«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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Versos de amor y de muerte

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Cientos o miles de  poetas, a lo largo de los siglos, han privilegiado dos temas centrales de la existencia humana: el amor y la muerte. Es curioso. Todos, creyentes y no creyentes, han coincidido en que el único hecho cierto e indiscutido de nuestro paso por la tierra es la muerte. Paradojalmente, el hecho más incierto de este proceso vital es el amor. Hasta los  proclamados amores eternos están marcados por la sombra de la transitoriedad, de la duda o  de los celos. 

Si recorremos las interminables  páginas de la literatura universal, es posible encontrar en ellas reflexiones variadas sobre el término de esta pasantía transitoria  que van desde la angustia por tener que alejarnos de las personas a las que más amamos, hasta la incertidumbre omnipresente por el más allá y  la esperanza ilusoria de un reencuentro final.

Los sentimientos humanos son, a la vez, claros y confusos. Permanentemente mezclan certezas y dudas, y, ante el paso implacable del tiempo, nos mantenemos en una quietud adormilada.

2 de noviembre.

Día de difuntos.

Muchas flores, pocas oraciones, algunos recuerdos para los que partieron hace poco, remembranzas etéreas de aquéllos cuya imagen se ha ido esfumando. O simplemente nada. Un día como cualquier otro.

El  viejo muro del cementerio de Cañete. Una placa de fierro enlozado recibía en su puerta a los visitantes. En ella, un soneto que invitaba a la reflexión pero que pocos visitantes al camposanto  leían. Su autor: Óscar Pregnan, un olvidado funcionario de la oficina de Correos y Telégrafos que no figura  ni en las enciclopedias ni en las antologías.

“Que soy tétrico y silente
arguye el frágil humano
y que encierro horrible arcano
 para su vida doliente.

No me temáis,  peregrinos,
solo soy la encrucijada
donde la diosa enlutada
junta todos los caminos.

La gran noche del misterio
que reina en el cementerio
no penséis que es negra y fría

pues la muerte que aquí mora ´
es la magnífica aurora
de un esplendoroso día”.

Las palabras del poeta, buscaban  escabullir la tragedia de la muerte y abrir la puerta a la esperanza.

Hurgar en los escarceos de la poesía  con  la muerte puede ser una faena interminable.

En la mente, nos quedaron para siempre grabados los versos de Jorge Manrique en sus inolvidables “Coplas  a la muerte de su padre”:

“Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida
como se viene la muerte
tan callando”.

……..

“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a al mar
que es el morir;
 allí  van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos”.

“Partimos cuando nacemos
andamos mientras vivimos
y llegamos
 al tiempo que fenecemos.
Así que cuando morimos,
descansamos”.

………….

“Así que no hay cosa fuerte
que a Papas y Emperadores
y Prelados,
así los trata la Muerte
como a los pobres pastores
de ganado”.

En su larga Elegía, Manrique repasa la vida de su padre, don Rodrigo, recuerda sus triunfos y los honores que recibió para precisar que en el momento supremo, pobres y ricos, débiles y poderosos, reyes y pastores, somos todos iguales.

Gustavo Adolfo Becquer, el gran poeta hispano cuyos versos han llenado los cuadernos de jóvenes y adolescentes en todo el mundo, en una de sus  “Rimas”, destaca la soledad de la muerte: .

“Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio
de la triste alcoba
todos se salieron”

…..

“Ante aquel contraste
de vida y misterio
de luz y tinieblas
yo pensé un momento:
¡Dios mío! ¡Qué solos
se quedan los muertos!

….

“Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La picota al hombro
el sepulturero
cantando entre dientes
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto;
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío! ¡Qué solos
se quedan las muertos!

…..

“¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¡Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé, pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos”.

El vate chileno Carlos Pezoa Veliz, tocó el tema en su poema “Nada”:

Era un pobre diablo.
Un día de invierno lo encontraron muerto
dentro de un arroyo próximo a mi huerto
Varios cazadores que, con sus lebreles,
cantando marchaban … Entre sus papeles
no encontraron nada… los jueces de turno
hicieron preguntas al guardián nocturno;
 éste no sabía nada del extinto,
ni el vecino Pérez ni el vecino Pinto.

…..

.”Una paletada le echó el panteonero;
luego,  lió un cigarro, se caló el sombrero
y emprendió la vuelta.
Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada.

El  colombiano José Asunción Silva, cuya vida estuvo marcada por el prematuro fallecimiento de tres de sus hermanos, agobiado luego por la muerte de su hermana Elvira reflejó su angustia en los inolvidables versos de su Nocturno III:

Esta noche.
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte
separado de ti misma por la sombra, por el tiempo y la distancia

……….

“Sentí frío,
era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas, y tus sienes, y tus manos adoradas,
entre las blancuras níveas
de tus mortüorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte,
era el frío de la nada…

¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con la sombra de las almas!

 Gabriela Mistral, en sus inolvidables “Sonetos de la Muerte”, despidió la ausencia del amado:

Del nicho helado en que los hombres te pusieron
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
“Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
“Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas
y en la azulada y leve polvareda de luna
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

Sin embargo, fue  Nicanor Parra Sandoval, ese roble irónico más de centenaria vida, quien festinó, sin angustias ni temores,  su eventual encuentro con la tenebrosa y cadavérica  mujer encapuchada de siniestra guadaña:

“A la  casa del poeta
llegó la muerte borracha,
ábreme, viejo,  que ando
buscando una oveja huacha.
Estoy enfermo- después –
Perdóname vieja lacha.

Ábreme, viejo cabrón
¿o vai a mohtrar l’ hilacha?
Por muy enfermo quehtí
tení que afilarme l’hacha.
Déjame morir tranquilo,
te digo, vieja vizcacha.
Mira, viejo dehgraciado,
bigote de cucaracha,
ante de morir tenih,
quecharme tu güena cacha.

La puerta se abrió de golpe.
Ya, pasa, vieja cutufa.
Ella que se lempelota
Y el viejo que se lo enchufa”.

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