datos mal hilvanados y sacados a veces de contexto, no traduce una cuestión sobre la confianza en el modo de vida democrático, vale decir, ¿se cree realmente en ella?

Hay, al menos, cierto problema en ello, pues se puede inferir de mucha declaración de rechazo al texto, que la democracia en su forma participativa de consulta como práctica política, no tiene valor alguno al perderse por parte de un sector (por cierto el que ha controlado la realidad socio-política desde la independencia), la posibilidad de control social cuando se deja de incidir en la elaboración de las normas de comportamiento según leyes y normas que emanan del pueblo. De aquellos que sostuvieron la dictadura, no sorprende su enfoque crítico a la propuesta constitucional; salvando excepciones sí es llamativo en otros. Quizá, varias personas, como sujetos colectivos, no asumieron que la conversión de enfoque sobre derechos y modelos de organización responde a un cambio de comprensión sobre las cosas. Quizá en muchos de los actos de rechazo personal, anide la convicción que las cosas no pueden sufrir cambios, ya que afectarían intereses individuales (hay, en ellos, algo de ignorancia como latamente se ha explicado). Cierto, el hombre y la mujer somos animales de costumbres y, ya acostumbrados a normas que  permiten gozar de los beneficios derivados del poder, no resulta tanta sorpresa la oposición a veces radical  a un texto que resultó del esfuerzo de tantas y tantos.

Pero, en el fondo ¿a qué se oponen? Son varias líneas posibles de interpretación, entre estas 1) evitar perder posición por ingreso de aquellos marginados (los olvidados de la tierra, diría Fannon) a las estructuras de decisión política, 2) cambiar de paradigma sobre la comprensión de la figura humana: pasar del “hacerse a sí mismo”  como criterio operativo en la construcción del habitar que, al ser una característica de los modelos de desarrollo neoliberal, traducen éxito económico en desmedro de grandes mayorías sociales, las cuales viven en aparente goce del éxito vía endeudamiento. Pero, eso es un engaño que afectó el desarrollo del habitar en común.

 El asunto, y este es un hecho de la ideología del rechazo, es que dejan de considerar todo lo bueno nacido del diálogo (repito: “lo ideológico oscurece, enmascara la verdad realidad”), es decir, las “presencias” de derechos sociales que traducen políticamente la justicia como solicitud de urgencia y necesidad.

No es un dato menor que el texto deriva de un dialogo nacido por invitación al vernos en un escenario que pide para su construcción de intersubjetividad. Desde este enfoque intersubjetivo, no solamente se salva el pacto social propuesto en su forma visible, sino el “alma” de lo que decimos ser o pretendemos ser: un Estado intercultural que, por reconocerse a sí mismo en diálogo permanente, sabe de naciones, pueblos que comparten bienes comunes y que se atreven a mirar proponiendo desde sus propias cosmovisiones, lo mejor para todos y todas.

  Entonces, al interpretar así el proceso como un camino de mayor humanidad, todo consiste en buscar en el texto de propuesta su “alma” para comprender aquel elemento de sustancia que traduce modos de ver y querer la realidad. Por ello, aplicando el valor y el reconocimiento de la perspectiva personal, intento aproximarme al sentido interior del texto que, a mi entender, es el reconocer el valer de la persona frente al mundo y el mundo en la persona. Leído el texto, creo entender que hubo un cambio de enfoque epistemológico, lo cual pudo ser posible en la medida que la mayoría se dejó permear por la evidencia de la fractura social y política que viene de antaño. Sin ese dejarse tocar por aquello, otro habría sido el resultado. Pero, ¿qué, en el fondo de la propuesta, sin que necesariamente esté visible, permanece invitando? El texto no es pasivo, y no lo es por ser obra abierta gracias a alguien que lo lee para hallarse reflejado en él; será así   objeto de interpretaciones que lo enriquecerán según contexto de lecturas y según sujetos. El decirlo, es reconocer que se irá modificando para bien si hay cuidado en ello, pues nace de la voluntad común de muchos y muchas –(acepto que siempre existirán los que le nieguen su valer)-. En fin. El texto fue resultado de la superación de la mirada sobre sí mismo -(el yo individual traduce una forma de ver la realidad, pero en ese ese mirarse a sí mismo se agota)- pasando a una mirada de descubrimiento y recuperación de lo que desde la constitución del 80 se había extraviado: la importancia de aquel otro y otra. Pues bien, la recuperación del otro con el cual construyo comunidad, obliga a dar un sentido nuevo a las cosas desde el reconocerme en la alteridad (de hecho, se es persona humana por la presencia activa del prójimo), y eso, a entender de muchos, se cumple, ya que se instala como reconocimiento en la propuesta de caminar en el interior y en los límites de una fórmula que efectivamente reconcilie el “alma” de lo que entendemos consiste la llamada al diálogo. Ya conocida su historia, la mayoría se aplica en el proceso de realizar el acto dinámico de escuchar y proponer. Todo consiste, en el fondo, en un comprenderse queriéndose en alteridad, vale decir, verse en el otro yo como si fuese yo mismo en el tráfico de lo cotidiano, nos enseñaba Humberto Giannini en su ética de lo cotidiano. Y a esto estoy llamado: a concurrir, a encontrarme con otro u otra en un movimiento que construya algo simple: un espacio de dignidad para todos y todas.

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